Biocenosis práctica humana, contra la ética sin fronteras, sin política
Fecha: 13 abril, 2024 por: dariomartinez
Texto revisado y supongo que mejorado sobre un asunto ya tratado en este mismo blog.
Asunto de larga trayectoria reflexiva por mi parte, no es nuevo. El fundamentalismo ético no tiene límites. No hay fronteras que delimiten la práctica individual. La política muta y deja de ser, se arriesga a no ser, degradándose se corrompe, y desviándose de sus funciones se torna traicionada. La ética impone el fin de los Estados, o su debilitamiento para mejor subordinar las obligaciones políticas a los deberes éticos (1). La política hoy, devaluada, es el lugar común para la crítica espontánea, el consenso de partida se inicia a partir de un principio que cohesiona: la política es mala política, es lo que hacen los políticos, y el contenido del vilipendio se agota en los individuos a la vez que se salva como valor supremo la democracia. La política es el enemigo público de la verdadera ética, de los derechos humanos. Con el fundamentalismo ético los proyectos colectivos se desestructuran, los particularismos asoman, y lo individual se nos muestra como único criterio de validez objetivo que permite dirimir entre el buen político y el malo, es el individuo la única sede válida de una buena sindéresis. Es una sindéresis de consumo en un mercado pletórico, más que personas fraguadas en un marco histórico, social y normativo ya dado que nos moldea, nos codetermina, somos clientes con derechos universales que desde cada uno de nuestros yoes reconocidos prescriben de forma autónoma si son libres, si está en ellos la ley moral universal y humana libre de ataduras biológicas (v.g. del ser, naturales, coactivas) de las conductas morales más justas y ajustadas al deber. Nadie participa de proyecto compartido alguno, todo es tan individual como autónomo, a riesgo, qué duda cabe, de ser gobernados por los peores en aras a la consecución de un proyecto globalizador y si fronteras (2).
Una autoridad política designada para hacerse cargo de las riendas del Estado ha de procurar una vez otorgada su autoridad hacer que lo recibido cambie a mejor. El fin de la política es que en su haber estén los resultados ejecutados a partir de planes y programas de gobierno orientados a solucionar problemas permanentes tomando medidas no estériles, sino eficaces y capaces de debilitar las tensiones de la sociedad civil. Habrá de poner en marcha planes y programas no utópicos. La autoridad bien entendida, legitimada para su función, servirá para hacer del otro, del ciudadano, un individuo mejor (entendido en un contexto distributivo), y a su vez para procurar que el Estado (“veluti una mens”, o entendimiento absoluto en acto, como nos dirá Spinoza) sea más estable, más fuerte, esté mejor cohesionado, estructurado, que garantice la recurrencia de su sistema productivo (capa basal), su abastecimiento, aumente su independencia, y su presencia en la política internacional, es decir merme las posibles amenazas internas o externas (capa cortical). Luego hacer política pasa necesariamente por procurar con la prudencia (phrónesis) debida que el Estado perdure en el tiempo (eutaxia) y sea cada vez más estable. Ese es el finis operantis. Otra cosa es su finis operis. Y esto pasa por saber reconocer que las decisiones políticas no siempre han de ser éticamente virtuosas. El conflicto entre ética, moral y política es ineludible y cuando se produce las posibilidades son: construir ficciones que amortigüen el mal ético infringido, o bien ocultar los actos que no van a ser bien recibidos por el conjunto de la sociedad civil; procedimiento más recurrido y propio de las democracias homologadas: no hablar para no mentir, o la más novedosa y por habitual más aceptada, la de mentir de modo reiterado impidiendo una criba crítica y racional como ciudadanos. Los cambios de opinión hoy son vistos como una conducta propia del quehacer político y por lo tanto tolerados.
