El ganador es el silencio
Fecha: 30 diciembre, 2019 por: dariomartinez
Parece ser la tónica dominante. Nuestro presente en marcha avanza hacia no se sabe dónde. El pasado con el que se quiere contar es irrevocable, es el que nos ha tocado en suerte. De dichos restos nos hemos de nutrir de cara al futuro. Resulta imprescindible equiparse de aquellos que nos garanticen de forma prudente una mayor dosis de realidad, es decir más potencia, más posibilidades en el terreno de la dialéctica de estados en la que nos movemos. Hemos de medir nuestras fuerzas ante rivales poderosos, la mayoría de ellos aglutinados en torno a una idea de estado-nación incuestionable y que en su hacer persiguen el bienestar de sus ciudadanos, el interés general de los gobernados. En fin, la fragmentación interna es una oportunidad ni que pintada para debilitar exteriormente a un país.
Vayamos a lo de aquí. Reflexionemos mínimamente sobre la actual situación y uno de sus síntomas más destacados. Los protagonistas de la actividad política son los ciudadanos; el ejercicio sabio de sus derechos, el compromiso con sus deberes, es la mejor credencial para hacer de un país un territorio común más fuerte. Más allá de nuestro derecho al voto una manera de ejercer el sentido práctico de la política es la que se puede realizar a través del debate. Se ha de entender como combate de ideas, de buenos argumentos pergeñados por la razón y sometidos a la vía de la verdad. Debates confusos, difíciles, de continuos quiebros, de dudas, de soluciones parciales, de conflicto, de desequilibrios, de errores, de reconocimiento de nuestras limitaciones, cargados muchas veces de sentimientos, de sobreabundantes semilleros ideológicos fértiles para engendrar la mentira. En esta tesitura, el equiparse de ideas que articulen un discurso que haga ciudad, que haga de nuestro país un lugar mejor, requiere mucho esfuerzo, mucha constancia y momentos repletos de sinsabores. El problema que hoy existe es la imposibilidad de realizar a nivel de grupo ocasional un debate que abrace buenos argumentos. La tendencia, me parece, es que cuando se discute sobre algún tema relacionado con la política lo que domina es la falacia del argumento ad hominem. Los argumentos planteados no pueden ser nunca largos, extensos, precisos. La opinión impera, el relativismo capitanea en el falso diálogo, los dislates se toleran, y por fin la guinda del pastel es un asalto a la persona, previo interés por no querer escuchar los argumentos del rival. Como consecuencia de los tropiezos generalizados, hechos hábito, uno aprende. Como desenlace el silencio, asentir a temas que son cuestionables en aras a un falso reconocimiento de que en ellos no es posible la discusión sino el complaciente visto bueno. Vamos a la lapidación de la discusión, el debate en busca de lo mejor, de lo bello, del bien, de la justicia, el debate filosófico en el sentido griego y académico del término, está siendo enterrado por una posmodernidad en la que las dudosas verdades de la mayoría, por ser tales, por ser satisfactoriamente aceptadas, no permiten ser puestas en franca discusión. Sócrates hoy es condenado a muerte sin poder abrir la boca. Los temas dominantes por incuestionables crecen, la crítica se fagocita, la idiotez crece. Mal futuro nos aguarda. Espero equivocarme.