De algunos mitos fuerza como fantasmas del desorden

Fecha: 30 abril, 2021 por: dariomartinez

La discrepancia se agota en el silencio de quien no escucha. El refugio de la crítica un camaradería bien adherida con visos de sucumbir a lo impertinente. La tolerancia psicológica impulsa a la cautela del que no piensa igual. El discrepar se esteriliza a pasos agigantados. Las ideas fuerza de nuestro panorama político por ser imposibles son puramente gnósticas, ajenas a la realidad de los fenómenos en marcha, sólo capaces de conceptualizar con rigor la nada. Son idiocias compartidas de forma autónoma que dejaron de ser enfermas, al ser mayoría se convierten en coherentes y comprometidas con el orden establecido. Constituido por diminutos ciudadanos indiferenciados y potenciales consumidores; en el caos el ruido es lo lógico. Popper diría que son ideologías imposibles de falsar, de científicas nada, de fundamentos inamovibles, evidentes y universales nada de nada. Son nematologías en forma de doctrinas que se infiltran hasta el tuétano en nuestra sociedad política. Idearios de grupos particulares que eventualmente se hacen con el poder y trasladan su ideario a quienes les quieran escuchar y a quienes no les quieran escuchar. Su punto de vista moral, de grupo, lo hacen de todos, de este modo se encuentran (emic) en disposición de poder hablar en nombre del pueblo, de todo el pueblo, o al menos de la buena gente (se supone que los otros, en este maniqueísmo de bolsillo, son la mala gente ¿para qué hablarles sino pueden entender?).

En nuestro país el objetivo es claro, diverso, y firme. Con el auxilio del «espacio antropológico» trimebre de Gustavo Bueno: el culto al cuerpo en todas sus dimensiones, desde las gastronómicas hasta las deportivas, dieta y ejercicio; incluso el cuerpo como soporte primigenio del lo que fue en su origen el arte: los tatuajes («radial»); la felicidad personal («circular») como deber en forma de ley moral que de ser un afecto se quiere pasar al derecho, del individuo y sus circunstancias previamente moldeadas, dirigidas y servidas para ser dispuestas en forma de servidumbre voluntaria y apasionada, al espíritu objetivo y vertebrador del Estado, de la moralidad abstracta y universal, a la eticidad particular para dirigirse a la Idea, al ser pensado como verdad racional (Hegel);  por último, como telos más elevado las ideas ficción («angular») y sincategoremáticas, sin parámetros fijos, sin realidades a las que hacer referencia, sin contenidos, vacías y atractivas a un tiempo, transmitidas y transducidas para ser interpretadas para otros (García Maestro) como relatos de alcance universal y escatológico que permitirán, en un futuro, poner por fin y de rodillas a lo que quede de los estados-nación paridos por la modernidad frente al Antiguo Régimen y su feudalismo anquilosado;  será el momento «neofeudal de los localismos» (Armesilla), de los particularismos adueñados de un territorio para poder ejercer en él su libertad de nuevos señores, de solidaridad, identidad, cultura, hecho diferencial, espíritu del pueblo, transfeminismo, igualdad, humanidad, interculturalidad, progreso, libertad, globalidad, ecologismo, cambio climático antrópico…, y todo ello en un perfecto orden y sin aristas que limar, sólo el deber de asimilar al no creyente o necio. Las aporías del doctrinario armonioso, monista, e irracional un mal entendido que no se quiere doblegar. Un acto de mala fe en palabras de un Marx enterrado por Rousseau, o de un Hegel y su dialéctica olvidado por un idealismo trascendental de la talla de Kant. Salvar al ser humano, apostar por un relativismo radical e intercultural que esgrima la tolerancia de todo hacer, más allá de ser en la práctica un correctivo para la vida, o un peligro para la fortaleza del grupo no adherido a sus planes, supone el fin final de la historia (Fukuyama); entenderlo como una totalidad atributiva y a la vez cultural, no biológica, toda una confusión del mejor de los trileros. De paso, y por qué no, hacer políticas de Estado dirigidas a salvar el planeta diluyendo sus fronteras un relato tan potente, como kantiano, y tan real como el fin racional de la posmodernidad.

