En estos momentos algunos políticos de nuestro país miran de reojo la actividad del gobierno de Portugal. Más allá de ser noticia por sus incendios, se ve a nuestro vecino como una realidad envidiable. El socialista Antonio Costa gobierna con el apoyo de comunistas, ecologistas y un bloque de izquierdas. Es un acuerdo programático con un objetivo compartido: sacar a Portugal de la crisis económica y apostar por una justicia social de alcance nacional. Los resultados, al menos macroeconómicos, son inmejorables. Los organismos internacionales lo corroboran.
Parece obvio que la solución a nuestros males puede venir de una estrategia política similar a la portuguesa. El encanto de la propuesta parece apetecible. Pero, ¿es esto posible? Veámoslo desde un prisma riguroso que deje de lado las buenas intenciones y un buenismo infantil que crea que por arte de birlibirloque todo es posible. Dejemos la débil y peligrosa idea que nos dice “si yo lo pienso así, así es”. Un pacto de las llamadas izquierdas, de las fuerzas progresistas (¡incluyen al PNV y a Junts per Catalunya¡) haría posible la investidura de Pedro Sánchez. El problema es que a diferencia de nuestros vecinos del Oeste no hay una idea compartida de nación. Uno podría pensar: sustituimos un nacionalismo diverso y plural por otro único, así amputamos la verdadera diversidad de España, nos convertimos en cómplices de una derecha recalcitrante y que creíamos superada con la democracia . La consecuencia una convivencia difícil, cuando no truncada y un pacto de gobierno imposible por la presencia de partidos conservadores ciegos ante la diversidad.
Pero si miramos bien el problema es que por nación en Portugal entienden algo muy diferente a lo que se entiende en nuestro país, no son conceptos unívocos. En Portugal la nación es política, es soberana, es canónica, internacionalmente reconocida en los diversos foros internacionales: OTAN, Unión Europea, ONU, OMC, etc., y lo es frente a otras naciones homologadas. Aquí en cambio la nación canónica es negada, es prescindible, ha de ser superada. En términos lógicos: es el término medio que desaparece de cualquier razonamiento silogístico que partiendo de unas premisas permite acceder a una conclusión. Las naciones que se nos ofrecen son étnicas y quieren clonar a la nación canónica para eliminarla por implosión, o lo que es lo mismo: son naciones descaradamente secesionistas, fragmentarias.
Corolario: el acuerdo en Portugal une; el acuerdo en España como nación política divide, debilita y como consecuencia se derivan unos desequilibrios sociales, además de una estructura federal en ejercicio asimétrica que condena a los que están en peor situación de salida. No es de genios decir que Asturias estaría abonada a una debilidad como entidad política independiente de tal magnitud que en el seno de la Unión Europea su importancia, su capacidad de exigencia, su poder político, sería en el límite nulo.
Dos mitos oscuros dominan en el pensar de Heidegger. El primero es el tratamiento del hombre como una totalidad atributiva donde cada una de sus partes es formal al pertenecer a una universalidad esencialmente única. En otros términos, el hombre del que habla Heidegger no existe, es una idea abstracta de su reflexionar, estrictamente no racional y sí propio del pensar, que no tiene continuidad en la realidad en marcha. Lo que si existe son grupos humanos enfrentados, políticamente unidos en el marco de diferentes sociedades políticas, con potencias de diferente alcance, con realidades de aspiración universal en unos casos y en otros de perímetro más reducido, digamos regional (caso de los nacionalismos apegados al terruño). Esto hace que en la dialéctica por la materialización de su ideales y de sus necesidades los más poderosos se valgan del saber parido por la ciencias en marcha, del saber no meramente técnico, sino tecnológico y puesto en marcha por especialistas en forma de ingenieros, saber que logra construir verdades entendidas como identidades sintéticas en donde partiendo de los materiales dados, a través de términos, operaciones y relaciones se logran resultados en forma de principios o teoremas anantrópicos, atópicos y acrónicos, siendo como son estrictamente humanos, obra actualmente de científicos en su ámbito del laboratorio. Pues bien, y como segundo mito, no hay técnica, sí hay técnicas: mecánicas, térmicas, gráficas y electromagnéticas y su especificidad no es otra que el de destruir, deshacer, moler, triturar, quemar, romper, raspar, rallar, bombardear. «Ya hemos dicho que la propiedad básica de las técnicas es su carácter destructivo. El operador tiene que destruir las “naturalezas” paratéticas en las que está envuelto, como único modo de