No lo comparto
Fecha: 8 noviembre, 2019 por: dariomartinez
“Desde luego no parece el mejor momento para que el buen demócrata de marras se quede en casita a ver qué pasa”, lo podemos leer en su periódico del día 08 de noviembre. Lo suscribe el que fuera Presidente del Principado de Asturias, el Sr. Pedro de Silva. Lo que nos quiere decir es que el buen demócrata irá a votar, que dada su capacidad elevada e intelectual eludirá los extremos, se dejará guiar por la razón hacia la única posibilidad moderada, sensata y con posibilidades de victoria, en pocas palabras nos pide el voto para su partido: el PSOE. Legítimo, previsible, aceptado. Todo correcto, no merece otra cosa que el asentimiento. Es algo que entra dentro de la dinámica democrática. Hay varios representantes y cada uno de los ciudadanos españoles mayores de edad elegimos. No hacerlo, y más en estos momentos de perversión populista aglutinada en torno a la derecha, a la izquierda, y no lo olvidemos al nacionalismo, es poco coherente, cuando no irracional por ser un mero sinsentido.
Pero hay algo que no nos dice. Muchos potenciales votantes encontramos que los partidos políticos de izquierda, digamos los de trayectoria más asentada y mejor reconocidos, en concreto los que salen en televisión y tienen posibilidades reales de aglutinar los votos suficientes para obtener representación en el Congreso de los diputados, nos han dejado huérfanos. Lo han hecho especialmente por su abrazo, este sí que es de oso, al nacionalismo. Su deriva hacia una derecha ramplona, con pretensiones de volver a un pasado de fantasía en forma de arcadia pastoril capaz de cobijar a unos pocos elegidos, un nacionalismo necesariamente excluyente, de tintes étnicos, como señala acertadamente su compañero y alto representanta de la Unión para Asuntos Exteriores europeo el Sr. Borrel, hace a dichos partidos irreconocibles al ser mancillada por lo particular su ideología universalista de base. Es esta situación silenciada la que produce en muchos ciudadanos desasosiego. Esta vuelta a los sentimientos como prioridad, al hecho diferencial como hecho vivido propio, esta forma de entender la política en favor de un grupo reducido y en disputa con el vecino, esta perpetuación de las diferencias en forma de obstáculos insalvables, hace que el demócrata de marras piense en otras alternativas para el día de las elecciones. El votar no es una obligación y en este caso no lo es por una razón muy sencilla: por incomparecencia de una izquierda que articule una vía de gobierno orientada al conjunto de los ciudadanos españoles, que busque el equilibrio y no un Estado autonómico cada vez más federal y asimétrico. El objetivo debería ser el de un Estado plural en el que las peculiaridades de cada comunidad sean valiosas por ser abiertas y entregadas a la aspiración de universalidad, donde entenderlas no cueste un triunfo o implique una forma legal de mantener a raya al de fuera; que lo diferente sea apreciado, por los más, no por los menos en un intento de diferenciación cerrada; que lo peculiar como decía el profesor Bueno no sea un contravalor.
En esta biocenosis entre comunidades autónomas Asturias corre en clara desventaja. Por eso muchas personas que apostamos por una izquierda política abrazada a la razón, dejando de lado los privilegios de unos pocos que se autoerigen como adalides del devenir de todos sin que sepamos realmente cuál es la naturaleza real de esa diferencia que los hace mejores, no vamos a votar.
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