¡Cuidado con la felicidad!
Fecha: 23 mayo, 2019 por: dariomartinez
El gran santo de Hipona, Agustín, nos colocaba sobre la pista. Por próximo y cotidiano hasta el extremo de vivirlo inexorablemente todos somos conocedores y por lo tanto podemos legítimamente opinar sobre el significado del tiempo. Es así que todo el mundo sabe lo que es a no ser que se le pregunte. Aquí la cosa cambia. Si uno es atrevido lo que imprudentemente hace es más o menos divagar, y en esta papilla de opiniones trilladas lo que sale es algo vago, tremendamente confuso y por supuesto ubicado en la esencia misma de un yo no menos confuso. En última instancia el proceso decidido de introspección nos lleva al silencio, refugio sincero de una verdad asociada a un Dios desconocido, aislado en su voluntad infinita de la razón y conocido por el que sólo tiene fe.
Dando un salto a nuestro presente en marcha. Leo en su periódico una entrevista a Margarita Álvarez, impulsora del Instituto de la Felicidad de la empresa de refrescos más famosa y poderosa del mundo. La felicidad en forma de chispa de la vida flota en el aire. Es conocida por todos, sólo aislándose ascéticamente del mundanal ruido puede uno obviarla. Es cercana, es inmediata, es confusa pero sobre todo es dominadora, poderosa, y por supuesto una técnica eficaz para el control del ciudadano libre y consumidor. La idea de felicidad, extraordinariamente cambiante, con sus contenidos dinámicos y heterogéneos, se nos quiere vender como un concepto, como un hecho empírico sito en el espacio y en el tiempo, tridimensional, seguro, medible por una ciencia entendida en su hacer diferencial y específico como ontológicamente comprometida con la verdad al poder objetivamente describir una realidad accesible a los sentidos. Así la felicidad es una situación de actividad vital situada entre los dos hemisferios del cerebro del lóbulo parietal y concretamente en el precúneo. Más sencillo, es un aumento en dicha zona del volumen de la materia gris de nuestro cerebro y que opera causalmente en la toma de nuestras decisiones, por supuesto impregnadas de emociones dirigidas a nuestro bienestar y felicidad.
Para lograr ser más feliz se recomienda una especie de budismo laico, muy del gusto de un occidente posmoderno, que nos ayude a sumergirnos en nosotros mismos, elevar nuestro grado de ensimismamiento y dejar de lado los problemas de los demás, es decir despreocuparse hasta cancelar una virtud ética como la generosidad o lucha por hacer del otro mejor persona. ¡Si eso lo realiza un médico a tiempo completo vamos apañados! Eso sí, cada uno de nosotros sería individualmente más feliz.
En fin, la felicidad no es una categoría científica de la que se pueda dar cuenta de forma definitiva, no se puede sistemáticamente clausurar a modo de teorema matemático, tampoco es individual sino que ha de entenderse en un marco social en marcha y que depende de los demás. Los que me rodean me han de importar y sólo el sabio es feliz cuando no se desliga de las vicisitudes del presente que le toca vivir. Hoy erróneamente creemos que ser feliz parece ser una virtud individual cuando menos egoísta.
Los resultados de las ciencias, caso especial de la neurociencia en lo relativo a la felicidad, hemos de entenderlos como ideológicos y esto porque es una idea que no puede reducirse, sin caer en la mentira, a categoría científica.
En definitiva, hoy la felicidad no es otra cosa que una idea mito que urge triturar en sus contenidos perniciosos.
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