FILOSOFÍA Y ARTE II, DESDE LA IMAGEN

Fecha: 27 abril, 2023 por: dariomartinez

 

SelçukErdem. Fuente:

https://twitter.com/selcukerdem/status/1438588899941572613?s=20&t=SMupPjfX1mcSz33c5XK4Q

1.- Describa la imagen y analice los elementos filosóficos que aparecen en ella, presteatención a la composición, al color, a las figuras u otros aspectos que puedan ser significativos. ¿De qué modo podemos interpretar la imagen? ¿Qué trata de transmitir?

Colores suaves, tonalidades claras, en términos emocionales y de gran calado y actualidad: alegres y tranquilos. Se priorizan los sentimientos sobre lo racional, científico o filosófico. Las emociones sobre el saber. La naturaleza gira en torno al sujeto (contrarrevolución copernicana de Kant). El yo es el centro del conjunto de la realidad. En él destaca un fenómeno: el único cuerno de nuestro flamante rinoceronte. Es el centro de su atención, su mirada si bien distorsionada fija la atención en él. Desatiende lo inmediato, no recoge las basuras, y es más, no se le pasa por la cabeza tal acción cotidiana. Está exento de obligaciones comunes. Se muestra como extraordinario, y lo es si en el mundo no hubiese otros. Pero se han de suponer. Pinta para alguien, sin el otro el cuadro carecería de valor. Se exige un receptor. Muestra una actitud que podríamos calificar de infantil, si no de idiota, sólo se piensa a sí mismo, sus pinturas son un eco en imágenes. No sale de su asombro. Es bello, es único, es excepcional, está en la cumbre de la autoreflexión; recuerda al dios inmóvil y pensamiento de sí mismo de Aristóteles. El mundo en marcha no le afecta, es un decorado para su ser, es un añadido auxiliar, prescindible, cambiante, variable, cuyo fin no es otro que elevar su ser extraordinario. La serie pictórica no cambia de temática en su esencia. Sólo con la modernidad el yo alcanza tal protagonismo en la obra de arte. Lo que sucede es que en la posmodernidad el yo divinizado por democrático se muestra como una cadena repetida de yoes que ofrecen exclusivamente lo banal, lo extraordinario, el hacer ingenioso del genio se aniquila. Es el momento del antihéroe. Quizá tenga sentido la imagen de su técnica pictórica, el mecanismo de sujeción del pincel parece torpe, incorregible, no es posible advertirle del error, no admitiría los buenos argumentos que lo disuadieran de su falta de técnica. Protagonista animal humanizado con paradigma en las mascotas vistas desde el terreno seguro (frente a lo salvaje) de la urbe. Problemas éticos de fondo, derechos de los animales y derechos del hombre, una dialéctica con consecuencias perversas; nos deshumanizamos y a la vez otorgamos derechos personales a los animales, aliviar su sufrimiento exigirá un compromiso ético para los sin voz tan exigente como en su día lo fue con respecto al ser humano la Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948.   Lo real y externo es a la vez que construido, detenido en el cuadro, alterado. La realidad con ser se torna inalcanzable. El realismo esta vez entendido como sustancialización de lo que no es sujeto reflexivo y finito incognoscible. Al contrario, el idealismo o irrealismo una salida peligrosa. Ahora lo real es lo universalmente pensado y racionalizado a priori, es el mundo tres semántico. La dicotomía epistemológica no encuentra solución, la aporía metafísica atrapa cualquier intento de solución.

2.- Uno de los temas sobre los que se puede reflexionar a partir de la imagen es el conocimiento. ¿Podemos conocer la realidad tal y como es? ¿Nuestros sentidos nos engañan? ¿Cómo podemos diferenciar lo verdadero de lo falso? En última instancia, ¿qué significa conocer?

