ZEQUI
Fecha: 24 diciembre, 2021 por: dariomartinez
Pasa como en la lectura, en ocasiones no encuentras las ganas necesarias para escribir sobre ningún tema. Mi blog, una especie de cuaderno de bitácora comprometido con unas ideas construidas desde el tiempo dedicado a la lectura infatigable e infinita de otros, estaba detenido, sin novedades. Por desgracia me sobrevino el tema y lo primero que me vino a la cabeza es la necesidad de darle las gracias a toda mi familia por inculcarme la afición imperecedera de la lectura, no de cualquier lectura, sino de lecturas seleccionadas por la criba del saber. Mi casa era una pequeña gran biblioteca en donde la familia numerosa que éramos se hacía más amplia gracias al Capitan Trueno, Jabato Color, Mortadelo y Filemón, pero también autores como Chéjov, Steinbeck, Victor Hugo, Kafka, Delibes, Vargas Llosa, García Márquez y por encima de todos El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha de Cervantes, libro que siempre podíamos encontrar en la mesita de noche de la habitación de mis padres. La lista no se cerraba aquí, en mi casa estaban los clásicos de la filosofía griega: Platón, Aristóteles, Diógenes el cínico, los filósofos modernos: Descartes, Voltaire, Rousseau, Kant y contemporáneos como Marx, Comte, Nietzsche, Foucault, Weber, Ortega y Gasset, y Gustavo Bueno entre otros. Ellos fueron la semilla de mi inquietud por la filosofía. Fueron el cebo perfecto, y detrás de todo ello estuvo con un protagonismo noble mi querido hermano fallecido Zequi. Era un buen demiurgo, manejó los hilos de mi juventud, me dio manga ancha, él y el resto de mi familia, también me marcó unas fronteras de actuación, me permitieron reconocer lo que estaba bien y mal, y supe reconocer los errores, virtud asociada a la libertad según Espinosa, pero he de resaltar aquí que también fue mi mecenas en los estudios de su querida filosofía, él me becaba con una cantidad mensual de 5000 pesetas para la compra de libros, mi única obligación era leerlos y deliberar sin límite de tiempo y en torno a una botella de sidra sobre su contenido. Era una reproducción a pequeña escala del Banquete de Platón, claro está, él no era otro que el personaje de Sócrates.
Comenzaré por unas palabras que no son mías, pero que las hago mías. Son de mi querida mujer. La dejo hablar a ella:
«Hemos venido a llorar la muerte de Zequi aunque él hubiera preferido que celebráramos su vida por que no muere quien no ha vivido y Zequi lo hizo, con prisa sólo en la partida.
Tu ausencia nos deja un vacío enorme lleno de momentos compartidos y es por ello que tu pérdida cuñado, querido amigo, anega mis ojos de lágrimas pero tus recuerdos iluminan mi cara con una sonrisa.
Enseñaste a las crías, V. y V., a nadar, a trepar a los árboles y a jugar al ajedrez, y fuiste para ellas el abuelo que tu padre no pudo ser y un maestro entrañable de la vida.
Por todo ello, gracias Zequi».
