El sujeto individual corpóreo y político de Espinosa en su relación infinita con la naturaleza, con otros hombres y con lo trascendental o divino

Fecha: 15 octubre, 2022 por: dariomartinez

 

 1.- El siglo XVII es el periodo del cambio. Se transforma la sociedad europea por la necesidad de adecuarse a los nuevos retos y acontecimientos. La ciencia, sobre todo tras Descartes, Galileo, Leibniz y Newton, se erige en paradigma racional con fundamento sólido en las matemáticas, una nueva clase social, la burguesa, cada vez más poderosa reconoce en sí misma la voluntad de acceso a las riendas del poder político, acceso que incorporará nuevos métodos, nuevos objetivos, nuevas ideologías; las nuevas colonias y los nuevos descubrimientos desembocan en intercambios comerciales hasta la fecha desconocidos, tanto por la cantidad como por la variedad de productos intercambiados; la sociedad agraria feudal, fundamentalmente autárquica, con sus superestructuras ideológicas en torno al Dios personal de la religión cristiana dejará paso a una sociedad dinámica, comercial, capitalista, con nuevas superestructuras ideológicas (citando de nuevo a Marx) en torno, ahora, a un nuevo Dios (deísmo), esta vez impersonal, racional, objetivo o lo que es lo mismo: filosófico, no religioso, calculador, no pasional ni voluntarioso, o sea, dejará definitivamente de ser objeto de veneración y se presentará oficialmente como pieza de un sistema filosófico racional enfrentado pública y directamente a las “supersticiones”, como entienden los ilustrados franceses (Voltaire, Diderot), de las diferentes religiones.

Ahora bien, la figura clave de la modernidad, herencia directa del Renacimiento, es el hombre que sustituye a los ángeles y participa cada vez más de un Dios menos divino. Abandonado a su suerte por Dios, y a la vez disputado por las religiones protestante y católica en toda Europa. En esta vorágine desconcertante encuentra el hombre su sitio en su propia autonomía del obrar y del pensar que se fundamenta en la verdad que deriva del conocimiento riguroso, sistemático, ordenado y empírico- experimental de la ciencia, un conocimiento esta vez que sale del aula para incorporarse al laboratorio o taller-aula. Y dicha verdad no es otra cosa que la puesta en práctica de la racionalidad humana. Racionalidad esta vez no subordinada a los instintos, ni a las pasiones, ni a los preceptos morales por todos asumidos acríticamente, ni a la fe emanada y dirigida desde el poder de la Iglesia, ni a ninguna otra autoridad. Es autónoma y se inspira al tomar como modelo de rigor no en la autoridad de raíz filosófica: Platón, Aristóteles, Santo Tomás, etc., o en la autoridad religiosa: el mismo Dios del cristianismo y su palabra revelada en Las Sagradas Escrituras, sino en el orden matemático, en su carácter geométrico. Es como previamente a Espinosa recoge en su filosofía y pretende ponerla en práctica: Descartes; un momento civilizador embargado por la duda metódica que entiende como medio para alcanzar la verdad, transición con visos claros de superación de la mano de la evidencia, clara y distinta, emanada de la matemática. Así el hombre logrará en camino (método) atravesar el túnel de la duda para poder civilizadamente controlar la naturaleza infinita a través de la ciencia y de la tecnología, controlar, también, mediante la organización social a los hombres libres con nuevas propuestas de gobierno (en el caso de Espinosa, como más adelante veremos, democráticas y con alcance no sólo nacional sino también internacional) y controlar autónomamente, individualmente, nuestra voluntad a través del conocimiento de lo necesario, de lo racional sin mácula de instintos, de vicios, de pasiones perturbadoras. Este recorrido lo inicia Descartes pero con Espinosa las aristas peor argumentadas son pulidas y de esta manera el sujeto ético político refundado.

