Kant y su Dios (I)
Fecha: 31 agosto, 2020 por: dariomartinez
En su libro intitulado El mundo como voluntad y representación Schopenhauer advierte al potencial lector que la aproximación a su obra requiere al menos de dos lecturas serenas y comprometidas. De otro modo, entender su pensamiento requiere mucho esfuerzo.
Me aplico el recetario, hago mía su sugerencia y oriento mi interés como lector a la obra maestra de Kant: La crítica de la razón pura. Mi memoria de rocín flaco todo un imperativo. Es su obra más completa y los es por su sistematicidad. Pocos son los filósofos que alcanzan tal condición. Como heredero de la escolástica y preso de la lógica de Aristóteles, de la geometría de Euclides y de la Física de Newton aborda con detenimiento el asunto para nada baladí de la existencia de Dios. Como idea es trascendental. Carece de representación empírica, está fuera del tiempo y del espacio, no es un fenómeno, no hay ningún objeto externo ajeno a nuestra conciencia que sirva de referencia, está fuera de toda experiencia posible.
Los intentos por demostrar su existencia son múltiples. El poder argumentativo de la más excelsa filosofía lo intentó a lo largo de la historia del pensamiento occidental. Kant dice que la única conclusión es una ficción en forma de ilusión trascendental de la razón, ayudada de una imaginación que sintetiza conceptos y prescinde por imposible de los fenómenos. Ficción de la razón natural, no arbitraria, e inherente al ser humano. Tiene, la razón, como objeto el entendimiento, al igual que el entendimiento tiene como objeto lo sensible.
Queda claro que la idea de Dios para Kant nada tiene que ver con un proceso histórico y social, es decir con su origen, su cuerpo y su curso (no es así el caso de Hegel). Los argumentos a priori propuestos para su demostración son tres: el fisicoteológico, el cosmológico y el ontológico. Puros fuegos de artificio, uso de juicios en forma de silogismos dialécticos, sofísticos, disfrazados de demostración al más puro estilo apodíptico.
Dios es una idea. Dios es en el fondo una idea humana, una fe santificante y determinante de la acción práctica pura, del deber ser. La ética kantiana es la ética protestante por excelencia, pietista para ser más precisos. El individuo, su conciencia y su fe su púlpito.
La razón, la crítica a su hacer sin manos, conducida hasta el límite de su imposible praxis humana material. La idea de Dios (junto a la inmortalidad del alma y la libertad) vacía, sin atributos, incognoscible…necesaria para la buena acción práctica. El ateísmo y la virtud inmiscibles. Dos conclusiones:
- La razón espoleada hasta su más honda capacidad logra como trofeo un Dios desconocido. Pobre premio para tan loable virtud humana.
- El fundamento de la ley moral, el principio regulador de la acción práctica pura humana incognoscible por trascendental, o lo que es lo mismo por nouménico. Luego lo que es absolutamente desconocido torna ser nada más y nada menos que el principio que coordina a modo de sistema toda la ética formal kantiana. Un tanto descorazonador. Su mayordomo que lo entendía bien sólo pudo manifestar su silencio con lágrimas. ¿Cómo someterse a un Dios tan imposible y estéril?
El bagaje de todo su sistema es pobre, demasiados límites a la razón, le reprocharán sobre todo los filósofos idealistas alemanes. En parte porque toma como principio inexpugnable de su sistema lo desconocido, lo irreal, aquello que para ser no necesita existir. Ajeno al hombre a nivel gnoseológico y ontológico. Ahora bien, dicho vacío no es inalterable; su lugar puede ser ocupado. A falta de Dios, algún ego diminuto puede elevarse y hablar, dada su fe inquebrantable, en su nombre. Dios puede ser revelándose «humano, demasiado humano».
Kant decía que el pueblo alemán estaba preparado para obedecer. El «uso de la razón privada», del funcionario, del militar, debía regularse por la obediencia. Como funcionario civil, también como ciudadano del Estado «no tiene derecho a razonar». Esta obediencia se materializó en ley, su horror a la novedad en forma de desorden la habilitación perfecta para mantener al Estado en el tiempo y garantizar su existencia práctica. El «uso de la razón pública» destinado a los lectores, pocos los de sus obras, y no digamos los de las obras de Hegel que veía en los funcionarios lo que en Marx más tarde sería la clase trabajadora de una nueva sociedad política humana, inicio de la historia y fin de las desigualdades. En definitiva, una razón pública censurada. La mayoría de la población no estaba capacitada para su lectura y menos comprensiva.
La llegada de un Dios encarnado, plagio de la figura de un Cristo presentado a sus fieles de forma racional, ficticia, mitificada, capaz de cohesionar en su momento un Imperio como el romano, un ideal que podía merecer la pena repetir. En el siglo XX algunos pueblos exacerbados lo intentaron y fracasaron.
Esperemos que no se repita una nueva Europa kantiana.