En el cementerio parroquial de Valdesoto (La Vallina), adiós pronunciado desde el cariño y la admiración por mi mujer, ante los presentes que supieron entender lo que para todos significó. Día nublado, inicio del invierno, despedida sencilla pero fraguada para el grato recuerdo. Se nos fue con las últimas hojas del otoño una vida única. Ya no está entre nosotros pero sigue siendo, su persona le trasciende, porque su persona no se cancela con su cuerpo. Zequi ya no está en la realidad, pero se ha instalado, fruto de su hacer en vida, en el recuerdo, en nuestras particulares memorias, lugar ideal para las ficciones que cada uno de nosotros libremente irá construyendo, pudiendo estas tener la fuerza suficiente para influir en el futuro de cada uno de nosotros y de los más cercanos a modo de cadenas aureas imantadas. Eso haremos L. y yo, queremos que quede en nuestras dos hijas, que su recuerdo sea catártico, enriquecedor, que su hacer en vida adquiera el poder psicagógico suficiente para conducir sus vidas, para que puedan ellas explorar nuevas realidades por venir buscando alternativas, dándoles si las circunstancias por prudencia lo aconsejan quiebros o no a la realidad, pero consiguiendo que sus vidas sean mejores. Esta es la fortaleza de Zequi, su gran generosidad espinosista: «Por generosidad entiendo el deseo por el que cada uno se esfuerza, en virtud del solo dictamen de la razón, en ayudar a los demás hombres y unirse a ellos mediante la amistad», nos decía el célebre sefardí holandés, una amistad entre iguales, alejada de la bestialidad y la divinidad falsamente atribuidas que todo lo corrompen, manteniendo la distancia justa para hacer de ella una relación duradera y sincera, además de comprometida con su persona y su palabra. Zequi era un hombre de palabra, un paisano que cuando daba la mano el trato estaba cerrado, comprometido con lo prometido y haciendo de su persona el anverso de la hipocresía.
Su vida fue una trayectoria por el tablero de su amado ajedrez. Ocupó con cada uno de sus años las 64 casillas del tablero, blancas y negras, con sus momentos dulces y con sus momentos amargos. Jugó a ganar y sobre todo a saber admirar al que en la lucha noble vence porque desde él, cual niño a hombros de un gigante, se aupaba a la atalaya del saber y desde ella descendía para darle la mano a ese niño cualquiera que con él podía dar los primeros pasos hacia el bien. Zequi se impregnó de la imaginación de los niños, no los tuvo, pero los tuvo porque lo admiraban. Ellos le dieron su nombre y se lo agradecía con su firma. Con él empezaron a caminar en el agua, en el juego infinito y bello del ajedrez, y en mi caso particular en la filosofía. Los niños eran el primer paso necesario para ser un buen educador, había que penetrar en su mundo, captar su mensaje, y elevarlo con el mito. Zequi era nuestro modesto Platón local, atraía a los niños con sus historias, con sus narraciones en forma de mito que acudían a lo emocional para impulsarlos hacia la verdad. Quería que sus discípulos se despegaran del maestro, que fueran autónomos, mejores, y vieran en él una buena apertura para el medio juego y final de la vida. Lo hacía por afición, no era un profesional, no cobraba por ello, no era un sofista impregnado de egoísmo. Acoplaba como nadie el juego y el saber, y reivindicaba como nadie el protagonismo del niño. Estaba agradecido porque más que enseñar él aprendía. Cada niño era un reto, una ilusión, especialmente sus dos sobrinas.
Fueron su más contundente admiración. Las enseñó a nadar. Su método, o mejor su camino hacia el saber técnico del andar sobre el agua, pura genialidad. Congreso de jóvenes entrenadores nacionales de natación en Zaragoza, inicio de los años 80. Participa como ponente con una comunicación innovadora. Por supuesto comprometida con los niños, la dirigió a su curiosidad por explorar nuevos mundos, adquirir nuevas destrezas, fortalecer su inteligencia, todo ello de la mano sincera y tierna de los que como bebes más quieren. En el agua el niño no puede estar sólo, es decir, no debe usar flotadores, ni burbujas, ni manguitos, ni almohadillas, nada. ¿Entonces cómo aprender desde los seis meses a nadar? Sus padres serán los flotadores, los dos, ellos lo acompañarán en el vestuario y en el agua, el niño ha de ver que en el agua no está sólo, acompañándolo pierde el miedo, disfruta, juega, se hace amigo de algo tan maleable como el agua, la hace suya, se aventura en ella, se permite voluntariamente conquistarla y así sin darse cuenta los padres cortan el lazo con el niño y cuando nadie se lo espera el niño nada sólo. Como todo saber requiere tiempo y hábito, virtudes éticas aristotélicas que Zequi conocía perfectamente, sabía que no había nada más práctico que una buena teoría. En los niños que con él nadaban siempre había algo de la Grecia que amaba y no tenía reparos en manifestárselo; «el ánimo en forma de mito permite llegar a la cumbre» dejó escrito en uno de sus artículos. Gracias a él cuando mis dos hijas naden podré sin miedo a equivocarme ver a Zequi con ellas. También es cierto que muchos ya mayores y bien sea por afición o necesidad cuando se van a zambullir en el agua acuden con la tranquilidad que les brindó su primer maestro, y eso ya no se lo quita nadie.
