Continuamos con el Gobierno en funciones. Los representantes políticos elegidos por el conjunto de los españoles no se ponen de acuerdo para que se pueda investir por mayoría el presidente que ha de pilotar en principio, durante cuatro años, la nave del Estado.
Son necesarios pactos y acuerdos. La orientación inicial es hacia la llamada izquierda, entre los partidos homologados para hacer posible un pacto de gobierno estable y de progreso se encuentra el más que tradicional y liberal Partido Nacionalista Vasco. Con ellos el acuerdo es factible, no se sabe sobre qué, pero vaya por delante el sí de los jeltzales, es para ellos una ocasión de oro, la pintan calva, la capacidad de exigir, de asumir la fuerza imprescindible para legislar a favor de sus intereses está abierta, sólo requiere de la debilidad de un PSOE errático y de la aquiescencia de Unidas Podemos.
El problema está a la izquierda, otra fuerza nacionalista, secesionista declarada, se sube al tren del diálogo. Su prioridad es una mesa entre iguales, una negociación bilateral entre gobiernos representativos de dos Estados independientes y soberanos. Desde el inicio el diálogo se presenta como dirigido, la claudicación política de unos es la victoria de otros, y esto sin empezar hablar. No se puede sacar más rédito político con menos.
Vayamos a la mesa. Se anuncian los participantes, se fija la fecha, la hora y el lugar. Quienes dialogan se nutren de sus presupuestos ideológicos, defienden los intereses de los votantes a los que representan, los transmiten de forma hablada, son comunicados incluso antes de la reunión. Piensan y hablan, exponen sus propósitos políticos. Falta un tercer elemento y para ello la importancia decisiva de la mesa. Esta es el suelo de las manos, pero ahora es algo más que una cosa, es una herramienta imprescindible para materializar su doctrinario. No vale con manifestar lo que cada grupo de negociación busca, es prioritario que las manos realicen su tarea, no es tolerable que tras la reunión se enfanguen los problemas en dimes y diretes abiertos a interpretaciones permanentes. No es nada deseable que resulten eficaces para desactivar los posibles puntos de encuentro. Ahora, el grupo de ERC pide que todo ello quede plasmado por escrito en un documento; con él en la mano, si llega el caso, su poder se incrementará porque con él no sólo podrán ejecutar con más agilidad su proyecto político secesionista, sino que podrán obligar al otro abajo firmante a que coloque las fichas del poder nuclear del Estado a su disposición, y estas fichas de la partida negociadora no son otras que las judiciales y las legislativas.
Así las cosas nos encontraremos que unos pocos deciden sobre los más, y lo hacen sobre cuestiones cruciales que el conjunto de la sociedad civil ni siquiera sabía que podían diseñarse.
Espero equivocarme, que esto no sea un absurdo a lo Godot. Que sea triturada la irracionalidad en forma de inestabilidad derivada de lo que se pueda plasmar en una mesa. Que ésta no sea decisiva, que no deje de ser cosa, que no se convierta en una obra de arte secesionista.
Un resultado claro, abierto a interpretación por supuesto, para nada puro, el número de potenciales votantes que no ejerció su derecho al voto durante las últimas elecciones generales ha aumentado. Las causas pueden ser muy diversas, no soy yo quién se permita el lujo de hablar en nombre de todos ellos, no estoy en condiciones, no considero que mi saber llegue a tal grado de iluminación. Le cedo el testigo a otros, siempre habrá osados que lo dictaminen en forma de axioma y en nombre de la ciencia.
Hablaré de mis razones. Dirigiré mis reflexiones hacia cada uno de los potenciales partidos políticos que con anterioridad a los resultados eran candidatos firmes a obtener un mayor o menor número de representantes en el Congreso de los diputados español.
De más a menos. Al ganador de las elecciones, el Partido Socialista, su trayectoria política no sólo alberga dudas sino que además destaca por ser errática. Confunde al votante, convence al convencido, más allá de lo que imprudentemente realice en política. Se muestra dispuesto a todo por dos ideas que no explica y que acepta de forma fundamentalista, no hay resquicio para la discrepancia. Una la idea de progreso, entendido tan frívolamente que se considera que todo cambio político por ellos perpetrado siempre e inexorablemente será a mejor; un optimismo colosal que los sitúa en la creencia de eso o de la existencia de la nieve frita, ¡igual da! Otra, la idea de una España federal que contente a todos, que perpetúe y asuma las diferencias entre ciudadanos españoles, que ahonde en el enfrentamiento, que fije barreas que eviten la confluencia o la igualdad de oportunidades, todo ello en la creencia de que a su vez, sin ver ningún tipo de contradicción, este modelo de Estado sentará las bases de una España soberana y constituida por ciudadanos con igualdad de oportunidades. Su entusiasmo, su análisis frívolo e infantil, no permite ver el desequilibrio lógico de fondo, el sinsentido de la propuesta. Por tanto, no debo votarles, no puedo, no lo hago. Me mantengo firme en mis consideraciones.