entenderlas. Ya hemos indicado el inicio violento y destructivo que implica lo que hemos llamado “vacío” técnico, la ausencia, la destrucción de los entes, pero no de cualquier modo, sino en sus partes materiales y formales, en sus proporciones, dando lugar a unos esquemas materiales de identidad causales, cuyos efectos y causas empiezan a dar valores co-ordinables uno a uno, componiendo una estructura cada vez más precisa y cuya cohesión es más fuerte allí donde se desligan de los contextos de partida». Luis Carlos Martín Jiménez, Filosofía de la técnica y de la tecnología, Pentalfa Ediciones, Oviedo 2018, págs. 190-191) y este hacer no exclusivamente humano (hay animales que usan sus propias técnicas para la subsistencia, hecho corroborado por las ciencias etológicas, obviamente gracias a una razón más rudimentaria, lo que da como resultado una cultura objetiva más pobre. De este modo: «En el Paleolítico, con los útiles y el fuego se incrementa la capacidad de violencia, golpeando, rasgando, quemando, machacando, &c. Se trata del triunfo del hombre sobre los animales, únicamente posible cuando se conocen sus “operaciones”, cuando se les controla» Ibídem, pág. 146) nos hace más humanos, nos distancia de los animales, nos hace diferentes y en muchas ocasiones nos conduce, en un acto hoy tecnológico de primer nivel, a la guerra. Esto no es inhumano, es estrictamente humano, y no es de todos nosotros es de grupos humanos concretos y asociados en torno a Estados enfrentados dialécticamente, que velan por sus intereses y cuyo ser o más bien su estar trasciende las relaciones de hermandad o fraternidad entre clases a las que aspiraban los ideólogos del socialismo doctrinal de Marx o del ecumenismo cristiano respectivamente.
En definitiva, si el ingeniero es el técnico cualificado que materializa en forma de artefactos tecnológicos las verdades de las ciencias: matemáticas, física, química, geología, &c., entonces el filósofo ha de ser el ingeniero, aquel que partiendo de los saberes científicos en marcha y ejecutados en contextos determinantes a través de operaciones de juntar y separar racionales con instrumentos de medición precisos, que en el progressus (vuelta a la caverna, en la senda de Platón) materialice las ideas ya geometrizadas en el regressus , es decir que sepa triturar apariencias, superar conjeturas, y entender las causas de la realidad infecta, dinámica y especialmente problemática.
Un maestro del cine. Una película magistral. Su trama inolvidable. Un algo, un fenómeno inexplicable impedía que las buenas gentes de las élites sociales allí reunidas para cenar copiosa y animadamente pudieran salir. El hacinamiento, las penurias y un dilatado espacio de tiempo activaban el desencuentro. En la necesidad surge nuestra naturaleza animal, el sobrevivir escapa al bien y al mal. Sin reglas todo vale, fuera de la sociedad política, de la ciudad, el hombre es lobo para el hombre a no ser, y aquí no es el caso, que un cabecilla lidere a un grupo que se muestre servil por miedo a represalias, es la conocida forma de poder carismática.
Trazado el preámbulo, vayamos al asunto que nos preocupa. La nueva legislatura debería poder investir como presidente al Sr. Sánchez, candidato oficialmente propuesto por el Rey Felipe VI, pero el entendimiento no es posible. La pluralidad es en este caso es una rémora para el acuerdo. Las fricciones entre grupos son permanentes, las alianzas frágiles e insuficientes. La tónica general hace que el resultado no sea otro que la ingobernabilidad de España, no hay salida a esta situación. Pero ahora ese algo que blinda sin saber cómo la salida a los huéspedes de la película de Buñuel tiene rostro, no es un fenómeno cualquiera, es un espectro y se llama: nacionalismo. Es de naturaleza secesionista, fragmentario, necesita de una nación política canónica que ha de clonar para debilitarla, negarla y poder llegar a ser un Estado de cultura sustancializado, puro, único, diferente y por supuesto libre y democrático. Negar las actuales naciones políticas canónicas es una premisa indispensable para poner en marcha su estrategia política, que no es otra que la de ingresar como pueblo en Europa. Por tanto no hay gobierno de la nación porque en el fondo este emponzoñamiento soterrado impide cualquier proyecto común con garantías. Los diputados no pueden salir de este atolladero político porque no se entienden, un ángel exterminador lo impide. Casi parafraseando a Marx y a Engels: “un espectro se cierne sobre Europa, el espectro del nacionalismo”. Unos creerán que nos llevará a la paz, otros, más escépticos, entre los que me encuentro (tomo partido, no valen medias tintas), creerán que dicho espectro nos puede llevar a la barbarie.