No es sólo una cuestión epistemológica, de la relación metamérica entre un yo único y una realidad objetiva, impersonal, y externa. Debate irresoluble con marcados tintes metafísicos ineludibles. Es una cuestión más amplia y lo es por su relación directa con la verdad, con los diferentes grados de construcción de lo real, de nuestras capacidades, libertad en sentido espinosista, para construir y destruir (vía técnicas y tecnologías) el mundo en marcha, sus dimensiones, es decir de lo que se trata es de cómo nos relacionamos con nuestro entorno, lo racionalizamos y lo alteramos reconociendo su pluralidad, su infinitud, las franjas de incertidumbre (ontología general), y lo que es más importante el carácter procesual antrópico, el ser como hiperrealidad ajustada a nuestra forma de interactuar entre nosotros como especie y con los otros seres cognoscentes y no humanos, esto es: los animales linneanos que también perciben dada su naturaleza lo real que compartimos, el mundo. Hablamos de los límites y los modos de conocer humanos. De lo que se trata es dar cuenta de parcelas concretas de la realidad, conceptualizarlas, atraparlas, cancelando las apariencias entendidas como ausencias sensibles pero que actúan. Las apariencias no es simplemente el no ser, el vacío, es lo que hay y no es percibido por ser invisible, intangible, inaudible, situado entre nosotros y lo que hay y que además puede ser captado por otros. Conocemos siendo sujetos operatorios que coexistimos con otros, en un mundo plural infinito y cambiante, el conocimiento no es una yuxtaposición entre dos polos opuestos hipostasiados, un yo trascendental, un ego originario y universal, y un mundo u objeto externo y objetivo. El conocer es dar cuenta de los nexos entre las partes según vínculos necesarios y a través y especialmente de artefactos tecnológicos que median para evacuar los vacíos entre lo que somos con nuestras limitaciones y lo que hay. Se trata de dar cuenta de modo incesante, sin fin, de una configuración lógica e inteligible del mundo.

3.- ¿En qué otros ámbitos de nuestra vida cotidiana podemos cuestionarnos el problema del conocimiento?

El problema está en que el conocimiento se cuestiona de modo compartido y cotidiano, a nivel mundano aceptado por la mayoría, es la nueva nematológica que relativiza todo saber, que fundamenta su saber en la inexistencia de la verdad, en la prioridad de lo subjetivo, de la dimensión del pensamiento sin espacio y con tiempo, de lo psicológico. El cuestionarse el conocimiento como posibilidad de dar cuenta de la terca realidad anula nuestra capacidad para alcanzar la verdad que sí logran las diferentes ciencias, categorías del ser en las que se formulan leyes impersonales, ajenas a cualquier tipo de voluntad, sometidas a nexos necesarios en forma de teoremas, axiomas o teorías anantrópicas que si bien construidas por nosotros una vez definidas el sujeto queda neutralizado del devenir de la trama. Es así con las realidades inertes, sin voluntad, es así con las matemáticas, plurales, existentes, inconmensurables, humanas, pero que sin estar dadas en el espacio ni en el  tiempo, existen como realidades autogóricas y heteroformantes (la lógica sería autoformante). Verdades que una vez construidas no pueden ser alteradas, no habrá que esperar a ningún cisne negro. Empero, hay grados de conocimiento. Hay verdades en las que el sujeto objeto de estudio nunca puede ser neutralizado. El sujeto temático de la biología puede contar con voluntad, de este modo realiza operaciones racionales de naturaleza proléptica, es decir planea su actuación y su conducta amplia el tiempo lo que le permite conocer el entorno y sobrevivir. Más compleja es la verdad cuando el sujeto temático cuenta con voluntad, lenguaje articulado y manos con capacidad para construir y destruir la realidad, alterándola, dominándola, e incluso burlándola para hacerla útil a sus propósitos. Son las verdades cambiantes y más problemáticas de las ciencias humanas. No hay cierres en forma de identidades sintéticas, de leyes anantrópicas, sino cierres fijos abiertos a la interpretación, al diagnóstico permanente y a la modificación. Por tanto, se cuestionará el conocimiento en su relación con la verdad en aquellos episodios en los que el sujeto gnoseológico y el sujeto temático no puedan ser neutralizados sino reconocidos en todas sus dimensiones, lo que obliga a verlos como seres operatorios imprevisibles, libres, con voluntad, con prudencia, y sobre todo con la posibilidad de mentir, de engañar, con el fin de lograr sus objetivos: sobrevivir o vivir bien.

