Dos fenómenos
Fecha: 11 octubre, 2022 por: dariomartinez
Recogidos por su impacto. La impronta asentada en mi memoria. Recibidos con fuerza en lo que el Filósofo dio en llamar el entendimiento agente. No olvidados, abiertos a la reflexión de segundo grado, al difícil encuentro geométrico con las ideas (eso creo). Fenómenos con sentido no kantiano, no sólo opuestos a lo nouménico, a lo trascendental y no empírico; no gobernados por ley moral alguna, voluntades espontáneas las de sus protagonistas y por supuesto inducidas por saberes en marcha cuyo peso, potencia o realidad en términos del judío sefardí Espinosa, dan como resultado una eficacia tan habitual como demoledora. Lo extraordinario, el fenómeno, lo que se sale de lo habitual pasa a formar parte de lo común, de un delirio colectivo que en la era de la posverdad, de la posmodernidad, del relativismo cultural ofrecido en forma de multiculturalismo, de un nihilismo sin fronteras, se torna en un sinsentido disfrazado de buenismo que por mayoritario (democrático, quizá resulte excesivo lo reconozco) se introduce en nuestro día a día en forma de antídoto contra todo posible pathos.
En pleno verano. Grecia nos acogió. Nos mostró en su vida y en su ideario lapidario lo mejor, se necesita emocionarse, pero para ello es un imperativo entenderlo cuando menos un poco. Su orden de lo total fue atrevido pero reconocido en su justa medida, la de la modestia. Se partía de una evidencia: nuestra limitación. Lucharon por saber qué unió de forma recurrente lo natural, lo humano y lo trascendental; demolieron mitos con otros mitos impersonales y más claros, luminosos. Se atrevieron con el buen argumento, se apoyaron en lo concreto de la abstracción matemática hasta el punto de materializarlo en sus polis, en su arquitectura, en sus escritos, en su actividad pública, desde la política y el teatro hasta el deporte. Sabían de la importancia de la vida, de la sacralidad del individuo en su condición de ciudadano, y sabían del esfuerzo que exigía, tal vez de genio, el hacer diario de la política, de la convivencia en comunidad con otros y frente a otros. Este es el escenario de la anécdota.
El sol había estado en lo más alto, su presencia se estaba convirtiendo en ausencia. La noche comenzaba a dominar, en ella lo cotidiano y público puede pasar desapercibido. Aliñado lo justo, uno más, en silencio, con un rostro común castigado por la intemperie, sin arreglar, barba descuidada, ropa como emblema del uso y del paso del tiempo. Su día a día oprimido por la necesidad de la vida, sobrevivir el objetivo. Limitada hasta el extremo la libertad, o en un sentido positivo: sus posibilidades de ser mejor persona. Indiferente a los avatares, estoico en su conducta sin reconocimiento, firme en su aceptación del destino dado, reconocido por la indiferencia de todos; un ellos sin rostro, duro, frío, en marcha y sobre todo despreocupado. Busca subsistir en un contenedor de basura, rastrea lo posible, no es curiosidad el motor de su acción, es la miseria. En ese momento unos niños hacen lo que por suerte han de hacer para constituirse en lo que han de ser: jugar. El hotel preside la plaza, no es de lujo, pero muestra de modo ostensible su pretensión de lo excelso, de lo más agradable al que está por venir. A un tiempo nosotros, adultos, jóvenes y niños. En esta representación de un instante cualquiera de la vida de varios separados por el no conocimiento del otro se ha de añadir la presencia de un gato que realiza la misma astuta tarea: sobrevivir, comer el alimento que se le ofrece involuntariamente en dosis de despojos diarios de los ciudadanos en tránsito y residentes del lugar. Pues bien, salta la sorpresa, por la mayoría inadvertida, por mi reconocida como fenómeno. Una niña observa la escena, una parte de la escena para ser más precisos. Muestra ante todos su amor, su pena, su lástima por la situación de un ser que está en una situación de desventaja, que muestra una vida de infelicidad, que son de algún modo sus derechos como no cosa pisoteados. Es su situación un juego perverso de aproximación permanente a la muerte. Es la cruel lucha por la vida. El gato adquiere su protagonismo, indirectamente logra una atención amable otorgada por la inocencia de la mirada de una niña inducida hasta el extremo por un mito que ha llegado vía sentimientos a su corazón, a su ser como entendimiento de la realidad: el doctrinario animalista. La tolerancia hacia los animales parece que nos conduce a la indiferencia de las penurias humanas. Este pensar infantil, más dilatado que nunca, podríamos decir que hoy en nuestro presente en marcha domina hasta en la vejez, imprime nuestra felicidad canalla dirigiéndola hacia uno mismo y hacia los otros no humanos, hacia los animales. Sometido a pulsiones ocasionales de agrado, de satisfacción adictiva, en el límite de lo no querido por ser consecuencia de la frustración derivada de la insatisfacción.
Mas no se acaba aquí. Allí en la tierra de los primeros filósofos, de aquellos que buscaban el buen argumento dirigido a la verdad (parresía). Conversación de la que no participo pero que escucho, la prudencia me aconsejó bien y pude guardar el debido silencio. Me permito decir que entiendo el mensaje y sé de sus consecuencias y de su negra tergiversación de las historia, conozco el origen del mito perverso, sé de su eficacia demoledora, y asumo de modo resignado su aceptación masiva. En dicho diálogo sosegado y bien aplomado, el compromiso con el discurso es ciego, indudable, casi dogmático se dice “…y sí, fue Cristobal Colón un hombre que hace tiempo descubrió latinoamérica”. No las Indias, no la que después fue América, el continente que separaba Europa de Asia, que dividía los mares y de este modo al Atlántico se le añadía el “Lago español”, es decir el por todos conocido gigante océano Pacífico. Menos siquiera América del Norte (se supone que aquí no entraría Mexico, la América del Norte es la de habla inglesa y francesa, tampoco, se puede presumir, que los estados de California, Nuevo Mexico, Arizona, Colorado, Florida o Texas anexionados por los Estados Unidos en 1848 con la firma del vergonzoso Tratado de Guadalupe Hidalgo). Un descubrimiento homologado una vez justificado, es decir puesto sobre un mapa. Un acontecimiento que hacía del Nuevo Mundo la causa eficiente indispensable para transformar al Viejo Mundo en otro Nuevo Mundo, en otra Europa. Un mundo que hasta la fecha no había sido descubierto por no ser justificado, y no lo había sido porque los que allí antes llegaron no habían vuelto, nativos americanos y vikingos, y menos aún puesto en un mapa dichos territorios. Pero es que el fenómeno más arriba descrito no es otra cosa que un anacronismo de la ideología negro legendaria contra España, es trasladar categorías políticas de hoy, interesadas, a acontecimientos que para ser evaluados y entendidos exigen acudir con el rigor del que ha de saber de la mano de los relatos y de las reliquias, es decir se exige hacer ingeniería inversa, ser forenses del cadáver que la historia nos ofrece, rescatar para interpretar los resultados de lo que fue y sigue influyendo en nuestro presente, caso de la lengua española, no italiana o francesa, no en un sentido laxo latina.
En fin, muchos son los fenómenos asimilados y aceptados como hechos que no se salen de lo que se supone que es el verdadero sentido de nuestra historia.
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