En fin, con Espinosa, y también con Malebranche, Descartes, Leibniz, etc., lo que hace la filosofía no es olvidar las ideas de Dios, Alma y Mundo, que desde sus coordenadas de rigor matemático pueden resultar incluso metafísicas, sino transformar su orden, llevar a cabo una auténtica revolución copernicana de las ideas. El fundamento del que deriva la totalidad de la realidad ya no será la naturaleza o physis de tradición griega, ya no será Dios o la persona divina de la tradición medieval y escolástica, sino que será el sujeto humano cognoscente racional, libre y finito (el cogito cartesiano o el sujeto ético-político de Espinosa) desde cuya existencia demostrada se derivará la existencia del mundo y del mismísimo Dios. Será así que la razón humana, con sus límites en Dios nos recordará Espinosa, justificará y tendrá la última palabra en asuntos concernientes a la divinidad y al mundo físico natural; esta revolución epistemológica conllevará necesariamente, y a la par, una revolución teológica, ya no será Dios el fundamento último de la razón humana sino que Dios mismo deberá resignarse a las regularidades lógicas necesarias descubiertas, emanadas autónomamente, por la razón humana. Este desplazamiento de la ideas nos proponemos llamarlo (con el materialismo filosófico del español Gustavo Bueno) “inversión teológica”.

2.- La modernidad es un periodo a nivel filosófico fructífero. En la diversidad de filósofos modernos destaca sobremanera su componente como tema central el asunto del conocimiento humano o epistemología. Espinosa a este respecto no va a ser una excepción. En sus obras intituladas: “Tratado para el entendimiento” y “Ética demostrada según el orden geométrico”, el rigor expuesto a nivel de teoría del conocimiento es obvio, al igual que la preocupación e interés que muestra sobre este asunto crucial para el nuevo individuo burgués que comienza a dar sus primeros pasos. Cualquier fundamento ético, político, recae en exclusiva en el ser humano y en su atributo esencial: la razón. El objetivo que persigue Espinosa es claro: el hombre debe poder alcanzar a través del conocimiento de lo necesario la felicidad; o lo que es lo mismo: cuanto mejor conozca la naturaleza, divina (natura naturans) o física (natura naturata), más libre, autónomo, mayor grado de tranquilidad o ataraxia, feliz en definitiva será el hombre ya que de este modo evita esfuerzos inútiles y ser dominado por las pasiones y lo irracional, con todo este grado máximo de conocimiento, que va más allá del racional y geométrico, que es intuitivo, requiere de un esfuerzo sólo alcanzado por los menos. Ahora la pregunta que se plantea y a la que intenta dar solución es: ¿cuál es la naturaleza del conocimiento humano? El rigor que se exige a sí mismo Espinosa le conduce a una reforma del conocimiento humano.  Espinosa distingue tres géneros de conocimiento que van de lo imperfecto a lo perfecto, de lo sensible a lo que está en el mismo Dios. Así:

