Mentira, poder y prudencia política
Fecha: 12 mayo, 2020 por: dariomartinez
Un confinamiento más abierto. La libertad de movimiento aún controlada y con el riesgo latente a un indeseado rebrote de la enfermedad. Mal de grupo, de rebaño, que resulta imposible de controlar a nivel individual, por tanto abrir la mano a las decisiones voluntarias e individuales, creyendo que sin la intervención del Estado en su afán por controlar al individuo a través del poder de la coacción, la razón dirigirá el hacer de cada ciudadano y lo guiará inexorablemente hacia el bien, es simplemente un error moral, no solo ético, porque pone en peligro la existencia misma del grupo.
Pronto se cumplirán dos meses desde el inicio del estado de alarma. Muchas son las reflexiones, abundante la información sobre los acontecimientos, en ocasiones en directo, en el instante de los fenómenos, en un presente confuso y articulado por nuestro pasado. Todos queremos saber más para procurar ser más prudentes. Es obvio que formamos parte de una comunidad política llamada España (alguno seguirá preso de ideales aureolares afines a la locura y no lo querrá entender y así lo que es una lucha de clases de estilo feudal o democrático posmoderno –etic– se ofrece torticeramente como una lucha entre Estados –emic– que necesitan dinamitar a la nación canónica para convertirse con el tiempo en naciones más débiles, limitadas y pobres, pero en sus élites más felices). Cada estado-nación fija sus políticas de lucha contra la pandemia en el ámbito de su territorio, dentro sus fronteras y ciñéndose al espacio delimitado y reconocido por el resto de Estados. Cada país aplica sus decisiones. En este periodo de calma, de inactividad, la capa basal del Estado se resiente y más cuando depende del turismo y los servicios a él asociados. Una paralización del sistema productivo puede generar situaciones no deseadas de tensión. El lobo de la distaxia del Estado puede mostrar sus fauces. Es obligado calmar ánimos, relajar tensiones, diluir la presión con ofertas de ocio, caso del fútbol profesional. Pero además es necesario mentir. Sin mentir, sin querer dejar atrás el infantil y arbitrario deseo kantiano de una ley moral entendida como imperativo categórico de la razón que anulaba por inmoral la mentira, incluso en situaciones de riesgo máximo para la propia vida, los problemas de convivencia se pueden agravar. Un mundo racionalmente perfecto de alcance universal, de la humanidad entendida por encima de la realidad como totalidad atributiva, ficticia, imposible en los finis operantis, puede convertirse en una realidad generadora de innumerables desastres mundiales en los finis operis. Líbreme la razón de quién habla en nombre de la humanidad, esa señora que avala cuando se la reivindica cualquier acción. La mentira es un recurso que ha de poder verse como eutáxico, facilita la pervivencia del Estado, de la sociedad política. Así un buen ejecutivo ha de procurar en la medida de sus posibilidades evitar situaciones de pánico que pongan en marcha acciones incontroladas, de anarquía, de depredación, de fuerza de unos contra otros. Aquí la mentira resulta terapéutica.
¿Por qué esta reflexión? Puede resultar extraña, una filosofía política dirigida hacia la mentira, un Sócrates contra las cuerdas, un Platón como enemigo de la sociedad abierta, un Platón que filosofa en favor de la propaganda del Estado como elemento disuasorio del querer aparente y gobernado por el alma concupiscible de la mayoría de los ciudadanos. Una crítica sin disimulo de todo fundamentalismo democrático, un disimulado guiño a la razón de estado de Maquiavelo. La razón para dar cuenta de lo dicho es sencilla. El manejo de las cifras de contagiados y muertos por el SARS-CoV-2 en los diferentes países del mundo. El registro, sin entrar en detalles, sin un análisis sistemático que permita dilucidar cada caso concreto, es muy confuso. No está nada claro ni el positivo de cada diagnóstico ni están acreditadas las condiciones que permitan diagnosticar el fallecimiento por el COVID-19 de cada persona, es decir no se sabe aún a ciencia cierta qué criterios escoge cada país. Lo que sí sabemos es que son diferentes, y lo que sí es fácil concluir es que el manejo de dichos datos facilita el control de los que gobiernan sobre los gobernados, más allá de la posibilidad de otras medidas de coacción ajustadas a ley. Los datos exitosos de otros pueden ser la coartada perfecta para presentarse ante los suyos como un ejecutivo que con su hacer racional gestiona una crisis sin precedentes y con grado de éxito que sólo pude ser laudable. Pero no acaba aquí, esa ejercicio prudente de la mentira, en el hacer y en el decir (por eso es bueno no hacer demasiadas declaraciones públicas), arranca el beneplácito de terceros países y, en esta maniobra de ficción, se consagra toda una hegemonía política, sirviéndose de un mito, de una patraña, se justificará la política interna y externa de un Estado. En la plataforma europea es evidente que la sumisión de unos sirve para la eutaxia de otros, esta es la dialéctica de Estados. Es por ello que se auguran unas líneas maestras de la nueva política europea favorables a los que han salido ilesos de la pandemia, su jugada trampa puede salirles bien, sobre todo cuando no se cuestiona, se acepta, y se asume para poder ir, en una evidente situación de debilidad, a pedir mecanismos legislativos y económicos que permiten salir de la puesta en marcha de una verdad proclamada a los cuatro vientos (impacto de la pandemia) y que nos puede postergar a una esclavitud de deuda de larga duración, a una cantera de mano de obra barata, a un sistemático suicidio demográfico, a una desindustrialización feliz de nuestro ya mermado tejido productivo, a un aumento fulminante del paro y a una emigración de nuestros jóvenes sin precedentes.
La baraja de los datos de la pandemia viene marcada. El juego no se materializa entre iguales. Europa vista desde Alemania y otros países favorables es una entidad en lucha permanente, es una biocenosis, una totalidad distributiva en la dialéctica de Estados y de clases sociales enfrentadas en la lucha por sus intereses. Europa vista desde España es una totalidad atributiva, formada por partes diferentes, pero que lucha por el bien de los ciudadanos europeos, de todos ellos, sin importar si son italianos o españoles, o catalanes, vascos, padanos o sicilianos. Una mentira que unos saben y otros infantilmente quieren ignorar.