La política más allá del Estado carece de sentido. No hay política en una comunidad de vecinos, se usan procedimientos técnicos propios de las sociedades políticas pero eso no quiere decir que se hagan planes de futuro para mantener en orden una sociedad civil. Tampoco es labor de un equipo de gobierno atender a la paz mundial, a la salvación medioambiental del planeta, bioética anantrópica cuyo objetivo práctico es la Biosfera (3), idea metafísica que presupone una Naturaleza armoniosa que está por encima del hombre, y que incide en su protección como efecto derivado de una aberrante actuación humana que es causa directa del cambio climático (4), de los efectos perversos de los gases de efecto invernadero y del aumento de la temperatura global, idea metafísica aureolada, indiscutible, dogmática, que cuestiona el sentido antrópico de una bioética, biomoral y biopolítica que no permiten entender la necesidad «para los hombres de mantener una estabilidad en dicha biosfera para mantener su propia recurrencia como especie biológica, y también como sociedad, como Estado, como economía, etc.» (5), a hacer que sus vecinos políticos vivan mejor, acaparen más protagonismo y mediante alianzas con terceros pueden presionar con mayor eficacia las fronteras nacionales. Lo prioritario, lo exigido, es el bienestar de sus ciudadanos, se ha de atender al conjunto, no a una parte, no se debe entender la política de partido, de una parte de la sociedad, con su moral de grupo, ideológica, en el seno de una sociedad entendida ahora atributivamente, como la moral de todos, agotando el género en la especie. En fin, el error es tratar a toda una sociedad política como constituida por partes formales en un sentido atributivo y atender las necesidades compartidas como eventos pasajeros que en el límite desembocarán en otra entidad política, otra forma de Estado, con el riesgo que comporta la distaxia ejecutada desde el núcleo del poder. El camino hacia el neofeudalismo étnico (cultural si se quiere, nacional) como esencia y principio generador de futuras naciones, es el triunfo de morales de grupo de privilegiados que para tal objetivo reivindican como derecho lo que no es más que un privilegio: la autodeterminación de una parte del territorio que es de todos, que es parte nuclear del Estado, su capa basal.
Sentadas las bases de lo que hemos de entender por arte de lo posible ya podemos decir que hay situaciones donde ya no solo la estabilidad del Estado sino su misma existencia requieren de acciones que deben sacrificar la vida de muchas personas. Las guerras de ser irreversibles suponen doblegar la ética, sacrificar la vida de muchos ciudadanos, en pos de la política, del interés del conjunto. Nos perdonará Kant pero la deseada paz perpetua, inexorable abrazados a su idealismo trascendental, a su triunfo futuro de la razón humana, más allá de todo conflicto de clases y de estados, parece muy poco probable. Una pandemia vírica forzará a cualquier ejecutivo nacional a activar un estado de alarma que limite derechos fundamentales, podríamos decir éticos, justificado por la necesaria y urgente necesidad de mantener la pervivencia misma del Estado. Será un momento de quietud tensa cuya duración y utilidad deberá permitir que la recurrencia del sistema productivo pueda volver a activarse una vez se pueda doblegar la perniciosa letalidad del agente patógeno. Incluso la realidad política podrá imponerse a la moral dominante vía derecho o fuerza legal para obligar.
El comunismo soviético de Stalin o el nacionalsocialismo de Hitler con el tratado Molotov-Ribbentrop, sacrificaron sus morales en beneficio de sus respectivos planes políticos; uno ganar tiempo para trasladar las instalaciones productivas de su país detrás de los Urales, fortalecer la industria militar y purgar de su ejército a todo posible alto mando que desafiara sus planes futuros de defensa del Estado soviético, el otro para no verse acosado en dos frentes mientras ocupaba Europa occidental, aumentaba su hegemonía y hacia añicos el Tratado de Versalles. Y nos decía Maquiavelo: «Y hay que tener bien en cuenta que el príncipe, y máxime uno nuevo, no puede observar todo lo que hace que los hombres sean tenidos por buenos, ya que a menudo se ve forzado para conservar el estado a obrar contra la fe, contra la caridad, contra la humanidad, contra la religión» (6).
