Con el cincel de la crítica filosófica: Otoño, Ali Smith o de cómo matar el tiempo
Fecha: 8 noviembre, 2021 por: dariomartinez
Es un análisis de aficionado, tal vez espontáneo y por ende laxo, abierto a cualquier tipo de majadería, por cierto tan esperable y habitual entre muchos de los profesionales de mi gremio. Pretenderá construir un enfoque que asocie su obra con la filosofía. No es el momento para explicar cuál de ellas, hay muchas, y todas ellas dialécticamente enfrentadas, el acuerdo aquí resulta menos real que la nieve frita o los cíclopes bizcos.
Vayamos a la obra, desde lo más genérico a lo más particular, dándole la vuelta al proceso argumentativo de Sócrates. Hablamos de una obra de arte, por el momento adjetiva, es ineludible que vaya asociada a un presente en marcha, que responda a unos intereses (caso de la editorial), a unos presupuestos ideológicos y doctrinales ineludibles. Es un ejemplo de arte porque supone un «saber hacer», pero ese hacer no se queda en la cosa (Das ding), tampoco en la producción de un artefacto dirigido a la utilidad como meta de su verdad, es decir no es pura tecnología; el arte como nos desvela Heidegger trasciende ambos resultados si bien el filósofo de la «temporalidad» se decanta por el ser en detrimento de la cosa, el ser es un ente posible y lo interno y esencial son los sentimientos, las emociones, la voluntad del autor, la obra de arte en sí, su materialidad, no le interesa. Heidegger consolida en el terreno de la estética el expresivismo.
Como obra de arte literaria ha de contar con: la escritora, el libro, el lector y un transductor, es decir alguien que la interprete para los demás. Cuenta con el lenguaje escrito y ésta es la herramienta humana más perfecta para dar cuenta de la realidad, es el mecanismo por excelencia para explicar nuestro mundo entorno, en la obra escrita no es posible la abstracción fruto de la experiencia sobre lo dado, sobre lo representado y absolutamente libre (sin entrar aquí a discutir lo que esto quiera decir), no hay una obra publicada que sea un sinsentido, una unión sin reglas sintácticas ni gramaticales de letras, pura prosodia; sí hay artes abstractas donde no hay lenguaje articulado: pintura, escultura, cine, música, etc., pero donde hay lenguaje no es posible. En la obra literaria puede haber analogías, análisis, metáforas, imaginación, fantasía, distorsiones de lo real, despieces más o menos abstractos, con todo en la literatura el compromiso con la verdad no es para nada exigido, no hay un vínculo exacto con lo ontológico como sí ha de haber en la ciencia, la tecnología o en la filosofía (se supone).
Ali Smith analiza la realidad, parcelas inconexas, y las explora para darles un quiebro. Creo que es aquí donde está el hilo fragmentado de su propuesta, su collage literario: «Estás usando una palabra incorrecta, señor Gluck. Un collage es cuando recortas imágenes o formas de colores y las pegas en un papel. Pues yo te digo que el collage es una institución docente donde todas las reglas pueden cuestionarse, donde el tamaño, el espacio y el tiempo, el primer plano y el fondo se vuelven relativos y que gracias a eso, todo lo que crees saber se convierte en algo nuevo y desconocido». Lucha por liberarse de ataduras tradicionales y se instala en la posmodernidad. Lo esencial ahora es el relato, el discurso ejecutado para deconstruir lo existente, ya no es momento para los grandes relatos comprometidos con la verdad, atrás por inmorales e inoperantes han de quedar los grandes y salvíficos doctrinarios políticos, científicos y religiosos. La filosofía crítica y de corte académico ha de ser anulada por la filosofía de la sospecha de arraigo nietzschano. En la posmodernidad hoy dominante ya no hay grandes tramas narrativas se nos dice, todo lo real ya no es racional (Hegel), sino que se constriñe al tercer mundo semántico. Todo es lenguaje. Ya no hay fronteras, el mundo en marcha se globaliza, el relato que ya no es una fábula perversa se vuelve con el músculo de la razón y la confusión más potente, se amplia e incluso se universaliza: fragua mitos que permiten subvencionar vía impustos proyectos espaciales costosísimos en busca de vida (de otra manera inviables), e incluso se activan los primeros pasos para que los animales más próximos (primates), pueden en algunos casos ser con pleno derecho considerados «personas no humanas». Los grandes relatos dejan paso al gran relato, lo irracional se torna más irracional. La posmodernidad domina. Del Estado de bienestar al Estado de malestar.