En definitiva, en el mundo cotidiano seremos escépticos en aquellas situaciones en las que lo aparente domine, es decir cuando manda lo que no podemos percibir y actúa. Anticipándolo, en el arte hay conocimiento pero es un tipo saber especial. Puede llegar a lo más íntimo y no hay nexos paratéticos, causales, físicos, y sí vacíos o ausencias que no pueden ser percibidos pero que actúan: las ideas, las ficciones que trascienden la obra y muestran la capacidad catártica de un saber exploratorio y de análisis de la realidad nuevo, con potencia suficiente para influir en nosotros.

4.- ¿Se puede considerar el arte como una forma de conocimiento? Justifique su respuesta

Si podría entenderse. Como gnoseología inferior era tratada la estética por el filósofo alemán Baumgarten. Insistimos en dar una respuesta afirmativa, pero no comprometida con la verdad ni con la utilidad, no es una ciencia y no es una tecnología, si bien esta última tiene cada vez más presencia en lo que podemos entender como arte contemporáneo.

Más universal que la historia particular de cada sociedad política era la visión de Aristóteles. El arte, sobre todo el práctico, el representado en un tiempo, narrado, puede fraguarse para dar cuenta de una realidad en actos que permitan entender por parte del espectador lo acaecido o activar una conducta reflexiva, catártica, ante un dilema moral irresoluble. El arte accede con mayor facilidad a las emociones pero no se agota en ellas, exige saber, un tipo de conocimiento del receptor que permita que perdure en el tiempo. La obra de arte se ha de plasmar, necesita materializarse en un objeto que pueda ser visualizado y/o escuchado, o tan sólo escuchado como sucede como sucede con una pieza de música no vocal en directo. El arte materializado en un objeto: edificio, escultura, película, cuadro, fotografía… en ocasiones se fetichiza, se diviniza, se eleva más allá de cada cultura particular, trasciende lo mundano y permite vehiculizar ideas universalizándose. Con ellas las sociedades políticas se entretejen como un todo con una áurea axiológica compartida frente a terceras. Insisitimos en que su intención es la universalidad y para ello necesita de transductores que lo interpreten para otros, una hermenéutica crítica y racional que traslade la obra a los centros homologados del saber en marcha, especialmente las universidades. Habrá críticos de arte, historiadores, catedráticos, profesores de bellas artes, filósofos, promotores, curadores, marchantes y otros profesionales que trabajarán sobre tan dispersos contenidos.

Ahora bien, no todo arte adquiere una misma magnitud. La mayoría será olvidado, desconocido, todo los más decorativo (esto no significa que la obra de arte no tenga ningún valor, puede ser que el tiempo altere tal circunstancia) no atrayendo la atención del público, no exigiéndole ningún tipo de compromiso inteligible.

Con todo es difícil responder sin antes preguntarnos por la misma idea de arte ¿Qué es el arte? Diremos que es inagotable, y que es una hacer abierto, con contenidos cambiantes. Un campo que hemos de diferenciar de otros, pero que no deja de ser su tratamiento cuando menos problemático. Luego será un tipo de conocimiento desgajado de la verdad, no exclusivamente mimético, o que dé cuenta de la realidad, no exclusivamente útil, no vehículo ideológico o mercancía al servicio tan sólo de las clases privilegiadas. Será una ficción catártica bien al servicio de las grupos dominates, adjetivo, o bien independiente, sustantivo. Permitirá vía cadenas áureas elevarnos a lo trascendental lo cual no habrá de ser entendido como divino, a no ser que queramos hacer del saber humano práctico, técnico, de análisis y exploración que altera la realidad algo de valor gnóstico, para elegidos, santo.