Al partido líder de la oposición, el Partido Popular. Claro partido liberal, no lo oculta. Confía en los postulados de Locke, Adam Smith, David Ricardo, Stuart Mill, Tocqueville entre otros. Teóricos muchos de ellos del siglo XIX, otros anteriores, actualizados, pero no por ello trasnochados o superados. Están presentes, se ejercen sus presupuestos teóricos y se reivindican. Un Estado de mínimos es la mejor garantía para la igualdad, quizá no para la convivencia: aumento de desequilibrios sociales, ausencia del Estado en territorios nacionales, cesión de competencias esenciales en un afán de racionalización, en principio no costosa, de las arcas del Estado. Todo ello con el visto bueno de otros, incluidos los nacionalistas periféricos y el partido del Sr. Sánchez. Y no olvidar, en lo que a mí me atañe, su campaña de acoso y derribo de una materia como la Filosofía, un síntoma de una incredulidad tan imprudente que sólo se puede sostener en la falsa idea, repetida hasta la saciedad, de que todos somos filósofos, pero no sólo en un sentido espontáneo con la consiguiente mengua de la razón, sino en sentido académico; ahora según su diagnóstico, lo que otros sabios nos dijeron, el conocimiento minucioso de otros saberes en marcha y su trituración cuando la deriva es hacia la mentira, es cosa sencilla, no merece ningún esfuerzo, no requiere de apoyo ni de reconocimiento. Por tanto, no debo votarles, no puedo, no lo hago. Me mantengo firme en mis consideraciones.
De Vox, la sorprendente tercera fuerza política. Partido situado en la derecha. Preocupado por distanciarse del partido que hasta hace nada ocupaba su espacio. Sus rivales los partidos independentistas, puede ser legítimo e incluso oneroso, pero presentan lados turbios especialmente peligrosos. Se adhieren a una idea nada nueva embriagada de rencor, de tintes irracionales cuya fuerza en ciertos momentos puede resultar imparable. Repiten con una inusitada insistencia el problema de la inmigración, se centran en la ilegal la cual automáticamente asocian a la delincuencia. Obvian las bolsas de trabajo en negro, al margen de la ley, que son un reclamo para quien parte de la necesidad de subsistir a cualquier precio, pero cuando la situación económica no es la deseable la vía fácil para quien contrata fraudulentamente no es otra que el despido de trabajadores ajenos a cualquier tipo seguridad laboral o de subsidio por desempleo. En dichas bolsas de miseria, constituidas por personas puestas en la calle de un día para otro, los problemas crecen, pero el diagnóstico no apunta a sus causas sino a sus efectos. Dicha tergiversación se convierte en acicate para poner en marcha políticas de control que fácilmente pueden contar con el apoyo de muchos ciudadanos. Generar miedo, alentar la inestabilidad, puede ser una herramienta perfecta para el control de voluntades. Lo simple atrae. En otro orden, esta vez de naturaleza educativa. Apuestan por una libertad de elección de centro ilimitada, más allá de la disponibilidad de centros y de la residencia del educando y su familia; en su autonomía la flexibilidad curricular. Entre las comunidades autónomas con más centros concertados están el País Vasco y Cataluña, pueden verse como un espacio de libertad ideológica, pero también nos pueden poner sobre la pista de la penetrante ideología nacionalista. Como tapón a tal fábrica de rechazo de lo español se propone la intervención de la Alta Inspección Educativa. Mucha intención, poca fuerza. La libertad se pliega a la libertad de, en ese terreno ausente de obstáculos los centros de enseñanza se diferenciarán por su homogeneidad, es decir cada centro será una parte material del sistema que poco tendrá que ver con otros centros. La libertad para, las posibilidades que se les pueden ofrecer a los futuros alumnos para que desarrollen sus capacidades y sus habilidades serán muy desiguales; la sociedad resultante estará mejor jerarquizada, una masa de ciudadanos satisfechos y dispuesta a obedecer como soldados felices que reconocen que es en ellos donde están las herramientas para ser mejores, más allá del sistema productivo y social en el que viven, que ahora sí será el mejor de los posibles, y una élite reconocida aupada al prestigio y tenedora de los hilos del poder que lucha por dominarlos y conservarlos en el marco de la ley por ellos fraguada. Quizás una análisis de corte marxista pero no por ello, creo, falto de sentido.
