Zambulléndonos en la ética del vacío
Fecha: 18 marzo, 2023 por: dariomartinez
Parece que lo imposible se torna posible. Lo que no pueden las ciencias, las categorías de lo real, lo puede la voluntad infinita de un ser individual, soberbio, único, inflado, original, creativo, deseoso y especialmente curioso. El espíritu de Hegel devaluado. Divertirse es un principio homologado, no se sabe si como fin o como premisa de toda buena conducta. Hoy somos consumidores de banalidades satisfechos, la clase dominante que Marx no supo prever es hoy una clase extractiva de valor entreverada en el tejido productivo.
Más allá de la fama de cada persona, en el terreno virtual de los famosos, de la ficción irracional y diseñada con el músculo de la razón, lo excelso se vuelve democráticamente inalcanzable. El yo ahora se aísla. Sucumbe en lo que hasta hoy era lo gratificante: la reflexión íntima, ausente, falsa de su conciencia sin teatro del mundo en marcha, convirtiéndose la felicidad en un trauma de naturaleza patológica.
El yo sentimental, protagonista de la ética realmente existente por dominante, se presenta (emic) como puro presente, quiere evitar caer en la metafísica del materialismo histórico determinado por un pasado inexorable, y en las garras de proyectos utópicos que ya mostraron su rostro más desgarrador. Es actualismo de la pura voluntad libre. Pero el yo (etic) no está sólo, está con otros, está codeterminado, coexiste necesariamente con otros en el teatro a priori de una sociedad política ya en marcha, enfrentada ésta a otras en un mundo de inconmensurabilidades y conflictos fraguado por un presente dialéctico, inagotable e imprevisible.
Nuestro presente fue ya construido por aquellos que están en nosotros configurando nuestra realidad, y son del pasado en tanto que nosotros no podemos influir en ellos. El pasado es irrevocable pero en él hay estructuras formales de la razón universal, abstractas, necesarias, con las que enfrentamos el presente que nos vienen dadas, lo que no quiere decir que no haya materiales heredados para una buena hermenéutica. Borrar las reliquias, neutralizar los relatos relativizándolos, es un acto de olvido y no de recuerdo o memoria. La historia se forja templadamente con los resultados y es desde ellos como podemos entenderla, de otra forma nos veríamos devorados por un eterno campo de batalla ideológico sin salida.
Pero el presente cuenta con un futuro que éticamente viene haciéndose por los que hoy formamos parte de la vida. El futuro lo estamos determinando. Somos nosotros, sujetos operatorios en marcha, seres capaces de construir realidades futuras perfectas, necesarias, anantrópicas, pero no así en lo que respecta al ser humano. Lo personal es imprevisible y más como voluntad colectiva. Estamos abiertos, somos libres, para construir parcelas futuras necesarias, las ciencias nos lo permiten, pero no es el caso de poder hacer lo mismo con la ética. De nosotros depende el que construyamos ficciones racionales o irracionales, ficciones en las que demos cuenta de las causas del error, de lo pernicioso de lo aparente, de la ignorancia, de la perversa banalización de todo saber, de la evacuación de lo real en tanto que sometido a las leyes lógicas y anantrópicas de carácter universal y necesario de las diferentes categorías de lo real. Empero, no podemos negar la condición biológica humana, ni la existencia del sexo, anegarlos, abortarlos, en nombre de ideales sin base, ineficaces, incongruentes, sólo activarán problemas evitables, y nos avocarán erróneamente a entender la moral de un grupo como la moral de todos.
El ser no se consuma en lo mundano. La ética no está concluida. Es inagotable, pero ha de partir de la vida depositada en el cuerpo operatorio como ente universal que desborda el relativismo galopante que se nos oferta como multiculturalismo.