  1. a) El primer género es el conocimiento empírico. Es un nivel bajo del que se debe dudar, al que inevitablemente nos vemos abocados a superar por falso, vago, impreciso, mero registro pasivo de imágenes y experiencias. Es en palabras del mismo autor: “un semillero de errores”.
  2. b) El segundo género es el conocimiento racional. Más elevado, más complejo, más preciso que el empírico. Es para Espinosa deductivo o encadenador de conceptos o términos mentales que abstraen lo particular sensible y lo generalizan. Es, con todo, aún impreciso si bien menos que el empírico. Acude siempre y necesariamente con el fin de mantener su coherencia interna a las causas en busca de rigor. Más allá de ellas, como denuncia en el “Apéndice” de su “Ética demostrada…”, el conocimiento racional se muestra erróneo, falso, inoperante e incluso supersticioso. Se produce este tipo de conocimiento más elevado que el meramente empírico como un automatismo del entendimiento, teniendo como modelo el orden geométrico que partiendo de elementos precisos y escasos en número permiten deducir, alcanzar, la esencia misma de las cosas a través de definiciones precisas, definiciones en forma de ideas verdaderas que nacen de la reflexión ejercitada desde el mismo entendimiento.
  3. c) El tercer género es el de la intuición racional. Tiene como modelo la geometría ya que es capaz de deducir, producir, conocimientos necesarios y universales. Recoge más bien las estructuras lógicas necesarias de “mi” conocimiento limitado más que las estructuras lógicas ilimitadas, necesarias, racionales de “las” cosas, de la realidad en y por Dios dada necesariamente. O sea, Espinosa se marca como objetivo y lo pone en práctica unir el orden del conocer con el orden del ser, une el orden necesario del conocer racional con el orden necesario del ser de las cosas. El hombre logra, desafiando al mismo Dios de la fe cristiana y la filosofía dogmática escolática, alcanzar a la misma racionalidad de las cosas a las que puede acceder Dios. El hombre se eleva a la altura de Dios y tanto uno como otro deben reconocer necesariamente la verdad (geométrica y lógica) de las estructuras esenciales de la realidad, por tanto, el Dios voluntarioso, absolutamente libre y omnipotente queda sometido al rigor lógico y racional, rigor y no sometimiento que Ockham eludía abocando al conocimiento humano al escepticismo de raíz empírica y al que se adherirán más adelante autores como Locke y Hume. El Dios de Espinosa, y volveremos sobre Él, es impersonal, infinito, inmediato, absoluto y no en acto, es el Dios no rezado de la Sinagoga vacía de Albiac, es causa necesaria de la totalidad de lo que hay, y al igual que de un triángulo conocemos sin dudar, de forma clara y distinta, es decir evidente, que sus tres ángulos son iguales a dos rectos, a Dios podemos llegar a conocerlo del mismo modo, sin duda alguna, y por último añadir que como sustancia única derivan de él deductivamente infinitos atributos de los que conocemos dos: pensamiento y extensión en forma de categorías del conocimiento que no del ser.

Visto cómo conocemos ahora debemos ocuparnos de el qué conocemos. Vayamos con Espinosa al análisis crítico de la sustancia, o en términos materialistas filosóficos a la ontología general y especial. ¿Qué es la substancia? Para Espinosa substancia es aquello que es en sí y por sí, o sea, aquello que para formarse no necesita del concepto de otra cosa. Es lo que Espinosa toma como postulado inicial en su “Ética…” y del que derivará los atributos y los modos de lo real. Los atributos son percibidos por el entendimiento como lo constitutivo de la esencia misma de las cosas. Dios dada su infinitud consta de infinitos atributos, es, según la definición de Espinosa, “entendimiento absoluto infinito”, luego para el hombre es inaccesible cognosciblemente, racionalmente, ya que de su infinitud de atributos el ser humano, desde su finitud, “entendimiento finito en acto”, sólo conoce dos atributos: la extensión y el pensamiento. Los modos, en cambio, para el entendimiento humano son considerados como afecciones o modificaciones de los atributos de las sustancias, son casos particulares infinitos y distintos, ninguno es igual a otro (principio de los indiscernibles) al igual que los individuos.