A la cuarta fuerza política, Unidas Podemos. Su renuncia como partido de izquierdas, que se dice, desde una posición emic, del universalismo. Su apoyo decidido a un nacionalismo rampante, secesionista, antiespañol, no ofrece tranquilidad. Su mala interpretación de los textos marxistas distorsiona su propuesta ideológica, se abraza al nacionalismo más rancio en aras a una tolerancia que se eleva por encima de algo que consideran tan pérfido como España. Juegan a entenderse con quienes ven en España una nación mito, una forma arrogante de ser asociada a algo inexistente como es la permanencia de una etnia cargada de levadura negra y que nace con una raza débil como la visigoda. En fin, se niega a España, no ya como entidad herida y étnica, sino como entidad política, plural, infecta, con la posibilidad de poner en marcha un ortograma político que ponga en duda nuestra presencia en estas condiciones a la Unión Europea y que oriente su estar hacia lo que queda como resto de una naufragio: Iberoamérica, que no Latinoamérica. Por esto y otras razones, no debo votarles, no puedo, no lo hago. Me mantengo firme en mis consideraciones.
De Ciudadanos. Partido que deja de lado la socialdemocracia, se postula como liberal. Apoya con un entusiasmo endiablado, por estar cargado de una benevolencia orteguiana sin parangón, una Europa que entienden como entidad política salvadora y no como acicate de nuestra debilidad como nación política, porque no lo olvidemos, para nuestros amigos del norte somos parte de una subunión ficticia envuelta en un acrónimo poco alentador (¡y eso que somos un país al que le gusta el cerdo y sabe de sus manjares!) como PIGS. Pues bien, están ciegos a eso, no saben de la historia de Europa en actual actividad, no comprenden su condición de países protestantes que ven en el catolicismo un enemigo y todo lo que sea su fe una impostura, una herejía o simplemente una fuente de inferioridad ineludible. Su arrogancia, más nuestra asimilación de sus estrategias de forma deportiva, nos fagocita, pero no nos quita un ápice de felicidad. ¡Qué triste! Por esto y otras razones, no debo votarles, no puedo, no lo hago. Me mantengo firme en mis consideraciones.
Por último los partidos nacionalistas, los trataré en un bloque, pero no lo haré yo, me limitaré a dejarlos hablar a ellos. Dos referencias ideológicas que subyacen en su actual programa político y que hace que entre ellos se entiendan, da igual que sean de Galicia, País Vasco, Navarra, Cataluña, Valencia o Baleares. Por un lado, su núcleo duro, perfectamente protegido por un cinturón impermeable a cualquier erosión de su doctrinario fundamental, consiste en argumentar a través de la puesta en marcha de una heurística negativa que garantice su diferencia (es importante desplegar un discurso que ensalce las diferencias y que a un tiempo homogenice a todo un colectivo), la idea de pueblo entendido como sujeto político con voluntad soberana, y por otro lado, argumentar a través de una heurística positiva que les obligue a fijar un enemigo, feroz, antidemocrático, inculto, opresor, con una historia marcada por la Leyenda Negra del que no se quiere saber nada (a no ser lo que se considera la deuda pendiente). De este modo su libertad como pueblo sólo puede emanar de su independencia. El marco europeo les resulta atractivo, su tibieza les fortalece, su insistencia en ser reconocidos internacionalmente es su baza principal. Pero dejémosles hablar. Que sean ellos los que nos muestren sus credenciales de progreso, por cierto, idea que no sé exactamente qué es lo que quiere decir. Por esto y otras razones, no debo votarles, no puedo, no lo hago. Me mantengo firme en mis consideraciones. Toca citar, acudo a Josep o Mossén Armengou, prologado por el honorable Jordi Pujol: “”cualquiera que no siga el mandato nacional es un degenerado, la desnacionalización un crimen (…) El hombre desnacionalizado en todo caso, sólo puede reclamar nueve palmos de cuerda y un árbol seco en el que colgarse. Y, aún más, que se pudra colgado al aire, sin que su cuerpo espurio contamine la madre tierra de la que se ha avergonzado” Extraído de Caja, Francisco (2009). La raza catalana. El núcleo doctrinal del catalanismo, pág. 327. Ed. Encuentro. Madrid. Otra perla, del fundador del PNV, cito: “Los maketos nuestros moros (…) ¡el maketo he ahí a nuestro enemigo! Y no me refiero a una clase determinada de maketos sino a todas en general: todos los maketos, aristócratas y plebeyos, burgueses y proletarios, sabios e ignorantes, buenos y malos, todos son enemigos de nuestra patria, más o menos francos, pero siempre encarnizados”. Arana Goiri, Sabino (1995) La patria de losvascos, pág. 155. Ed. R&B. San Sebastián. Por cierto, los maketos son los españoles, incluidos los guipuzcoanos, los alaveses y los catalanes. Para Arana estos quieren incluir a los españoles, el buen vasco, el bizkaino, ha de rechazarlos, lo importante es mantener la raza. El nacionalismo aquí tratado es el étnico, no el político. Hoy indefendible, pero algún poso parece permanecer inerme. Hay más citas, pero no es el momento ni el lugar. Abierto a una lectura serena, que cada uno saque sus conclusiones. Subrayar que el libro de Caja cuenta con otro volumen, y uno de sus más ilustres protagonistas no es otro que el antiguo Presidente de Cataluña, el Sr. Jordi Pujol, no tiene desperdicio, nos orienta a la hora de interpretar lo que sucede.
