La vida en piedra: María Jesús Rodríguez

Fecha: 13 julio, 2022 por: dariomartinez

Una visión antropológica y ontológica de la obra escultórica de María Jesús Rodríguez. Un hacer técnico, exploratorio, con materiales cotidianos y familiares. De uso práctico y doméstico, artefacto ni siquiera decorativo la más de las veces. Material de gran valor económico, protagonista de una economía que para perdurar ha de mantener su circularidad recurrente. El cartón no es otra cosa que un compuesto de estratos de papel prensado, son pliegues geometrizados de finas láminas de papel blanqueado, derivado de la celulosa de la madera, de nuestros bosques. El papel es la industria de la costa occidental asturiana, es su sustento derivado de su hacer tecnológico, es la ciencia más elevada en ejecución. El hombre aquí y en su relaciones con otros hombres y la naturaleza no humana, impersonal o raciomorfa, es decir animal e inteligente, cubre el amplio abanico de su ser como existencia. Para María Jesús Rodríguez la dimensión trascendental, numinosa, mítica o teológica, es barrida, es vaciada, está demolida por la razón humana, pero en esta demolición el hombre sucumbe en su misma soledad. Sólo hay una realidad y está es la reflejada en la roca que sirvió de fundamento de su camino por la vida, es el tiempo detenido en la pizarra negra que domina nuestra costa, de lo telúrico, y de paso su existencia pasada, añorada, que la embriaga de melancolía, idealizando lo que fue, despejando o no aludiendo a lo que resultó simplemente desagradable. La piedra en la obra de María Jesús Rodríguez es lo precientífico, lo no categorizado, la pura materialidad informal, no dicha, prepensada y es además lo eterno, la substancia invariable que hace de nuestra existencia y tiempo algo efímero, por no decir insignificante. Es el fenómeno esencial de su crítica como artista.

 

Su obra se enfrenta de modo decidido al horizonte de lo hostil, mirada de izquierda a derecha, el frente más elevado, vertical, abismal, sublime por inaprensible, el barranco que separa el no ser del ser, es un hiato insalvable, quizá inexplicable. De él brota el ser humano, su dimensión histórica, racional, con altibajos, con futuro, con limitaciones, pero también con fin, nuevamente lo inexplicado, la vuelta a lo natural, auténtico, puro, original, casi intemporal y que domina en la totalidad de lo que verdaderamente hay: lo natural (M1: materia ontológica especial primogenérica o espacio-temporal) y lo humano (M2: materia ontológica especial segundogenérica o temporal), sin deidades que nos atormenten (M3: materia ontológico especial terciogenérica ucrónica y atópica o simplemente lo universal de las ciencias en sus resultados verdaderos o demostrados en forma de axiomas, teoremas o leyes anantrópicas), sin demiurgos imposibles que nada construyen, y menos para los propósitos más elevados del ser humano. El retorno al punto de partida de la que no es otra que la madre naturaleza. No hay vacío, su obra es compacta, no es un hacer arquitectónico que con lo sólido perdurable habilite un espacio diáfano donde ubicar un dios, adorar al que es inteligente, superior y no humano, no hay sitio para ninguna escultura divina. Decepcionada de lo humano, sin Dios al que acudir por ser inconcebible, el espacio antropológico queda reducido en su misma actividad a una naturaleza idealizada y refugio del único sentido existencial contra el nihilismo. Fuera de ella: silencio. Ahora lo trascendental es el resultado de su hacer técnico, es la obra sin tiempo, la escultura entendida como fetiche.

Se expone, se ve, se describe, es un aparecer que esconde lo que está por llegar a sus espaldas, en perfiles más modestos, menos agresivos. El no ser es cualquier cosa (M: materia ontológica general, absoluta, sin forma, y no en acto, es decir infinita y plural), pero aquí no es un no ser sin materia, Da-sein de Heidegger, «ser ahí: éste ente que somos en cada caso nosotros mismos y que tiene entre otros rasgos la «posibilidad» de ser del preguntar» (2021, 38), fondo blanco, sin grafos (sin graptolites fosilizados en la pizarra abatida por la fuerza infatigable de un mar en puro cambio y mezclada de areniscas sedimentadas en su lecho imperecedero), sin nada que decirnos, inoperante, posmoderno, de algún modo irracional, que de dominar, insistimos no parece ser el caso en la obra de la autora, nos arrastraría al puro nihilismo, a la más absoluta inoperancia, a la pura farsa.

