Dudar no es una patología

Fecha: 13 octubre, 2019 por: dariomartinez

Mejor: algunos somos Vesuvius

Dos autores forjaron sabiamente lo que hoy conocemos como filosofía alemana. Entendamos al menos la que está escrita en alemán, lo que no quiere decir que sea hecha por ciudadanos de una entidad política milenaria, internacionalmente homologada y reconocida como nación política. La reunificación vendrá más tarde. Volviendo al asunto que nos compete. Tanto Hegel como Marx entendían que el ser del hombre iba inexorablemente asociado a su relación de dominio de la naturaleza impersonal; el despegue de la misma, el desarrollo del sistema productivo desvinculaba al hombre de su no ser, de su alienación entendida como sometimiento a lo natural. El camino de la libertad era tortuoso, pero pasaba por la emancipación técnica y sabia de la naturaleza en una dialéctica tensa entre amo y siervo primero y entre clase trabajadora y burguesa después. El sistema productivo era el principal resorte del devenir del hombre. Marx entendió que el trabajo era la auténtica esencia humana, y más allá de las filosofías precedentes, de tocador diría, lo que se necesita es una buena articulación del sistema productivo con el fin de hacer al hombre dueño de sí mismo, o lo que es lo mismo: libre.

Las filosofías ilustradas de corte liberal serán beligerantes con la corriente marxista. De ningún modo algo que se entiende desde el origen como atributo del hombre, algo además acordado en un pacto ficción entre hombres libres que quieren dejar atrás su condición de esclavos de la naturaleza (entendida primero como mito, perverso y casi con voluntad, con capacidad de querer y desear, y hoy como mito oscuro, dominador, y benévolo  recuperado con fuerza por el ecologismo), no puede anularse mediante un proceso violento de colectivización de los medios de producción. La propiedad privada es el fundamento del sistema de producción capitalista, y con él de las democracias liberales, tanto de izquierdas como de derechas, actuales y pasadas.

Dicho esto. ¿Qué queda de la izquierda marxista entre las izquierdas de hoy? Nada, ni siquiera un conocimiento aproximado. A la izquierda indefinida de hoy parece que le trae al pairo la organización del Estado. Lo importante es la humanidad, la vida de la Tierra, ideas persuasivas pero que trascienden lo estrictamente político. Así se habla en nombre de los ciudadanos del mundo y se exige de todos los habitantes de nuestro planeta que lo que nos dicen los políticos del primer mundo sea de obligado y global cumplimiento. Y esto no es todo, quieren que todo ello se realice bajo la responsabilidad exclusiva del individuo y procuran además que los gobiernos ajenos a tales medidas realicen, sin nada que pueda devenir como alternativa que satisfaga sus necesidades, lo que los gobiernos del bienestar y sus organizaciones afines quieren; el problema es que exigirles esto conduciría a la mayoría de sus ciudadanos a la miseria. Todo ello por supuesto con el diálogo materializado en cumbres mundiales sobre el clima, pero como diría Stalin: ¿con cuántas divisiones cuenta Europa para poder obligar a Rusia, China, India y Brasil, entre otros (EE.UU. por ejemplo), a que se plieguen a sus demandas? ¿Sería prudente intentar siquiera ejecutarlo? ¿Iríamos otra vez a una nueva guerra mundial total dada la actual capacidad tecnológica y armamentística? ¿Podríamos decir que estamos iniciando una nueva era de guerra fría o paz caliente? En nombre de dichas consignas políticamente desconocidas por metafísicas se diseñan, en beneficio de las grandes corporaciones industriales, medidas severas de ajuste, despidos masivos, deslocalizaciones permanentes, y en definitiva la desarticulación forzosa de entre otros nuestro sistema productivo industrial. Lo peor es que no hay propuestas de choque alternativas, tampoco argumentos capaces de atisbar un mínimo de rigor que permita reconsiderar el hecho de que una política de Estado no puede ofrecer para su estabilidad y bien vivir de sus ciudadanos un decrecimiento permanente que facilite el empobrecimiento, la emigración de los más jóvenes y mejor preparados o el lento aumento anual de suicidios. La vuelta al pasado está lejos de ser una arcadia bucólica y feliz, por el contario creemos que se aproximaría más a la barbarie de la mera supervivencia de la inmensa mayoría.

Hoy se nos vende como ideología irrefutable apuntalada por el saber inexpugnable de la mayoría de los científicos de bien (por descontado progresistas), con el añadido propagandístico e infantil que nos ofrece una sonrisa fatua, más emocional que racional, y una palmadita en la espalda del nuevo político de turno que una vez en el poder nos dice: “es por vuestro bien y el de vuestros hijos”. Pero no lo olvidemos: a partir de ahora van a ser más los que tendrán muchas papeletas para poder llegar a ser un parado de larga duración. Tal vez es el momento de al menos poder reflexionar y mostrarnos escépticos sobre la posibilidad de la no verdad de lo que desde Europa se entiende como axioma: “la lucha contra el cambio climático es una garantía de crecimiento económico”.

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