Dos anécdotas. Distantes en el tiempo, pero que permiten entender a Zequi. Me embarqué felizmente en la aventura de ser padre hace ya más de once años. Zequi acudió en nuestra ayuda con su ironía, con la autoridad como justa medida entre el ordeno y mando y el mero consejo, y para ello nos trasladó un mensaje cargado de sentido y eficacia para intentar tener una luz que abrace un proceso tan complejo como es el de la educación de un hijo: «cuando vayas a un bar a tomar algo con tus hijas nunca les recrimines por su inquietud, por su permanente movilidad, por no saber estar sentadas a la mesa, porque el error no está en ellas, ellas como niñas hacen lo que deben hacer, el problema pues no es de ellas, es tuyo y lo es, [y aquí su admirado saber], porque eres tú quien no se mueve». Con esta lección en el bolsillo orienté mi labor pedagógica pero también me permitió ver el error en otros, así comprendí gracias a Zequi que la quietud artificial de un «niño pantalla» no es otra cosa que un mal, es decir no es para nada virtuoso el ofrecimiento sin límites de un mundo que robe sus infancias esterilizando su curiosidad por el asombro del saber (otra vez Aristóteles, su amada filosofía entendida como aspiración al saber sabiendo que no se sabe). La otra, más reciente, de ayer mismo. Muchas personas no pudieron acudir a su último adiós. Acababa de coronar su peón y finalizar la partida de la vida. Recibo dos llamadas. La primera es del Sr. Decano de la Facultad de Ciencias de la Educación, me trasmite su pesar sincero. Poco después recibo una segunda llamada de un teléfono también desconocido, es una de las señoras de la limpieza de la Facultad, en su nombre y en el de las compañeras transmite su pena. Lo querían por igual tanto los reyes de su mundo particular como los peones. Era admirado por todos y eso no es fácil, es de los menos.
Me despido dejándolo hablar a él y extraigo una cita que reproduce mejor que ninguna otra cosa su semblante, su persona más íntima, su ser académico o de silla, y mundano o de camino: «En la espléndida Historia de la filosofía de Bertrand Russel, dice de Platón que es un autor del que no sabemos si sabemos mucho o poco, porque en sus diálogos pone sus pensamientos en boca de Sócrates. Pues bien, desde la más modesta opinión, podemos asegurar que cuando Sócrates conversa, y conversar significa sobre todo estar de pie gesticulando o andando, es cuando manifiesta sus opiniones. En cambio, la figura de Platón se hace notoria en el momento de que se dialoga, o bien sentado o descansando sobre las espaldas, a la sombra de un plátano como podemos apreciar en el texto. Platón funda la academia, lugar fijo y donde cada discípulo ocupaba un sitio determinado, un orden, una posición fija. Por contra, Sócrates hablaba con la gente en la calle, en el mercado, en el ágora, o sea, en lugares abiertos e inestables a la presencia de interlocutores, que podían ser a tiempo parcial o a tiempo completo, que van y vienen, entran y salen de la conversación sin que por ello sea menester llegar a un final feliz o deseable. En definitiva, Sócrates prefiere la palabra a la escritura, el camino a la silla» (1).
Vaya esta carta como muestra de amor. De tu hermano pequeño, filósofo como profesor de enseñanza secundaria gracias a tu maestría.
(1) Se puede consultar en https://www.efdeportes.com/efd195/mandemos-a-paseo-a-platon.htm