Las males artes de un fenómeno
Fecha: 15 enero, 2022 por: dariomartinez
Kant lo tergiversó, quizá entre algunos sea difícil de entender. Nuestros años de germanización y docta ignorancia aupada a la jerigonza del (falso) saber académico nos hacen entender sólo por fenómeno aquello que es percibido, es decir alterado por nosotros en tanto que seres con capacidad de aprehender lo externo y darle coherencia. El fenómeno, pues, limita siempre nuestro saber, reconozcámoslo, convirtiendo en epistemológicamente inaccesible lo «nouménico» o en sí. El fenómeno es el contenido conceptualizado desde lo sensible por el entendimiento, es el saber preciso de las ciencias, la barrera infranqueable de la razón pura y crítica. Del lado de la ideas, de lo «nouménico», lo insensible, la razón práctica sin estética, más allá del espacio y del tiempo, y con el suelo firme y desconocido de un Dios vacío. ¡Menudo barullo inauguró el pietista Kant! En él están todavía la mayoría de los filósofos alemanes atrapados por una hiperreflexivilidad idealista y en remolino, diríamos sin miedo a equivocarnos que se ha convertido casi en un rumiar desquiciante. Sus recetas inoperantes con todo cobran fortuna en el pensamiento ajeno. Lo alemán se diviniza, sus errores de bulto durante buena parte del siglo XX, se perdonan. El krausismo se afianza en forma de idealismo alemán degenerado en nuestro país.
Vuelta del revés, el término latino «fenómeno», hoy de uso mundano en la lengua española, por cierto lengua ineficaz para la ciencia, la filosofía y todo aquello que tenga que ver con el mundo espiritual, o cultural, tanto monta, monta tanto, según sesudos pensadores teutones como Hegel, Fichte o Heidegger, significa (curiosamente en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española aparece como segunda acepción): aquello que se sale de la norma, extraordinario, singular, sorprendente, ya sea por su hacer, v.g. Messi y su técnica futbolística, o por su ser, v.g. un ternero de dos cabezas. Todo el mundo lo ejercita, lo entiende, y en este saber mundano, y en menor medida en el saber académico y propio de la mayoría de nuestras élites intelectuales, lo que se sale de la norma, de la regla, de las leyes impersonales de la naturaleza, se entiende como «fenómeno».
Es un caso particular por extraordinario, y este atributo no ha de ser para nada moralmente bueno, puede ser un hecho identitario, que ya presupone una plataforma en marcha y sustanciada a la que se procurará retornar a la vez que se la interpreta como axioma matemático (no necesita ser demostrado, es un principio coordinador de todo su sistema ideológico), y evidentemente se entenderá como existente e indubitable; bajo este prisma fundamentalista y dogmático no hay lugar al diálogo, si se muestra, si se explica se acepta, sin más. Yendo a nuestro asunto, en muchos casos ante un «fenómeno» por ser anómalo se intervendrá con las mejores tecnologías a nuestro alcance, caso de una operación quirúrgica para separar siameses, o bien se intentará doblegar con la palabra para dominar, y si es el caso transformar, lo desordenado en ordenado, valga como ejemplo un tratamiento psicológico que actúe sobre un paciente enfermo o cuando menos trastornado. En cualquier caso la idea de fondo, fuerza, sería retornar al canon humano de Policleto.
Pues bien, las palabras del Sr. Garzón son propias de un «fenómeno». Son extraordinarias, de no ser así no serían más que unas declaraciones normales y sin interés, particulares, sin recorrido público. Es bien sabido que hoy las majaderías por abundantes ya son algo común, difícilmente encuentran el eco que persiguen, la fama inmerecida a través de un «me gusta» parido por un público cualquiera atado al anonimato es algo que por frecuente se torna anodino. En el caso del ciudadano Garzón sus palabras brotan de un personaje público de la política española, como tales cumplen una función y el resultado de su análisis podrá permitirnos entender sus consecuencias y el grado de prudencia como virtud política practicada por el Sr. Ministro de Consumo.
