Del sumidero de la censura
Fecha: 7 julio, 2020 por: dariomartinez
No voy a negar que es un tema que levanta pasiones. Resulta directamente vivido por todos, de él todos podemos decir algo, siempre que nuestro juicio no sea en extremo débil o simplemente uno no esté enfermo. Le sucede también a ideas como la de tiempo y la de justicia, todos las conocen, todos tienen su opinión al respecto, pero lo curioso del caso es que la situación se complica al preguntar de forma directa sobre el asunto. La interrogación socrática es cuando menos dolorosa. No gusta, tendemos públicamente a obviarla. Estamos más seguros en el terreno de lo compartido y no rumiado. Con el nihilismo triunfante el campo compartido para la reflexión se estrecha. Cada opinión particular se consolida, al ser exclusiva se estima como única, diferente y lo que es peor original. El tópico pierde las causas que lo materializan y se presenta como apariencia desconocida, más creíble que, por supuesto, sabida. La imaginación sin el apoyo de la razón ya no inventa ficciones atractivas, bellas, misteriosas, apasionantes, poéticas, sino que se construyen sin ningún tipo de sentido procesos falsos de reflexión cargados del mal del irracionalismo. Amparados por la posmodernidad lo mediocre domina por atractivo. Lo extravagante pasa a ser extraordinario y peligrosamente mayoritario. Las nuevas adhesiones requieren de fe, se convierten en doctrinas amparadas en principios evidentes de autoridad, se cancela el debate como combate geometrizado de ideas paridas por conceptos categoriales rigurosos, se consolidan como dogma y se exponen como fundamento inexpugnable, ajeno a la duda, a la crítica en el sentido de clasificación, jerarquización, discriminación, y sistematización, y se llega por fin a la censura a modo de heurística negativa fácil.
¿Qué pasa hoy con la censura? Al preguntarlo para negarla el interlocutor suele salir por la vía individual, se cae en una especie de solipsismo posmoderno, se analiza la vivencia propia y se traslada a todos, no acreditando la verdad de la conclusión, pero sí dando crédito a la verosimilitud del diagnóstico. Se suspende el juicio, se cancela la discusión, no se puede dar un paso más, la verdad se desprecia al sumergirse en lo psicológico, en fenómenos asociados a los sentimientos, las pasiones, las emociones. “Yo lo veo y lo entiendo así, tú lo ves y lo entiendes de otro modo”. Eterno empate. La salida de la caverna de Platón una utopía, cuando no una quimera. La labor posmoderna todo un triunfo. Todo es un relato y el que más persuade no es el propietario del argumento comprometido con la verdad sino aquel que guarda mejor las formas y no permite dañar ninguna sensibilidad. ¿Dónde queda el lema “antes la verdad que la paz”? Pero la pregunta es: ¿se puede libremente, es decir, se puede orientar el discurso hacia lo mejor, la justicia, la verdad y el bien y poder debatir sin coacciones que de algún modo limiten el saber? De otra forma, ¿hay censura? En caso afirmativo, ¿de qué tipo/s de censura/s hablamos? Es un tema de calado, estoy seguro de que no resolveré la mayoría de las dudas, quedarán muchos matices en el tintero, temas sin recoger pero al menos será un apunte. Vaya por delante, hay censuras. La censura es la cancelación de todo discurso que tenga como propósito el enriquecimiento de la persona, la construcción racional y rigurosa de verdades, lo mejor, la libertad y el interés común para el conjunto de los ciudadanos (la estabilidad del Estado), su eliminación tiene como consecuencia el fomento del odio, la ira y lo pasional, hasta un fanatismo capaz de habilitar cualquier acto de violencia gratuita contra la integridad de una persona o grupo de personas.
