La banalización del fascismo, un mal
Fecha: 23 abril, 2018 por: dariomartinez
Atado por la memoria, hoy aspiro a saber qué es el fascismo. Mi memoria me sumerge en el presente, me expulsa de la historia (ésta empieza cuando acaba la memoria, nos decía Herodoto). Con la mochila de lo que pude intentar entender me acopié de lo imprescindible para poder saber que el fascismo no es una broma, si acaso una pesadilla hecha realidad que puso a las puertas de muchos hogares al mismo Hades.
El fascismo fue un movimiento político que ha de entenderse como enfrentado al comunismo, principalmente por su condición de ateísmo no disimulado y su interés por eliminar, en favor de la igualdad, toda división social que ilegítimamente privilegiara a un grupo de individuos frente a otros. Ha de entenderse también como enfrentado al sistema de producción capitalista con su respectiva coartada ideológica: la democracia. El movimiento fascista, a grandes rasgos, apuesta por un liderazgo carismático perfectamente reconocido, especialmente por las masas; la existencia de un partido único entendido no como un partido al uso sino como un movimiento, como un organismo; un procedimiento en el ejercicio del poder rigurosamente jerarquizado y fiel, la estructura del poder de arriba abajo es incuestionable, tanto en situaciones políticas dominadas por la estabilidad, como en situaciones políticas dominadas por la excepcionalidad; una puesta en escena interesada en la captación del público asociada a una representación perfectamente preparada, maestros en el uso de discursos emocionales dirigidos a los males más perentorios del auditorio de turno, para después identificar a los culpables y proclamar sin dudar la solución final a sus males, solución que legítimamente puede pasar por el uso de la violencia gratuita; falta de fisuras, así la uniformidad ideológica ha de ser vista, se promoverá incluso la necesidad de una militancia que se haga ostensible, más allá de lo meramente privado, y para ello es imprescindible un vestuario compartido: camisa parda, camisa negra, camisa azul, saludo brazo derecho en alto y mano extendida, etc.; cada forma de fascismo se adecuará a su nación, el nazismo alemán al privilegio de la raza, el fascismo italiano a su otrora grandeza imperial, el falangismo español al catolicismo dominante de las zonas rurales de nuestro país; por último, anula la elección periódica de los representantes políticos por ser una cuestión prescindible y a la vez un mecanismo de legitimación irracional de la mediocridad en forma de ignorancia o simple vulgaridad.
En definitiva, etiquetar a alguien de fascista supone algo muy serio, muy alejado de la trivialidad o de la ocurrencia del iluminado de turno. Al generalizarlo desvirtuamos el fascismo, al desvirtuarlo lo acabamos ignorando, y cuando el monstruo pueda otra vez volver a asomar sus garras, la mayoría, impregnada del insano hábito de la desafección, simplemente no se enterará o lo que es peor: ayudará con su acción inconsciente a que prospere.
La Sra. Colau, alcaldesa de Barcelona, debería procurar cuando menos ser prudente, no vaya a ser que con su soberbio no saber logre un propósito que en principio creemos que nadie desea. Y no olvidemos que disentir de su doctrina ideológica no significa ser fascista, de no ser así estaríamos abocados a tener que considerar a la Sra. Colau una iluminada en posesión de la verdad política, eterna e impecable, que la podría habilitar a considerar al otro, al que no piensa como ella, como un antidemócrata sobre el que es fácil mostrarse implacable.
Darío Martínez Rodríguez, Pola de Siero