Su mal uso no es una broma

Fecha: 20 noviembre, 2020 por: dariomartinez

Es un sinsentido. Puede entenderse como un «oxímoron». En este caso consiste en añadir una etiqueta a una etiqueta. El uso del vocablo fascista está democratizado, acopiado por todos y usado de forma indiscriminada pierde su sentido, lo que no quiere decir que pierda su fuerza psicológica en forma de insulto del adversario político. Mitificar negativamente al adversario logra como efecto la mitificación positiva de quien lo profiere, así se resalta lo negativo para elevar las verdades y los parabienes ideológicos del auténtico adversario político. De dogma a dogma y tiro porque me toca. La confusión la regla, la nesciencia virtud, la apariencia como conjetura una caricatura de lo inteligible. Platón estorba.

De este modo las cosas ya no se sabe que significan. ¿Qué más da? Fascistas son todos y es nadie, en el fondo comienzan a ser simplemente los otros.

Para un fascista las urnas servían para ser rotas. Un Estado sin una armonía impuesta, exigida, tradicional, verdadera, es una simple locura de no gobernanza. Para el fascista el liberalismo es eso, otorgar una libertad sin norte, sin ideales, sin compromiso compartido, es el ejercicio mitificado y aplaudido de un nihilismo autodestructivo del mismísimo Estado. El fascista quiere el cambio a golpe de coacción colectiva y organizada, y quiere recuperar la tradición. Primero para acabar con el marxismo, por señalar con el dedo acusador de la desigualdad social a la propiedad privada y reivindicar en la dialéctica inexorable de la historia el fin de la idea de Dios por alienadora y opiácea ella. Segundo para acabar con el liberalismo. La usura no es virtud, es un simple contravalor.

El liberalismo es la decrepitud de un Estado atado a lo errático y sin ideales prestos para dirigirse a un «destino en lo universal», es la aceptación de la derrota como pueblo y patria. El liberalismo ha de ser repudiado, la Iglesia dará el golpe de gracia en España al liberalismo que persigue con ahínco un proyecto comercial y productivo sin dirigismos del Estado, sin fronteras, universal y sin trabas burocráticas. La Iglesia y el fascismo son por naturaleza beligerantes con el liberalismo (los nacionalismos no le irán a la zaga), de paso el Estado será una vez dirigido con el puño de hierro del fascismo una farsa democrática entendida como realización permanente del ideal en el presente en forma de movimiento.

Acabar con los estados-nación paridos por la modernidad frente al Antiguo Régimen es el zarpazo vengativo e irracional, por ser una farsa racionalmente perpetuada, del romanticismo. Tres sus enemigos efectivos:

1.- una Iglesia en la órbita no terrenal de una izquierda extravagante, fuera de la política, de las fronteras del Estado,

2.- un liberalismo sin barreras subvencionado por las grandes fortunas ávidas de pequeños estados sobredimensionados en lo financiero (que no en el comercial) para lavar sus teñidos dividendos,

3.- un nacionalismo empeñado en demoler los estados-nación realmente existentes.

Todos ellos constituyen un conglomerado ideológico perfecto para transformar la realidad en duda y confusión a modo de relato posmoderno abierto a la perpetua interpretación y ajeno a cualquier tipo de verdad, ya sea científica y/o filosófica. Todos ellos independientes pero todos ellos con un único finis operantis: acabar con el estado moderno por merma colectiva de sus privilegios. Su finis operis cada vez más cerca de la materialización en forma de feudalización de sus pequeñas parcelas de poder. Como representantes de sus respectivos pueblos, feligreses o consumidores satisfechos la acreditación de que su hacer, vía ejecutiva y de poder político, en caso de ser un error será adjudicado al pueblo.

Reivindicar más Estado es hasta revolucionario. Serviría como mecanismo político al servicio de los ciudadanos, garantizaría la libertad de, fomentaría la alergia, avalaría la libertad para. De este modo cada uno estaría habilitado para poder pensar lo que quisiera, siendo la razón y su libertad la causa necesaria de su mejor ser como persona; pudiendo decir lo que piensa estaría habilitado prudentemente para combatir el odio, la ira y la envidia en forma de una falsa realidad fomentada desde las élites. Minorías ellas, clases extractivas de valor que consumen de las arcas del Estado y piden desde la plataforma de marfil de su sabio intelectualismo que el Estado que les paga desparezca.

El fascista es antimarxista y es además antiliberal. Quiere y desea un estado absolutamente controlado. Lo llamarán orden, y lo entenderán como un gran acuartelamiento civil. La fuerza manda, es la mejor manera de imponer los ideales. Es implacable, no admite disidencias, discrepancias, o dudas ante la autoridad. El líder es imprescindible, carismático, y un guía insustituible de la masa que ha de anclarse en la tradición, en el pasado de gloria que se ha de recuperar a golpe de pistola.

Insistimos: es antiliberal, luego llamar a un representante de VOX fascista a la vez que liberal carece de sentido, al menos histórico e ideológico. Es un hierro de madera político, o de otro modo: un marxismo liberal o un fascismo leninismo, igual da. A pesar de todo por habitual se torna normal y como tal, y dada la victoria moral de la desidia de la mayoría, la rebelde y pujante minoría tiene el campo expedito para hacer y deshacer a su antojo. No faltarán acólitos que les voten al interrumpir el sueño cada cuatro años.

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