Kant y su Dios (II)
Fecha: 4 septiembre, 2020 por: dariomartinez
El uso especulativo de la razón nada nos puede decir de Dios. Es una labor en el fondo ociosa. A nivel teórico ningún resultado es posible. Los límites críticos de la razón, más allá de los dogmáticos y los escépticos, por vía negativa nos informan de la trayectoria que enfanga la reflexión humana en el error. Un esfuerzo inútil, carente de progreso alguno, es la difícil advertencia kantiana sobre el uso seguro, preciso, formal, arquitectónico de la razón. Doblegar la naturaleza errónea de la razón, su soberbia por aspirar a saberlo todo, tarea difícil. Dios y lo que sucederá en forma de vida humana futura una incógnita teórica. No hay experiencia sensible con la que podamos trabajar y resuelva de forma definitiva y concluyente nuestras dudas y expectativas. Sobre asuntos tan trascendentales lo mejor es evitar, poniendo límites a la razón, los errores. Noble tarea.
Ahora bien, ¿nos atrevemos a prescindir de Dios, a suponer que algo suceda? ¿Podemos obrar correctamente prescindiendo de las ideas de Dios y de la inmortalidad del alma? ¿Dichas ideas prescriptivas del hacer práctico puro gobernado por la razón son universales y necesarias en lo relativo al «deber ser»? ¿Fuera del reino de la gracia, hoy cultura, hay posibilidad de salvación? ¿Podemos satisfacer nuestras inclinaciones y llegar a ser felices?
Kant lo tiene claro. Kant cree firmemente tenerlo claro. Está internamente, conscientemente, convencido de su apuesta por la existencia de Dios y la inmortalidad del alma. No lo conoce, no sabe nada de la inmortalidad del alma, pero ambas puras ideas son necesarias no sólo para obrar libremente sino para aspirar a obrar en favor del bien individual y del bien de la humanidad, bien que se materializará: con la superación de la minoría de edad («sapere aude» que toma sin citarlo de Horacio), con el fin de los ejércitos y con el fin de las guerras (por defecto, de los estados; Kant visto como germen de la posmodernidad). Por supuesto todo ello al margen de las condiciones económicas y sociales, lo importante es tener buenas ideas, intenciones y voluntades. Pensando bien todo irá encaminado a la ansiada paz perpetua, a la armonía del conjunto de la humanidad; la dialéctica de Estados realmente existentes, la dialéctica de clases, un pin, un adorno, una verdad en marcha superflua, trivial, sin interés; sobre todo para el burgués que él representa.
¿Qué pasa con quien no cree en Dios? ¿Qué pasa con quien no cree en la inmortalidad del alma? Desde su firmeza de alcance individual, egoísta, el no creyente, «doctrinal» o en Dios, o «moral» o en la inmortalidad del alma, no es libre. No puede actuar siendo esclavo de la ley moral, es un enfermo patológico que se deja sobornar por los impulsos de la sensibilidad, es una bestia, un animal: «una voluntad que no puede ser más que estimulada a través de los estímulos sensibles, es decir, patológicamente, es una voluntad animal (arbitrum brutum)». Es un ser dogmático que cree saber cuando sólo puede ofrecer opiniones carentes de certeza y de convicción. El dogmático es un ignorante sofisticado, persuasivo, en el límite peligroso. ¿Candidato a la eliminación en nombre de una fe inquebrantable en el único Dios verdadero que es adorado a través de una fe inmanente, necesaria, no arbitraria y generadora de vida, de bien? Tal vez, y más si el otro, el dogmático, el que rechaza a Dios es visto como infrahumano. Este rechazo a Dios puede ser la fuente inagotable de sentimientos malos, hoy añadiríamos que inhumanos. El sometimiento a la naturaleza un estado de salvajismo. La humanidad de Kant no es la de todos los hombres de su época, es de una parte de ellos; el hombre salvaje, primitivo, es naturaleza. Luego no se hace con él la guerra, simplemente se le extermina cazándolo.
Kant puede ser el ideólogo perfecto para poner en marcha actos de domino sobre otros y sobre otros territorios, el colonialismo del siglo XIX tal vez esté en deuda con el bueno de Kant.
Ahondando en su espectro de rechazo. El catolicismo como una farsa religiosa que apoyándose en lo sensible: imágenes, ceremonias públicas, procesiones, se convierte en ateísmo de diseño. Balmes no dudará en ponerle freno. No podemos olvidar, y esto es esencial para este tema, que Cristo, para ser realmente creído en el seno de la religión cristiana, y lograr un triunfo sobre las religiones paganas, heréticas, tan rotundo, tuvo que hacerse carne, materializarse, realizarse como hombre; siendo pura idea cada uno puede creer lo que le venga en gana. Los apetitos, los sentimientos, las pasiones, también gobiernan al hombre, pero no sólo eso, también son más poderosos que la razón formal tal y como la entiende Kant. Idea de razón tan limitada e inoperante que no atiende ni tiene en cuenta un tipo de razón mucho más potente como la derivada de operaciones quirúrgicas, precisas, institucionalizadas, con términos ordenados según relaciones precisas y necesarias, sinectivas, en «symploke» y que necesitan ineludiblemente de manos para entender las diferentes parcelas de la realidad, plural, dinámica y heterogénea, de forma geométrica.
En fin, su teología moral solo nos ofrece dos artículos de fe como garantía del obrar puro y libre humano. Quien carece de fe, quien además osa no obedecer al gobernante sabio, en el sentido kantiano y tomando palabras de Lutero en referencia a las revueltas campesinas de su época, ha de sufrir el filo de la espada: «Los campesinos tampoco quisieron escuchar ni se dejaron decir nada, por eso hubo que abrirles las orejas y las cabezas saltaron por los aires; para tal alumno tal palmeta. Quien no quiere escuchar la palabra de Dios por la buenas, escuchará al verdugo con la hoja».
Espinosa, buen ateo, fuerte, firme, racional, generoso con las demás personas, demostró durante toda su vida ser especialmente virtuoso, cauto y prudente. Defendía la vida con la potencia de la sabiduría. Hagamos suyas las palabras de Severino Boecio en su cautiverio previo a su ejecución: «Nuestro principal destino es no contentar a los peores».
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