La censura hoy existe. No es algo exclusivo de nuestro presente en marcha. Nietzsche quiso acabar con un dios que ya estaba muerto por imposibilidad lógica y carencia de voluntad. Al matarlo a él lo que logró fue la muerte de la verdad y la puesta en solfa de toda realidad. El asesinato del dios nietzschano es irracional porque acaba con la ontología general y reduce las regiones de lo real a lo físico, a lo positivo según sus palabras, al único mundo existente. Convierte lo psicológico en fisiológico o biológico y vacía de contenidos las regiones de lo estrictamente anantrópico y universal. El gallo del relativismo posmoderno. Con Schopenhauer lo real se transforma en voluntad, para ser no necesita existir, es mera posibilidad, no hay lógica, no hay principio de contradicción, Husserl intentará un imposible: sistematizar fenomenológicamente lo incognoscible. En el fragor de inicios del siglo XX de la nada lo misterioso, lo absoluto, lo no conceptualizado, lo ajeno a las ciencias institucionalizadas y cargadas de verdades sistemáticas, se impone, y lo hace para dar cuenta de lo concreto, de sus regiones de lo real, de una forma particular, torticera, azarosa, pero atractiva, cautivadora. Sin asideros de verdad todo es posible.
Por tanto la censura existe y se acepta como desconocimiento, ignorancia premeditada de la verdad fraguada en los laboratorios, construida con esfuerzo, sistematizada, derivada de principios anatrópicos que coordinan los teoremas y las teorías, que categorizan las diferentes parcelas de la realidad, que muestran la imposibilidad de una armonización perfecta por irracional y utópica, que fustiga los reduccionismos por metafísicos. Verdades construidas por especialistas, abstractas, no democráticas, institucionalizadas y hoy puestas en el disparadero de la fatuidad desde las trincheras de nuestras universidades. Repito, estos saberes están censurados a una mayor cantidad de población, le son desconocidos por falta de competencia para poder entenderlos.
Pero la censura no se reduce al desconocimiento de saberes complejos. Hay censura ideológica, política, artística, no solo una censura jurídica dirigida a la penalización racional de la exaltación de la muerte, de la violencia gratuita amparada en la raza, en el pueblo puro, en la etnia o en la tribu, sino que comienza a proliferar un tipo de censura de la mayoría que no quiere ni por asomo posibilitar el debate hacia lo mejor, la verdad o el bien. Y todo comienza por las élites académicas y políticas que en su condición de transductores, de intérpretes de lo correcto, de lo que ha de asimilarse, enseñarse, e institucionalizarse en favor de sus privilegios mezquinos y feudales disfrazados de la fuerza de una mayoría entendida como totalidad atributiva independiente, soberana y por supuesto autónoma, de modo performativo nos venden como saber obligado. En el nuevo populismo posmoderno, en la nueva democracia trufada y dañada hasta convertirla en «oclocracia», la disidencia en forma de discrepancia se censura, se rechaza, se le impide acceder al reconocimiento público, a no ser que sea para vilipendiarla, etiquetarla o destriparla con argumentos ad hominen. Hoy no se permite decir, incluso en los círculos de la amistad, aquello que pueda dañar u ofender a los oídos piadosos «piarum aurum ofensiva», a los ya convencidos. Esta censura de la multitud da como resultado la autocensura. El mantenimiento de la amistad y de los lazos familiares pasan desgraciadamente por el silencio. La ética se atomiza en forma de individualidades diminutas inalterables por el empeño asfixiante de una moral en forma de pathos dominante que logra con mayor frecuencia alcanzar las cotas seguras del derecho al cristalizar como leyes. Espinosa tuvo cautela y logró no ser linchado en la plaza pública holandesa de su época, hoy la prudencia se requiere para no ser vituperado en el círculo de los más allegados. A su vez la bioética se fortalece interesadamente como ideología dominante gracias al apoyo de una censura articulada en la ignorancia de asuntos contaminados desde su génesis y analizados con una simplicidad capaz de obviar la complejidad de los problemas relacionados con los individuos entendidos como personas derivados de los avances tecnológicos y científicos en campos como la biomedicina (v.g. eutanasia, aborto, clonación, vientres de alquiler).
Prueba: nunca como hasta ahora hubo tal número de personas tachadas de fascistas. Desde la filas de la llamada derecha, como desde las filas de la llamada izquierda, tanto monta monta tanto.
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