De estos dos atributos reconocidos por el conocimiento humano entendido como entendimiento racional sólo cabe derivar dos tipos de ciencias: las físicas o naturales y cuyo campo de saber es el atributo de la extensión en Dios, y las psicológicas o humanas y cuyo campo de experimentación es el atributo del pensamiento en Dios. Dado que Dios es infinito su conocimiento es inagotable, el hombre debe resignarse y reconocer que lo real es una pluralidad inagotable, que el universo de discurso racional sobre lo real, en lo real, es imposible que sea en algún momento clausurado. Por tanto, el panteísmo de Espinosa no será cerrado, o del orden invariable y monista como se le suele reduccionistamente entender, sino abierto e infinito como Dios; evita poniendo estos límites al conocer humano un racionalismo radical que pretenda saberlo todo (más adelante el Espíritu Absoluto de Hegel, Dios no existe pero existirá), agotar definitivamente el universo del discurso en Dios. Tampoco desemboca en escepticismo ya que es posible acceder a conocimientos positivos, firmes, seguros, indubitables, claros y distintos dado que cuando conocemos una idea de verdad adecuada es imposible dudar de ella, volvemos a subrayarlo, evitamos así de la mano del sefardí holandés caer en un modelo de argumentación ad infinitum, como los de la matemática, y, además, deja abierta la posibilidad futura de la aparición de otras ciencias capaces de conocer otros atributos de Dios. Por eso dice Espinosa: “cuanto más conocemos las cosas singulares tanto más conocemos a Dios”. El mundo, Dios, es inagotable, pero la tarea del hombre es conocerlo con el fin de instaurar en él un orden racional de forma paulatina, reafirmando la finitud humana racional o lo que es lo mismo: la no posibilidad del conocimiento total del orden de las cosas, esto lo deja conscientemente Espinosa para la creencia de los fanáticos que en su afán por conocerlo todo desconocen lo más próximo y engañan a quienes simplemente tienen fe en ellos. Dios, pues, no es límite sino fuente inagotable de inspiración y una tarea positiva, de posibilidad de alcanzar verdadero conocimiento, e infinita.

3.- El hombre en Dios o en la totalidad estructural d la realidad infecta. Puestas las bases del verdadero y limitado conocimiento humano Espinosa está en condiciones de negar tajantemente: en primer lugar, la libertad humana que entiende como necesidad o conocimiento de lo que realmente sucede en Dios; la libertad ajena a cualquier explicación causal, entendida como eficiente, no es nada más que una ilusión en la que se refugia cómodamente la ignorancia; en segundo lugar; la finalidad en la naturaleza al atribuir al orden divino y necesario nuestra voluntad racional, no hay ningún plan divino, no hay ningún nous trascendental. La naturaleza o natura naturata nos demuestra que incluso los prejuicios, los asuntos mal fundamentados al acudir a las pasiones o a lo irracional, tienen en última instancia un orden necesario accesible a la razón humana, o sea: no merecen el desprecio del desinterés más absoluto (o el respeto pasivo y tolerante) sino que debemos tratarlos críticamente para desactivar en la medida de nuestras posibilidades y de nuestras facultades racionales sus falsedades (tolerancia y respeto, una tolerancia por cierto lógica, no psicológica. Con ella pretende encauzar el sentido de la opinión y el error hacia el buen argumento y la verdad), debemos tomárnoslos en serio al igual que nos tomamos los puntos, las rectas o los ángulos de un triángulo cuando hablamos de matemáticas ¿Y qué es la razón humana? Espinosa la identifica como mente o modo del atributo divino del pensamiento que se halla como realidad en el cuerpo. De ahí que la ética de Espinosa sea identificada como materialista ya que pone como fundamento ético universal el lugar donde existe la mente humana, esto es: el cuerpo individual o entendimiento finito en acto. De aquí derivará, según el orden geométrico, sus dos principios éticos fundamentales o manifestaciones de la fortaleza (conatus):

1.- La firmeza o perseveración en el ser. Viene identificado como mantenimiento del cuerpo y búsqueda de su mayor bienestar posible, de lo más útil, se manifestará en forma de alegría. Será, de este modo, un bien ético la perseveración de la salud individual, el sano mantenimiento de nuestro cuerpo o fortaleza, por el contrario el mal mantenimiento del cuerpo, el ejercicio de lo absolutamente innecesario para él, su deterioro irracional e irresponsable, es reconocido por el judío holandés como tristeza. Y será un mal ético, en este sentido cacoético, por excelencia el suicidio o eliminación voluntaria e irreversible de la vida. Como profesión ética por excelencia podemos destacar la medicina.