Con asiduidad tratamos temas relacionados con la política. Como ciudadanos mostramos nuestros intereses. Es ineludible la emergencia de posiciones ideológicas irreconciliables. En ocasiones se necesita un asidero al que acogerse para poder salir, sino airoso, si vivo del debate, hallar ese lugar común sirve para templar ánimos, puede fraguar consensos en forma de tópicos ajenos a la duda y fuera ya de la discusión.
Parece aceptado y recurrido: “sumar siempre es positivo”. Un análisis fiel a una disciplina tan precisa, sencilla y antigua como la aritmética no ofrece dudas. La suma de cardinales, de partes, da una totalidad. Siendo sus partes positivas siempre dará como resultado una cifra mayor. El todo es mayor que las partes. Luego de este modo cualquier país será mejor, siendo una nación de naciones o un Estado plurinacional. Traslademos el ejemplo a la política española. El razonamiento habitual es el siguiente, nuestro país es diverso, está constituido por muy diferentes entidades culturales (cuando no nacionales en la onda de Fichte), preservar dicha riqueza cultural es una exigencia que no admite discusión, aquí el debate se cancela, es obligado participar de dicha reflexión y aceptarla. Se roza el dogma pero cuestionarlo te sumerge en una posición incómoda, que más allá de tus argumentos ya predispone, al que finge escucharte, a poder tildarte justificadamente de derechas, de facha o de cavernícola.
Podemos verlo como algo evidente claro y distinto, es más, se entiende más allá de cualquier razonamiento, es intuitivamente cierto. La verdad de la aritmética se traslada a la verdad política y el resultado no puede ser otro que el mismo. Ahora bien, ¿qué es el todo que obtenemos como resultado? ¿España como entidad política? Por supuesto que no. El todo es una realidad entendida como la suma de partes materiales, como totalidades distributivas sustancializadas y asimétricamente vinculadas, que nada tienen que ver con España; se pueden en un futuro de libertad, democracia e independencia nacional y étnica entender, más o menos cohesionar, pero el todo será una suma de pueblos que culturalmente no constituyen parte de una entidad superior, global, entendida en un sentido atributivo que previamente las englobe. Esta vez las partes no serán formales, no serán partes del todo, no será una relación del tipo género y especie. La suma de los diferentes naciones étnicas con estructuras de Estado ya clonadas lo que da como resultado es un todo que supone la desaparición de España por implosión como entidad política soberana y única. Luego la suma políticamente da como resultado la desintegración de la actual unidad en 17 realidades culturales diferentes, identitarias y puras, y es así porque se parte de un principio político que no es otro que España no existe, por tanto la suma es ajena a nada que tenga que ver con España como totalidad atributiva. Por cierto, en otros países, la suma sí enriquece a la entidad política que engloba sus partes entre otras razones porque no se cuestiona, y menos se niega. Así la diversidad cultural de totalidades nacionales entendidas atributivamente como Francia o Portugal sí las enriquecen, sí suman. La suma de entidades culturales entendidas distributivamente en el seno de un todo que es negado por opresor, caótico, antidemocrático, feudal, violador de los derechos humanos, etc., no suma, divide, sirva como ejemplo los relativamente recientes casos de la URSS o Yugoslavia. ¿Hacia dónde queremos ir? Depende de nosotros, como seres humanos que trascienden cualquier categoría política promoveremos la desaparición de cualquier entidad política y reivindicaremos la naturaleza cultural y esencial como comunidad global y de ciudadanos del mundo o de ninguna parte, o lucharemos por la materialización de una Europa de los pueblos en la que cada nación derivada de la fragmentación y debilitamiento de cada nación canónica se integre en una macroestructura política transnacional (a vueltas con el ideal hitleriano), en cambio como ciudadanos españoles intentaremos formar parte de un proyecto político que sea más potente, amplíe sus posibilidades y permita una mejor justicia social.
La totalidad sin parámetros políticos precisos no aclara, confunde y en la mentira es más fácil que dominen los afectos y las pasiones, haciendo que las posibilidades de ser mejores se debiliten.