Parece tras lo dicho que mi recorrido por la política guarda cierta semejanza con la vida de un personaje que llevó su compromiso y sus ataques contra los grandes sistemas filosóficos de su momento hasta el límite de la discrepancia, el genial Diógenes. Él buscaba a plena luz del día, bajo esa luz tan maravillosa como es la griega, un hombre con una lámpara. Yo como él busco en un momento de iluminación como es el actual a un partido político que pueda representarme y tenga opciones reales de poder poner en marcha planes de gobierno dirigidos a la estabilidad (eutaxia), persiguiendo un difícil y problemático equilibrio. Con la intención de elaborar soluciones parciales a problemas permanentes que intenten materializar políticas acomodadas a la justicia social, todo ello elaborando discursos orientados a la parrehesia, actitud y hacer que inevitablemente compromete al buen político hacia el bien, y que exige de él sabiduría y prudencia.
“Desde luego no parece el mejor momento para que el buen demócrata de marras se quede en casita a ver qué pasa”, lo podemos leer en su periódico del día 08 de noviembre. Lo suscribe el que fuera Presidente del Principado de Asturias, el Sr. Pedro de Silva. Lo que nos quiere decir es que el buen demócrata irá a votar, que dada su capacidad elevada e intelectual eludirá los extremos, se dejará guiar por la razón hacia la única posibilidad moderada, sensata y con posibilidades de victoria, en pocas palabras nos pide el voto para su partido: el PSOE. Legítimo, previsible, aceptado. Todo correcto, no merece otra cosa que el asentimiento. Es algo que entra dentro de la dinámica democrática. Hay varios representantes y cada uno de los ciudadanos españoles mayores de edad elegimos. No hacerlo, y más en estos momentos de perversión populista aglutinada en torno a la derecha, a la izquierda, y no lo olvidemos al nacionalismo, es poco coherente, cuando no irracional por ser un mero sinsentido.
Pero hay algo que no nos dice. Muchos potenciales votantes encontramos que los partidos políticos de izquierda, digamos los de trayectoria más asentada y mejor reconocidos, en concreto los que salen en televisión y tienen posibilidades reales de aglutinar los votos suficientes para obtener representación en el Congreso de los diputados, nos han dejado huérfanos. Lo han hecho especialmente por su abrazo, este sí que es de oso, al nacionalismo. Su deriva hacia una derecha ramplona, con pretensiones de volver a un pasado de fantasía en forma de arcadia pastoril capaz de cobijar a unos pocos elegidos, un nacionalismo necesariamente excluyente, de tintes étnicos, como señala acertadamente su compañero y alto representanta de la Unión para Asuntos Exteriores europeo el Sr. Borrel, hace a dichos partidos irreconocibles al ser mancillada por lo particular su ideología universalista de base. Es esta situación silenciada la que produce en muchos ciudadanos desasosiego. Esta vuelta a los sentimientos como prioridad, al hecho diferencial como hecho vivido propio, esta forma de entender la política en favor de un grupo reducido y en disputa con el vecino, esta perpetuación de las diferencias en forma de obstáculos insalvables, hace que el demócrata de marras piense en otras alternativas para el día de las elecciones. El votar no es una obligación y en este caso no lo es por una razón muy sencilla: por incomparecencia de una izquierda que articule una vía de gobierno orientada al conjunto de los ciudadanos españoles, que busque el equilibrio y no un Estado autonómico cada vez más federal y asimétrico. El objetivo debería ser el de un Estado plural en el que las peculiaridades de cada comunidad sean valiosas por ser abiertas y entregadas a la aspiración de universalidad, donde entenderlas no cueste un triunfo o implique una forma legal de mantener a raya al de fuera; que lo diferente sea apreciado, por los más, no por los menos en un intento de diferenciación cerrada; que lo peculiar como decía el profesor Bueno no sea un contravalor.