2.- La generosidad o perseveración en el ser otro humano. Se manifiesta a nivel de grupo de individuos asociados por un interés común y por tanto en este ámbito sería más correcto hablar de moral. Tiene como límite la perseverancia en el ser otro siempre y cuando éste no tenga como fin la eliminación de mi existencia. Será un bien moral ayudar a otro y será un mal moral el asesinato por la irreversibilidad en el daño cometido, la existencia eliminada es irreparable. Como profesión moral por excelencia podríamos identificar la política, o ejercicio de lo social posible con el propósito del mantenimiento eutáxico, o sea: del buen orden capaz de ser objetivamente valorado en función de su pervivencia, del estado, y que, a su vez, persigue dentro de sus posibilidades el bienestar de los ciudadanos a los que representa, frente al bienestar de otros ajenos a sus fronteras o a los límites del estado.

Ahora bien, esta ética universal sólo se puede estructurar o hacer efectiva en el seno de la sociedad civil, es decir: en el marco normativo del estado como garante de la seguridad y la libertad individual. El hombre en ausencia de reglas de convivencia que estén por encima de su voluntad individual, que le coaccionen, que le obliguen contra su voluntad, el hombre en estado de naturaleza sólo es un ser amoral ( ni bueno como suponía en su ficción del origen del hombre Rousseau, ni malo como suponía Hobbes) dominado por lo irracional, por lo instintivo y más cercano a lo animal del ser humano, sólo es, en términos hobbesianos, un lobo para el hombre, y por tanto, en este estado de naturaleza salvaje inmaculada de normas los actos del ser humano no podrán ser calificados ni como buenos ni como malos, sólo serán un modo más del atributo de la  extensión del animal hombre, obedeciendo a sus pasiones, no a la razón. Espinosa quiere intencionadamente huir de este campo de la sinrazón y se instala en el marco de la política (al igual que ya había hecho Aristóteles para quien el hombre al margen de la sociedad, de la política, o es un animal o es un Dios que no necesita de nadie y absolutamente autosuficiente) que tiene como eje vertebrador de la ética y moral humana al estado. Con todo no podemos olvidar que lo que une a los hombres entendidos como multitud es una tendencia natural a asociarse por algún sentimiento común, por una esperanza o un miedo compartidos o por el deseo de vengar un mismo daño, precisamente porque los hombres se guían más por el afecto que por la razón. Y en consecuencia, de ningún modo los hombres que componen la multitud concuerdan necesariamente en naturaleza, lo cual implica que la multitud no es concebida como un sujeto político capaz de articular una estrategia racional para preservar la paz y la libertad, no sólo nos guía la razón, si así fuese resultaría fácil hacer una política capaz de garantizar, la paz, la felicidad, y la libertad; además, resultaría baladí hablar de política como una arte cayendo en el error de tratar al hombre como queremos que sea y no como es. Pero ¿qué es el Estado para Espinosa? Como genialmente recoge y analiza Vidal Peña, el Estado es “veluti una mens” o “entendimiento infinito en acto” o “individuo de individuos”. Individuo, pues, compuesto personal y en acto que limita nuestra libertad ilusoria y garantiza cuando se ajusta a la virtud moral de la justicia nuestra libertad necesaria. Su infinitud permite trascender las fronteras nacionales del estado pudiendo llegar a un hipotético estado de estados o Estado Universal como estructura pensante global. Como forma de gobierno más adecuada Espinosa no duda en señalar la democracia ya que permite el ejercicio con garantías de la racionalidad a todos los individuos, permite la libertad de pensamiento y garantiza en mejor medida el evitar caer en decisiones absurdas dado que es más difícil que muchos cometan un error de tal magnitud, o lo que es lo mismo: es más fácil que dicho error mayúsculo se produzca en un gobierno monárquico que depende de uno o en uno oligárquico que depende de pocos, siguiendo de forma clara la clasificación aristotélica. Se niega proponer como mejor forma de gobierno la dictadura o la oligarquía ya que en estos casos el supuesto pensar racional recae en uno sólo lo que potencialmente parece imposible equiparar a lo que pueden llegar a pensar un conjunto de individuos libres, además el dictador se suele someter a los caprichos irracionales que emanan de su voluntad caprichosa ilimitada. Tampoco se resigna a aprobar una forma de gobierna de unos pocos, aunque mejor que la de uno sólo, son más sus defectos que sus virtudes, prevaleciendo los caprichos del reducido grupo de gobernantes sobre los intereses generales del conjunto de ciudadanos. En la forma de gobierno democrática las pasiones particulares se limitan y es más útil y beneficiosa para el hombre dado que el bien perseguido por la razón guiada por el entendimiento es bueno para el hombre individual y es bueno, a su vez, para el conjunto de los seres humanos. Además, en el riguroso ámbito ontológico, el ser, la esencia en forma de potencia de la democracia entendida como ejercicio del poder de muchos individuos unidos es más real. Este sometimiento a la razón mejor sería que fuese libre y voluntario pero Espinosa reconoce que el poder disuasorio de las pasiones es aún eficaz, de ahí que atribuya como funciones propias del estado el ejercitar la justicia a través de leyes que se impongan por la fuerza (coactivamente) y la necesidad, no olvidemos que el estado para el holandés es absoluto; leyes que se muestren voluntariamente incapaces de legislarlo todo, incluido lo privado (las creencias religiosas que se reservan al ámbito de lo privado individual, salen de lo público), ya que si así fuera el resultado de esta soberbia del derecho sería adverso a su objetivo: incrementaría los vicios, no limitaría las pasiones.

