LA DEMOCRACIA SIEMPRE A SALVO: ESPAÑA, CRISIS Y NACIONALISMO SECESIONISTA
Fecha: 26 marzo, 2018 por: dariomartinez
Sin clausurar la opción a otras posibilidades, nuestro entramado argumentativo pretende discurrir en torno a cuatro ideas básicas: capitalismo, eutaxia, utopía y democracia.
Desde el nacimiento de las sociedades políticas, es decir aquellas que ya han logrado construir un Estado: territorio, fronteras, entidades políticas frente a terceros, el capital en forma de dinero ha dejado huella de su presencia. Pasamos del trueque Mk→ Mq a la mera especulación D→∆D, el dinero como mercancía que genera dinero. El capitalismo incipiente había dejado de ser un sistema productivo orientado a la mejora de la condición humana a un capitalismo sin límites diseñado para hacer negocio a cualquier precio; éste es el capitalismo que a Marx le interesó, y más concretamente el fenómeno no resuelto de la naturaleza de la plusvalía D→M→∆D. Las huellas ideológicas de corte religioso, ahora en la línea de Sombart o Weber, habían hecho su trabajo: protestantismo y judaísmo se ajustaban al modelo como anillo al dedo.
Acotando nuestro reflexión al marco de España en el seno de Unión Europea. El triunfo del capitalismo sin trabas en España es evidente, la especulación, en el límite siguiendo la fórmula D→∆D, se afianzó. El problema se nos vino encima cuando dicho mecanismo, dándole la espalda a la inversión de capital, es decir aquella en la que el acreedor corre los mismos riesgos que el deudor, nos sitúo en la plataforma de nuestra crisis más reciente. El sistema económico había fallado pero las consecuencias estaban por ver. En España la labor política que debería guiarse cuando menos por el arte de la prudencia (phrónesis), arte que debe garantizar la eutaxia del Estado, se vio quebrada por falta de rumbo y por la ansiedad irracional inspirada en sentimientos nacionalistas de corte étnico y secesionista. Quizá sería interesante analizar en este punto la idoneidad de la presencia de España como miembro de pleno de derecho del club del euro frente a una hipotética alianza, vía lengua española, con la América Hispana; es una vía de debate abierta cuando menos a la reflexión político-filosófica.
Frente a este proyecto ideal europeo los modelos alternativos de salida de la crisis, utópicos para unos, distópicos para otros, no son otros que prototipos del pasado: pueblos que recuperen su independencia como democracias homologadas y pacíficas frente a estados opresores, la democracia de Pericles, el comunismo soviético, etc., así todos ellos disfrazan o no atienden a las diferentes circunstancias actuales incapaces de asumir en forma de soluciones los problemas más íntimamente relacionados con la estabilidad del país. De este modo cobran aliento las propuestas nacionalistas y también las populistas en donde la verdad, el bien, y la justicia no es otra cosa más que lo que la mayoría desee, independientemente de que se base en premisas erróneas y por supuesto ilegales.
Con todo algo sale ileso de la crisis que comenzamos a dejar atrás: la democracia, todos acuden a ella para fundamentar sus propuestas. Ahora bien, habría que verla como un sistema, en el caso de España, que al reivindicar como esencial del mismo, y de un modo más propio de la teología natural, la libertad de cada uno de los ciudadanos se convirtió en un sistema degenerado de corte anarquizante en el que sería conveniente acudir al famoso laissez faire dentro de un marco legal de límites cuando menos difusos. Un análisis hermeneútico desde coordenadas éticas y morales de nuestra democracia deja incólume la necesidad de atajar la degeneración de un sistema que sólo encuentra como antídoto la manida propuesta que se puede resumir en: “más democracia”, sea esta legal o no. En consonancia con lo dicho se articula una armadura educativa en donde el nuevo papel del emprendedor aparece en forma de mito prometeico, soteriológico, de la ciudadanía española en su afán por alcanzar como derecho natural el tan estimado bienestar; no sólo nos falta Hermes sino que a nuestro emprendedor lo aupamos a lo más alto arropado por unas virtudes que no dejan de ser cuando menos infantiles: gusto por la novedad, afán de poder, ansía de cambio y cuantificación de todo lo que cree como real. Luego, ¿éste es el fin de la educación?