En auxilio de la razón
Fecha: 30 julio, 2020 por: dariomartinez
De forma provisional el régimen de semilibertad de varios de los presos políticos catalanes condenados por sedición (más concretamente por intento de desintegración del pérfido Estado español) es cancelado. El efecto inmediato la vuelta a la cárcel. Obviamente el rechazo de sus principales afectados es palpable, público, y notorio. No cabe duda que la estancia en un centro penitenciario es desagradable. Es triste porque limita al máximo la libertad de movimiento e impide que uno como persona se pueda enriquecer, es decir pueda potencialmente ser mejor y ampliar en función de su capacidad la libertad para hasta lo máximo de su ser en tanto que persona que vive con otras personas.
Sus argumentos de rechazo son múltiples. Básicamente giran en torno a lo que entienden como una actitud jurídica coactiva y amparada en la venganza. No son las leyes y la certeza a ellas asociadas las que sirven para revocar una decisión de excarcelación previa, son supuestos psicológicos, disfrazados de ley, los que dan con sus huesos un tiempo de permanencia más dilatado en la cárcel. La razón de estado es astuta y también despiadada. Ataca lo más sagrado, arremete contra la fe de quien obra en conciencia. Esa fe inexpugnable, misteriosa, incognoscible, ajena a una realidad en forma de normas emanadas de una soberanía de todo el pueblo español; soberanía indivisible y que ha de entenderse como totalidad atributiva. De no ser así su fuerza o capacidad de obligar se diluirá en la charlatanería, y será incapaz de cambiar trayectorias de vida que resulten lesivas para el conjunto de la sociedad.
La vuelta a parcelas de poder político en régimen de feudalización no es progreso. Es una vuelta atrás peligrosa. Es el retorno a una libertad de conciencia, muy luterana ella, muy protestante, que justifica, con el rigor de la persuasión y la fuerza, el dominio de los más convencidos y que en un proceso de locura colectiva puede constituirse en mayoría. La vuelta al protagonismo de unos líderes iluminados y con el derecho autoadquirido para poder dirigir a los más, a las masas enfervorizadas y doblegadas al opio de una cultura (una vez secularizada la gracia divina) entendida como realidad absoluta. Idea con gran capacidad operativa y organizativa y habilitada para transformar lo que no es más que una utopía en consigna de acción política: «una nación (léase en el sentido étnico-cultural), un Estado».
Se permuta la voluntad de Dios por la voluntad individual. La conciencia pura es infinita, no hay realidad, ni norma, ni Estado que la pueda doblegar. La conciencia articula a su modo lo realmente existente. No sólo es una mera premisa que permita intentar entender el presente en marcha, es el principio articulador mismo. Está por encima de cualquier ley positiva, es un nuevo Dios, es un nuevo mesías, su hacer se torna implacable, impecable, ajeno a la crítica. La fe agrupa como nunca. Se convierte en principio coordinador de lo irreal y posible. Su alimento una ideología fácil de digerir: la felicidad entendida como pueblo independiente.
La realidad mermada hasta la nada no importa. La fe es auténtica si brota libremente, espontáneamente, de la tierra que la cobija. La ficción en origen es esencial. La mentira se generaliza, se hace mayoritaria, todos se lo creen, todos tienen sus buenas dosis de fe, todos pueden salvarse. La realidad ha de someterse a su voluntad. Estamos a un paso del desastre. La posmodernidad triunfante convierte todo lo que toca en mero relato, la coartada perfecta para salvar la conciencia, la fe más íntima y preciada.
¡Qué panorama! Leía en estos días a Jesús García Maestro «Contra las musas de la ira. El materialismo filosófico como teoría de la literatura». Decía que Espinosa en la modernidad fue un lobo para Dios. Lo trituró con la razón, le dio un cuerpo en forma de naturaleza infinita, absoluta y no en acto, es decir irreal. Le robó su voluntad y lo despojó por irracional de deseo alguno. Lo vació. Cervantes hizo lo mismo con su literatura. Su Quijote era un Dios, tan divino como el hombre puede llegar a ser. Operó en la ficción hasta el límite, se le dio por loco, pero su razón subyacente sobrevivió y volvió a aflorar al final de la novela y de su paso a la muerte. Dos autores magistrales, defensores de la razón, lobos para Dios, combatientes con la armadura del saber de los fantasmas de lo superfluo, de lo mezquino, tramposo, e irracional, de la fe como motor y aval de todo tipo de hacer por muy soez y terrible que sea.
Ahora necesitamos un lobo para los nacionalismos de allende o de aquende que pretenden hacer implosionar por caducos y opresores a los estados-nación nacidos con la modernidad y cuyo «finis operantis» desde su génesis no era otro que: el interés común, una mejor redistribución de la riqueza, una sociedad política de ciudadanos comprometidos e iguales ante la ley para ser tratados en su diversidad conforme a las ideas de bien y justicia.
Hemos de escoger en la filosofía un sistema que muestre críticamente los límites de todo tipo de nacionalismo hasta desactivar su eficacia, consecuencias, posibilidades, ficciones, y engaños. Hemos de rescatar lo mejor de la filosofía, en un sentido académico e inmerso en el presente, para demoler esos monstruos de la imaginación y de la fe que nos pueden con eficacia mortal debilitar y someter. La filosofía la tenemos, poseemos un buen saber de segundo grado a modo de «symploké» platónica que puede volver a la caverna y dar cuenta del peligro que nos acecha. Tenemos los textos, hay lectores, conocemos a muchos de los autores que con su obra logran que el materialismo filosófico continúe su curso argumentativo hacia la verdad demoliendo el error. Falta un número más potente de intérpretes, de transductores, que lo eleven al terreno de lo académico e institucionalicen su sistematicidad para así poder articular un discurso más ajustado a la razón.
Con el materialismo filosófico de Gustavo Bueno podemos ser y estar más firmes. Sortear los envites de la vida estando con el que fue su buen hacer reflexivo. Sistemas filosóficos como el suyo no hay muchos y menos escritos en español.
Deja una respuesta