En este intento por perseverar en el ser humano particular humano y en el ser pensante global o estado está la esencia misma del hombre. En este cuerpo y mente, en este pensamiento y extensión como modos de los atributos divinos, se unen las dos sustancias de Descartes en una única sustancia infinita o finita en acto (estado o ser humano corpóreo y operatorio). De este modo, la ética y la política espinosista serán utilitaristas y así entenderá por alegría todos aquellos actos que contribuyan a hacer al ser humano como persona (la persona se hace, se añade a lo humano, aunque también se dan casos de des-personalización, de no perserveración en el ser humano), a conocerse necesariamente como tal evitando la culpa, el arrepentimiento, el autoengaño en forma de disociación voluntaria de nuestros actos pasados de nuestra persona presente, debemos ser responsables de nuestros actos pasados y que son, en última instancia, los que mediante el reconocimiento externo, social, nos configuran como personas en un sentido trascendental del término, reconocer el error y reconducir nuestra trayectoria vital hacia el fortalecimiento personal es un acto digno y que merece ser considerado como virtuoso, y así también entenderá como tristeza todos aquellos actos que contribuyan a alejar al ser humano corpóreo operatorio de su persona y se deslicen por el terreno de lo irracional o de las afecciones pasionales alejándonos de la tranquilidad garantizada por el saber en Dios que nos hace sentir incluso eternos. Ser como persona es conocer lo necesario, ser racional, cuidar nuestro cuerpo y someter nuestros impulsos más irracionales, en el fondo más triste, es la capacidad de proyectar y programar nuestro futuro. Además, este conocimiento es libre, por necesario, y es autónomo por útil. Y este es un logro que sólo consigue el sabio, el ser humano más feliz, que se preocupa por meditar por asuntos de la vida: busca la alegría, construye el bien para su ser y persigue ser útil para los demás: “los hombres que se gobiernan por la razón, es decir, los hombres que buscan su utilidad bajo la guía de la razón, no apetecen para sí nada que no deseen para los demás hombres, y por ello, son justos, dignos de confianza y honestos”, y no se molesta en meditar sobre la muerte, no se angustia; es un tipo de saber de los menos dado que la mayoría se instala en lo cambiante, en lo meramente aparente y se somete al semillero del error que no es otro que lo sensible.

 

 

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