Pero no todo es tensión entre la ética y la política, la justicia social (legitimidad) y la justicia política (legalidad), el orden bueno y el buen orden. El buen gobierno del Estado deberá procurar no sólo su firmeza a modo de estabilidad y seguridad, sino también lo mejor y más útil para sus ciudadanos, su libertad «El fin del Estado no es otro que el de la paz y la seguridad de la vida. Por consiguiente, el mejor gobierno es aquel con el que los hombres pasan la vida en armonía y las leyes son cumplidas sin violaciones» (7). Luchará por poner en marcha planes sanitarios que eviten la enfermedad, programará y legislará para paliar en la medida de lo posible la quiebra de la salud de sus ciudadanos, intentará disuadirlos del consumo adictivo, patológico, de bebidas alcohólicas, tabaco o drogas. No promocionará la promiscuidad, y si fuese una actuación racional y no inmoral, iría actuando en la paulatina desaparición de todo tipo de juegos de azar, forma irracional de dar falsamente esperanza condenando a la inmensa mayoría a la imposibilidad de conocer y controlar, aunque sea mínimamente, a la diosa fortuna; todo ello perpetuando la desgracia a la vez que se reconoce la esperanza colmada del que se transforma por arte de birlibirloque en agraciado, o lo que es lo mimos: materialización del protestantismo calvinista. Y también habrá cooperación cuando un buen gobierno dirija todos su mejores esfuerzos a planes educativos que no permitan: la promoción ideológica de grupos terroristas, de grupos organizados y estimulados por minorías con fuerza suficiente para desafiar al estado mediante actos de sedición, es decir de ruptura de su misma existencia, el quebranto sistemático e impune de sus leyes (aunque sean entendidas formalmente, inoperantes, sin capacidad de coacción o de poder reconducir conductas contra la voluntad de quien no las cumpla), de traidores que jurando o prometiendo cumplir y hacer cumplir las leyes a su modo (también cobrar) promuevan actos de alta traición, y finalmente no amparando la corrupción como valor político, un Estado que en el terreno de la educación deberá promover el conocimiento (8), la posibilidad de poder entender la realidad, de construir juicios críticos que permitan enfrentarse a la realidad, ser compatibles con ella, y no programas dirigidos a los sentimientos, a lo individual, personal, faltos de puntos de encuentro, de entendimiento, como atributo sagrado y fuente de toda buena conducta moral, una educación de diseño pedagógico que pretende obtener como fruto de su vanguardia científica futuros Robinson Crusoe sin percatarse de su perverso circularismo injustificable: “«[p]one el fundamento de la moral en el sujeto y sus sentimientos, y que a su vez hace a ese sujeto y a sus sentimientos morales por el hecho de tenerlos» (9)
Habrá males éticos, contrarios a la estabilidad del Estado y su compromiso ético, cuando desde la sociedad civil se creen hábitos e instrumentos dirigidos al fraude, a la evasión de impuestos (siempre y cuando la tributación exigida no se transforme en confiscación, es decir no sea tan asfixiante como ilimitada), o en el ámbito de la vida dirigidas al aborto ilegal o al abrazado a un sentimiento con la fuerza suficiente como para convertirse en deseo que de ser firme obliga a terceros, profesionales de la medicina, a darle la espalda a su labor ética y transformar la vida sana del no nacido en muerte por desconocimiento de los mecanismos anticonceptivos necesarios para evitarlo (10), mecanismos que pasan por tener clara la diferencia entre las prácticas sexuales con fines reproductivos y las prácticas sexuales con fines placenteros, o a programas eugenésicos apoyados por las ciencias, las tecnologías y por doctrinarios ideológicos donde se cuestione la dignidad de la vida humana.
En fin, no todo mal es ético, no todo mal es político, y no todo bien es ético y no todo bien es político. No somos bestias, pero debemos evitar creernos dioses, nos decía ya Aristóteles en su Política.
Notas
- Bueno, Gustavo (2004). La vuelta a la caverna. Terrorismo, Guerra y Globalización, págs. 298-299. Ediciones B. Barcelona.
- «Decía Platón que el precio de desacreditar la política es ser gobernados por los peores hombres. Pues bien, el precio de desatender la geopolítica, sobre todo por parte de los políticos españoles, bien instalados en el limbo de la Alianza de Civilizaciones, o directamente en Babia, es ser gobernados por los peores hombres: los globalistas, que en el Régimen del 78 han copado la política española y así nos va» López Rodríguez, Daniel (2022). Historia del Globalismo. Una filosofía de la historia del nuevo orden mundial, pág. 440. Sekotia. Córdoba.
- FUNIBER, Ética, moral y política, pág. 105. TOMO II.
- Madrid Casado, Carlos M. https://nodulo.org/ec/2010/n098p15.htm. Filosofía, Economía y Cambio Climático: un ménage á trois muy productivo, El Catoblepas, número 95, abril 2010, pág.15.
- FUNIBER, cit. 106.
- Maquiavelo, Nicolás (1995). El príncipe, pág. 140. Cátedra. Madrid.
- Espinosa, Baruch de (1984). Ética demostrada según el orden geométrico, pág. 55 Orbis, Madrid.
- FUNIBER, cit., 90-93.
- FUNIBER, cit. 12.
- FUNIBER, cit., págs. 126-130.
Otra bibliografía y webgrafía
- Alvargonzález, David (2004). https://www.youtube.com/watch?v=m3Skm_ilyk4. Ética, moral y política. Consultado el 20 de marzo de 2024.
- Bueno, Gustavo (1996). El sentido de la vida. Pentalfa. Oviedo.
- Kant, Inmanuel (2008). Sobre la paz perpetua. Tecnos. Madrid.
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