En esta biocenosis entre comunidades autónomas Asturias corre en clara desventaja. Por eso muchas personas que apostamos por una izquierda política abrazada a la razón, dejando de lado los privilegios de unos pocos que se autoerigen como adalides del devenir de todos sin que sepamos realmente cuál es la naturaleza real de esa diferencia que los hace mejores, no vamos a votar.
Se lo preguntó Casado, anteriormente también lo requirió su compañero de partido Patxi López, la respuesta de Pedro Sánchez a este asunto central es o bien una evasiva cargada de tópicos: un sentimiento de pertenencia, una identidad cultural…, un galimatías que en lugar de aclarar confunde más al introducir términos no más claros sino mucho más borrosos y difíciles de analizar, o bien es una respuesta ajena al asunto, una forma de afrontar el problema poco cortés, y quizá desveladora de la ignorancia enfangada de una profusión de ideas tan dispares que impide un mínimo ejercicio de reflexión con sentido. El silencio, ese prepensar artesano y original, no esconde la verdad, esconde un problema ingobernable.
Los políticos hablan de nación y ni siquiera se molestan en aclararle al potencial votante que nación es un término ambiguo. En el terreno en el que nos situamos, el estrictamente político, la nación es el conjunto de ciudadanos que constituyen un Estado reconocido y homologado internacionalmente, como tal se desenvuelve en un territorio con sus fronteras; se articula alrededor de la igualdad de derechos y es de todos, es decir: es indivisible, sus partes son formales, sin una de ellas su nuevo ser será otro. Insistimos, su soberanía y su territorialidad en ambos casos es una.
De la mano de los todopoderosos nacionalismos los desequilibrios entre territorios pueden desencadenar un proceso de inestabilidad no deseado porque puede poner en riesgo la convivencia. Dirigir la nave del Estado hacia un acantilado no es labor propia de un buen político, y menos aún de un político que ha de suponerse responsable. El problema de fondo, y que no es dirimido, es que cuando en nuestro Estado de las autonomías las comunidades entendidas como históricas por su idiosincrasia, su hechos diferenciales, su idioma, sus tradiciones propias, constituyen un conglomerado dispar que se intenta homogeneizar a golpe de doctrinario, lo que sucede es que el ciudadano pierde su individualidad en favor de un grupo convergente entendido en torno a una sustancia trascendente y determinante como la de cultura (antes, y no hace tanto, en torno a la categoría inexpugnable de raza). La nación de la que ahora se habla es la étnica. Como tal, y principalmente desde la periferia, se intentan crear estructuras de Estado alternativas, independientes, cuyo objetivo no es otro que la separación de España. En este caso una nación de naciones es un imposible, es un hierro de madera no sólo fantástico, sino peligroso.
Como curiosidad, por fenómeno olvidado, destacar que como tal, la nación étnica que mejor se ajusta a lo definido no es otra que la gitana. Ahora bien sus reivindicaciones son otras, y sus intereses, por lo que creo saber desde la distancia del caso catalán, están del lado de la continuidad de España como nación política. Sospechan de mitos nacionales imposibles y excluyentes enmascarados de sonrisas y embriagados de superioridad. Repito, es la gitana la nación étnica por excelencia y es la más olvidada, la más silenciada.
No debemos olvidar que la política ha de ser un arte que persiga prudentemente la estabilidad del Estado, que facilite la libertad del individuo, que le otorgue mayor número de posibilidades, que persiga el interés común; para ello ha de velar por el bienestar de los más débiles, ha de activar políticas de igualdad orientadas a la constitución de una masa media de ciudadanos mayoritaria. En la desigualdad la mecha de la inestabilidad, en la exclusión las cadenas del temor, en la superioridad asumida y anclada en un pasado tergiversado y a mayor gloria de quien lo asume el salvoconducto para transformar la violencia frente al otro en resistencia. Vamos camino de que una minoría bien dirigida y organizada imponga a una mayoría gobernada por el desafecto (entendido como mal político) y en algunos casos por el miedo, sus intereses de grupo. Nos encontraríamos así en una situación paradójica: la de una democracia trufada en donde la rebelión, el enfado, la frustración de una minoría instalada en la opulencia, impone sus intereses a una mayoría no tan opulenta.