No es un azul el contorno de su obra, Dios no está azul, ni se le espera, ni existirá como pensaba Hegel cuando nos hablaba del Espíritu Absoluto. María Jesús Rodríguez es moderna, pero se ve arrastrada por su obra, por el resultado de su hacer técnico (finis operantis), de análisis y exploración que va y viene, que «abre y cierra los ojos» en un instante, en un evento entendido como «pura posibilidad», a partir de su relación directa con lo que es su pasear tranquilo y sosegado, por la anamnesis que la configura y con la prolepsis, creemos que pesimista que deja entrever, dirigida hacia un futuro nada esperanzador (el progreso humano es una escalera irregular de peldaños que se bajan, no que se suben, de pasos ceremoniales que la autora resalta con tres líneas verticales que fracturan la horizontalidad temporal de un conjunto presentado en diferentes perspectivas). En lo humano no hay trascendetalidad, no hay santidad, fuera queda la virtud como resultado de nuestro hacer feliz. Es su propuesta racional, busca demoler mentiras, expulsar lo superfluo, quedarse con lo «lapidario» y dado en el esqueleto del mundo (finis operis), pero en su afán de verdad se ve arrastrada por la misma obra a plegarse a la naturaleza, a su materialidad impersonal, cósmica, perpetua; un monismo racionalizado por mutilador de la pluralidad que nos embarga, de la infinitud que nos ofrece una materialidad sin forma (M), no categorizada, ni aprehendida, ignorada, pero que con su limitación cubre nuestras pretensiones de racionalidad, impidiendo ser engullidos por los demonios de la metafísica. En lo real no hay armonía, hay conflicto, inconmesurabilidad, tensión, fractura, lucha, desencuentro, y paz…como resultado de la victoria en la guerra (Aristóteles).

María Jesús Rodríguez quiere quedar fosilizada, no olvidada, en lo pétreo, en el suelo que hizo de soporte para su caminar en la vida y para su hacer, cual mesa para las manos de un buen ebanista.

Con su escultura sin tiempo, sin narración, nos lanza un reto. Nos pide de modo amistoso que reflexionemos, que repensemos su obra, que le demos el grado de independencia necesario para que no sólo sea un arte decorativo, contemplativo, nada exigente, irracional en el fondo, por ser un arte sin fin (Kant). Su obra tiene fin, quiere perdurar, y para ello es nuestro deber introducir un relato, una narración que dinamice la obra, un tiempo, de otro modo: sin espectador, sin razón, el arte como consecuencia de interpretaciones triviales, felices y canallas, de ser sofisticado y reconstructivista (ficción racional) pasaría a ser simplemente un sinsentido banal y estéril, un discurso dialógico, de la autora con la realidad impersonal, de un yo y un tú asimétricos, no iguales. Por el contrario, de ser reconocido tras nuestro esfuerzo inteligente, la obra nos hablará de modo independiente, será sustantivada, no será un mito esclavo, será un hacer que cobrará sentido más allá de su autora, que la trascenderá. Obra indomable, ajena a los intereses políticos, civilizatorios, de lo humano, no quiere ser un artefacto al servicio de nadie, busca la independencia que el espectador reflexivo pueda darle.

Su color negro. Una ética práctica con aroma estoico. Se amolda a lo real, al destino, se enfrenta con el sosiego del saber y la prudencia. Busca la tranquilidad del alma, no ser perturbada, la ataraxia. Exige fuerza, demanda ser como una piedra, la vida es dura, es una lucha por intentar permanecer en nuestra existencia. Requiere firmeza  para inmiscuirse en la realidad en marcha y configurar un laminado de experiencias que nos constituyan como personas, que amolden nuestro ser trascendental, único, diferenciado, con el radio de la fama justo, sin interés por ser famoso, por ir fuera de nuestro círculo comunitario. También exige generosidad ya que cada una de las franjas de nuestra experiencia vital pasa por la presencia, la firmeza y la generosidad de los otros. Ahora bien, en el reino mineral, pétreo, no hay horizontes de libertad, no hay prácticas teleológicas y menos propositivas, sí hay lógica, sistematicidad, racionalidad, orden, pero no hay lugar para el azar, es una realidad sin inteligencia y despojada de lo estrictamente humano.

En fin, el cálculo (operaciones en piedra, sólidas, y propias de las matemáticas griegas) artístico de la obra encuentra la esencia de la verdadera piedra de la mano de la falsa piedra representada y alterada diligente y pacientemente en cartón.

Bibliofrafía

Bueno Martínez, Gustavo. El Catoblepas, 58, diciembre 2006, pág.2. Filosofía de las piedras. Puede consultarse en https://nodulo.org/ec/2006/n058p02.htm. 

G. Maestro, Jesús (2018). La filosfía de los poetas. Verbum. Madrid. Es especilamente interesante el capítulo VIII: Luís Cernuda en la genealogía de la literatura: de la Desolación de la Quimera, págs. 177-201.

Heidegger, Martin (2021). El ser y el tiempo. Fondo de Cultura Económica. Ciudad de Mexico.