Ahora la ética moldeada en el individuo será subordinante de la política (y de la moral). Es el momento de la rebelión de la minorías por inacción de las mayorías, la desafección dominante dejará paso al protagonismo político y ético de los menos y mejor organizados que hablarán en nombre del pueblo: «En todo el país había júbilo y tristeza […] En todo el país, el país estaba dividido: una valla aquí, un muro allá, una línea trazada aquí, una línea cruzada allá»
¿Dónde se encuentra la esencia misma de la propuesta de Ali Smith? En la conceptualización pictórica de lo que no es otra cosa que devenir, movimiento, cambio, vida infecta que no perfecta. Quiere paralizar lo vivido, aspira a la «quididad» como esencia que permanece en el tiempo: «Hoy parece un senador romano, con su noble cabeza dormida, sus ojos cerrados, imperturbable como una estatua, las cejas un simple instante de escarcha». Transforma lo narrado, lo procedimental, en un contenido práctico sin tiempo, sin orden, sin nexos y menos necesarios: «Luego se pregunta si existiría un plan para disecar niños reales y colocarlos en las estaciones de tren». Vuelca en la obra lo que en acto no es otra cosa que movimiento, pura potencia en tanto que potencia (Aristóteles): «Era emocionante que los fotógrafos que la fotografiaban a ella no pudieran excluir sus obras de arte de las fotos si ella posaba como parte de su arte». Conceptualizar la realidad supone una tendencia natural a un reposo clausurado e imposible ya que componer términos requiere someterlos al movimiento, luego ¿cómo puede haber sitio para la razón donde sólo hay quietud en la obra de arte consumada y que expulsa el tiempo? ¿Cómo atrapar una parcela de la realidad que es puro devenir? ¿Quizá sutituyendo lo esencial por lo accidental e incluso lo lógico y con sentido por lo irracional? Ahora lo divino no es el Dios del estagirita conocido teóricamente y perfectamente por vía negativa, identificado desde la filosofía primera (teología) como ser inmóvil, acto puro, ahora lo divino será la obra de arte, una entidad si se me permite fetichizada y como valor artístico sacralizada, en parte contenido material de los nuevos museos, lugar de espera en el que el fiel mediante la contemplación desinteresada, sin fin final (Kant), emitirá si es su voluntad libre un juicio estético sobre lo vivido como un sentimiento del gusto. Por tanto, la obra de arte aspirará a permanecer en el tiempo, a segregar de su final al sujeto operatorio, a su creador, y mostrar en el resultado sus formas de entender la realidad, su novedad. Tratará de segregar a su autor para incorporar al receptor de la obra y alcanzar lo universal. Hacer de su obra un arte vacío de ideologías, de intereses espurios, vehicularizador de ideas que como las cadenas áureas imantadas en el Ion de Platón unan la obra literaria con el lector. En su finis operis, que no operantis, el arte se constituye en sustantivo. Es como obra un elemento ineludible de estabilidad de una entidad política que con sus contradicciones lucha por hacer dominantes las ideas en ella paridas (v.g. Reino Unido): individualismo, cosmopolitismo, liberalismo, libertad de, tolerancia, solidaridad, autonomía, respeto, entre otras.
Como en John Keats, Oda a una urna griega, busca detener el tiempo representando el devenir de lo vivido: «Poeta del otoño, en la Italia invernal donde moriría jugaba con las palabras como si no hubiese un mañana. Pobre tipo. Realmente no había mañana». Aquí está, creo yo, el verdadero carácter psicagógico de Otoño. Su propuesta es un contrato de fidelidad con el lector, su fin que sea leída, que el otro, el individuo indiferenciado que acude a su literatura, culmine la obra, la finalice, la lea y se interrogue sobre los temas narrados a través de hitos yuxtapuestos, y sea suspendido al interior de su relato dejando de lado por un instante la prosa de la vida, sus vicisitudes, inquietudes, temores… , e inicie con su preguntar una nueva senda tan diferente como cada una de las hojas de los árboles: «Siempre, siempre habrá más historias. Porque eso son las historias. (Silencio). La infinita caída de las hojas». En mi caso particular lo logró una vez distanciado de la obra, cuenta, debo decirlo, con cierta retranca lo que permite pasar de la indiferencia inicial al compromiso hermeneútico final. Es obvio que soy un lector de argumentos tardíos y de sentimientos sin extraer, lo más íntimo en mí ha quedado intacto.
Rescata un pasado deshilvanado. Su persona es una concavidad de experiencias atrapadas por el hilo de la memoria que le permiten diseñar el futuro, un futuro que puede ser ficticio pero que empujado por el tiempo se transformará, desde la mente de una niña, en un pasado contingente capaz de fraguar el día a día de su persona: «Algo más que tenemos en común, ella y yo. En realidad, según la historia que he vivido, diría que su nombre de pila, Elisabeth, significa que es muy probable que algún día de forma totalmente inesperada, acabe siendo reina y su cara acabe saliendo en las monedas». Aquí la épica de una memoria histórica (con minúscula) injertada en su presente, quieta, no olvidada por el rigor del paso del tiempo. El problema es que la Historia (académica y con mayúscula), que ha de ser entendida para ser racionalizada y no memorizada, va por otros derroteros y en ella se priorizan los acontecimientos no por la naturaleza de su origen sino por los resultados de las decisiones tomadas y ejecutadas en su momento. Ya nos lo decía Herodoto: «La Historia empieza donde acaba la memoria». Por eso quiere desde la memoria rescatar a una artista para hacerla protagonista de un pasado olvidado y menos entendido, ni histórico, ni Histórico: «Pertenecía a una exposición de hacía unos años. Pauline Boty, pintora pop de la década de los sesenta. ¿Pauline qué? ¿Una mujer, pintora pop británica? ¿En serio? Aquello interesó a Elisabeth. Estudiaba Historia del Arte en la universidad y había discutido con su autor, que afirmaba categóricamente que no había ninguna mujer artista en el pop británico, al menos ninguna digna de mención, y que esa era la razón de que no apareciesen, salvo de forma anecdótica, en la historia del arte pop británico». Una Paloma Romero «Palmolive» que como en su arte punk fundacional, inglés y femenino también pasó a engrosar las listas del olvido. ¿Un grupo The Slits de mujeres punk inglés y con una española?