Pues bien, bajo este buenismo, que se pondrá en marcha en la próxima década al menos no han de faltar los enemigos, de la nueva buena: los comunistas y los fascistas. Disentir en el mercado pletórico de las democracias fundamentalistas y homologadas te expulsa de la partida política, te arrastra a una especie de exilio interior. Ambos mitos atesoran fuerza y ésta se manifiesta en el miedo. La Unión Soviética se derrumbó y con ella la «izquierda de quinta generación» (Gustavo Bueno), los fascismos hicieron de las suyas en Europa, fueron primero exterminados por la fuerza de las tecnologías militares y después por el abrazo del imperio americano. Son reliquias de la historia, sus documentos pasados un rastro que debería permitir actuar con más sentido en nuestro presente en marcha. Un pasado para ser incorporado con un propósito: hacer que nuestra praxis cotidiana cobre la trascendentalidad necesaria que permita construir un futuro mejor. No es una eficaz tarea rescatar el pasado para activar sentimientos impregnados de odio, desestabilizadores de la eutaxia del Estado, de su permanente recurrencia, de su estabilidad dinámica, y erróneamente eludir calmar tensiones introduciendo planes de gobierno capaces de aplicar soluciones no estériles ni definitivas pero sí útiles y parciales en el interior mismo de la plural e infecta sociedad civil. «El fin del Estado ha de ser la libertad del ciudadano» (Espinosa).

Rescatar el fantasma del comunismo marxista supone obviar el proceso revolucionario y violento de la toma del poder, del uso imnprescindible de las armas para construir la paz del trabajador, la abolición de la propiedad privada, la dictadura del proletariado, la inexistencia de una única clase social y proletaria como motor del cambio político, y la dialéctica valor trabajo como esencia del modo de producción capitalista y embrión de todas las desigualdades sociales al estar sometidas a la plusvalía y al imperio de la dictadura de la mercancía como producto ajeno al obrero.

Significa a su vez no querer entender la recurrencia de un mercado pletórico en marcha del que es difícil bajarse una vez en él, de ahí su apuesta por un mercado globalizado que elimine fronteras nacionales como barreras a la libre circulación de personas y mercancías, significa obviar el trabajo como no alienante de ciertos profesionales que en el ejercicio de su hacer especilizado son élites bien remuneradas: algunos deportistas o actores por ejemplo, del papel no revolucionario de los funcionarios del Estado, de la figura del autónomo como jefe y trabajador a un tiempo, de la dialéctica de Estados (no sólo de clases, «una vuelta del revés de Marx» con palabras de Gustavo Bueno) en la biocenosis geopolítica por el interés común de cada uno de los ciudadanos de su respectiva nación política (que no étnica, una vez holizada por las naciones históricas), de su interés por engordar el perfil burocrático de una clase extractiva de valor, y no el fin del Estado como anarquismo en diferido…Es en definitiva un imposible rescatado como fantasma que sólo pretende tensar, e introducir disputas estériles allí donde no las hay.

Rescatar el fascismo en España es no entender su doctrinario de muerte y privilegios de los menos. Significa no explicar su condición de movimiento que trasciende los partidos, las partes diversas y enfrentadas de la sociedad civil ansionsas por alcanzar el núcleo del poder político con el propósito de poner en marcha sus planes de gobierno en interés supuestamente del bien general, y lo hace para justificar ideológicamente cualquier tipo de división nacional. Como movimiento es un todo jerarquizado, con su líder «carismático», de espaldas a la «legalidad-racional» (Weber), que encuentra su nicho de adhesiones en el campo, en el ideario de la repetición, del proceso recurrente de la vida que conserva lo esencial y cree en lo divino, de la idea de las urnas como cajas de cristal preparadas para ser trituradas, de la ignorancia natural de una población sin guía que indiferenciada pretende tener voz en la política, del odio al liberalismo por debilitar la unidad inquebrantable en los ideales del destino manifiesto en el universal del grupo, del pueblo elevado por voluntades tan imposibles como falsas, con la puesta en escena de espectáculos únicos de propaganda y manipulación, de acciones dirigidas a los males particulares de los ciudadanos del momento, para identificar sus supuestas causas, ponerlos en la picota de la persecución y la represión para actuar en su erradicación, insuflar una fe que ponga sobre el yunque doctrinario a la misma razón, y no para templarla, ni moldearla y menos geometrizarla, sino para destruirla, y por último es recuperar una estética de uniformidad como manifestación fenoménica de la pertenencia, de la servidumbre del individuo, de su casi aniquilación ética en pos de los suyos, de la moral autoritaria dirigida por los héroes que habrán de ser los protagonistas de la historia (Gentile).

En lo que atañe al día de hoy, Madrid y su campaña autonómica en marcha: «comunismo o libertad» nos dicen los de aquende, «democracia o fascismo», nos dicen los de allende. Mitos como ficción capaces de codeterminar el futuro engrandeciendo los errores y olvidando los aciertos.

 

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