Está imbuido de una nematología monista formal de corte psicológico o segundogenérico, lo real está en el tiempo pero no en el espacio. Las ideas no delinquen, la verdad es desvelada sólo si se posee la capacidad suficiente, léase inteligencia, para no doblegarse al poder del Otro (terciogenérico, más allá del espacio y del tiempo), del ser que va más allá de cualquier voluntad individual, absoluto con rostro capitalista y causante de un problema de malestar generalizado a nivel psicológico, lo que se transforma en una enfermedad de tipo individual, merecedora de un tratamiento más psicológico que político, y que al ser perversamente común hace que la «buena gente» viva en un estado permanente de malestar, miseria, coacción, en definitiva, y con los restos mal entendidos del naufragio marxista, alienado y para más inri mal alimentado. Estar en el perpetuo estado de bienestar significa desmercantilizar la economía, desafiar el sistema de producción recurrente y alienador sin límites ni trabas legales que puedan impedir el borrado, la desaparición, la libertad de los sujetos individuales; estos, qué duda cabe, serán universales, trascenderán las fronteras nacionales, serán ciudadanos del mundo, luego el Sr. Garzón representa no a los ciudadanos españoles sino a los ciudadanos de la totalidad del planeta Tierra, vela por los interés globales de todos nosotros (animales incluidos, y si se tercia extraterrestres), por la salud de los individuos de todos nuestro maltrecho globo (insistimos, animales domésticos pequeños y grandes incluidos) y así asumiendo el discurso interesado de las potencias dominantes que lo proclaman y lo practican, eso sí, fuera de sus fronteras, lo compra y lo asimila como parte del nuevo cuerpo ideológico de la «izquierda divagante» (Gustavo Bueno) que mira más allá de las fronteras nacionales, que apuesta por metas más elevadas, más culturales, más éticas (independientemente de que se sepa lo que esto quiere decir), para nada morales y menos aún políticas. ¿Primera piedra para alcanzar la homologación jurídica necesaria que permita que en nuestro menú se consuma carne más sostenible, ecológica, verde, nunca los lunes, y que sea ética? Parece que la respuesta nos conduce inevitablemente a los planes filantrópicos del magnate de las comunicaciones Bill Gates.
El Sr. Garzón atiende a la dialéctica de clases y no se da cuenta, no le da la vuelta a Marx, que la dialéctica hoy dominante, que no exclusiva, que se puede disociar pero nunca separar, es la de Estados, y en la espacio dinámico y tenso de la geopolítica los países dominantes, grandes, de más peso, intentarán doblegar a sus rivales dividiéndolos, y para tal proyecto nada mejor que poner a dirigir, a ejercer el poder, a aquellos que niegan la condición de España como estado-nación. Alentando el nacionalismo de campanario, la desintegración en tantos pueblos como lenguas vernáculas haya, entendidas éstas como vehículos ideales para el fluir puro del espíritu o gracia de una colectividad que se supone como eterna e histórica, lenguas liberadoras y oprimidas por las lenguas mayoritarias al servicio de los restos de los imperios dominadores de siglos pasados, herramientas fatídicas y degradantes que debían ser superadas arrojándolas a su no uso (Marr), harán de los nuevos países independizados estados neofeudalizados y con ello, y de paso, subordinados por su poco peso en la política internacional y por su deuda contraída en su proceso democrático de lucha liberadora; el apoyo a la constitución de patrias chicas de terceras potencias extranjeras es una constante en la historia, es el caso palpable por ejemplo de los imperios generadores español y soviético debilitados y divididos por fuerzas internas espoleadas cultural, militar y culturalmente desde fuera.
Con las declaraciones a la prensa inglesa (The Guardian) del Sr. Ministro se favorece que nuestros enemigos vivan mejor, se logra que el circuito de exportaciones cárnicas españolas sea cuestionado, es decir el escepticismo puede interrumpir el actual recorrido completo de producción, distribución y venta. Degradar el «saber hacer» del país que un alto cargo político representa inevitablemente lo incluye a él, por mucho que crea que con su elevado saber, su destreza fruto del conocimiento preciso de la ciencia, eluda tal condición. La nueva intelligentsia es sobre todo germanófila o anglófila, somos los activos más eficaces de la idea mito, oscura y perversa, de la leyenda negra española. Sólo aquí se denuncia que se produzca mal y no se atienda al bienestar animal. Es obvio que en otros países sus ministros del ramo no nos lo dicen, y menos a un diario de tirada nacional extranjero. En el caso de que así fuese o se sospechase de esas malas prácticas ganaderas dicha cuestión peliguada simplemente se evitaría. En Francia, Alemania o Reino Unido es un ejercicio de prudencia que todo político, del color que sea, tiene claro: elevar sus méritos y no promocionar nunca sus errores.
Por tanto, sus palabras no son a título personal, su grado de fuerza y noticia están en que son de un alto representante político español. Hacer política planetaria no permite que nuestro Estado sea más fuerte, más independiente, que esté mejor abastecido, cohesionado, que su tejido productivo sea recurrente y dinámico. No permite que vivamos mejor, no garantiza un mayor grado de estabilidad «eutaxia» y por tanto no nos hace más libres. Este hacer imprudente permite que nuestros vecinos sean más poderosos, siendo así, y transitando hacia la Europa de los pueblos (vieja idea alemana, única nación europea que curiosamente gana territorio) y su consiguiente neofeudalización, nuestra subordinación se convertirá en un yugo sólo soportable como esclavos de deuda felices, satisfechos y por supuesto más empobrecidos en sus clases medias y bajas, ya no en sus élites responsables de la insignificancia internacional e inestabilidad.