FILOSOFÍA Y ARTE I, DESDE LA IMAGEN

Fecha: 19 abril, 2023 por: dariomartinez

 

TimNoble&Sue Webster. Dirty white trash (with gulls),1998
Fuente:http://www.timnobleandsuewebster.com/dirty_white_trash_1998.html

Al tratar de comprender el mundo y nuestro lugar en él, nos encontramos con una realidad compleja que nos plantea multitud de interrogantes acerca de su consistencia, la naturaleza del conocimiento, la verdad, la moral, el ser humano, la libertad, las identidades, la sociedad, etc. En este ejercicio se propone una imagen que sirve para iniciar una reflexión filosófica. Prueba piloto para una posible y futura prueba de acceso a la universidad de los estudiantes asturianos.

Cuestiones para la reflexión filosófica

1.- Observe la imagen con atención, fíjese (o apóyese) en todos los elementos que hay en ella (composición, figuras, color, etc.) ¿Qué trata de transmitir? ¿Cómo podemos interpretarla imagen?

Los elementos son fenómenos muy sencillos de percibir, todos están a la vista salvo uno. Todo ello en la línea del mito de la caverna de Platón en el que se nos presenta invertida la línea de ascenso epistemológico hacia la verdad (aletheia) desde el mundo de la conjetura en el que mandan la imaginación (eikasia) y la creencia (pistis). El protagonismo de algo que podamos entender como verdadero ahora recae sobre las sombras, lo aparente y humano diluido. En un primer plano dos gaviotas, gulls, animal común de zonas costeras y límites próximos del interior. Animal familiar, conocido por todos, con escaso impacto en nuestro devenir diario por ser simplemente habitual. Luchan por la existencia, por la comida ofrecida como despojo por nosotros los humanos. En ese primer plano y desde una perspectiva antropológica se nos muestra una naturaleza indómita, con sus leyes impersonales, ajenas al orden de lo estrictamente humano. Son seres sensitivos, con un grado de racionalidad menos elevado que el nuestro, con voluntad pero incapaces de operar de modo prudente o sabio en el sentido de un hacer operatorio con útiles paridos por las técnicas o las tecnologías, sin lenguaje articulado y sin manos. Muestran lo no humano, lo no domesticado, son seres raciomorfos sin historia. Próximo y más al fondo una montaña de desechos derivados de las sociedades políticas em marcha, dirty white trash, se deja entrever que supremacistas: blancas, heteropatriarcales, colonialistas, depredadoras, esclavistas, y por supuesto capitalistas. Predominan las latas de aluminio, los papeles y los plásticos, con lo que ello supone de tecnológico y científico, materiales elaborados a partir de elementos tan comunes como el aluminio y la madera, y de una materia prima como la roca líquida, sedimentaria, de origen orgánico, y cada vez más escasa: el petróleo, núcleo abastecedor del tercer periodo revolucionario industrial y que de algún modo protagonizó todo el siglo XX (junto a la electricidad). Elemento esencial en disputa económica y política, marca aún la actual geopolítica, o lucha a muerte entre estados en forma de biocenosis (¿serán estos representados por las dos gaviotas?). Pues bien, ese motón de basura apilada muestra el volumen de opulencia de una sociedad hoy ungida por la banalidad y troquelada por la ostentación, que en su dinámica de funcionamiento convierte a los consumidores en una clase universal extractiva de valor y capaz de agotar la naturaleza. Ahora bien, ¿quién puede, sin ser osado, hablar en nombre de la Humanidad? ¿O en nombre de la idea mito de Naturaleza?

Trataremos más adelante su contenido estético. Estamos ahora en lo humano, en el plano de las relaciones interpersonales medidas por la sucia basura blanca, ahora una materia para nada despreciable por ser ella una fuente de energía que ha de ser aprovechada tecnológicamente por los países punteros, más avanzados, y capaces de poner en marcha tecnologías cada más sofisticadas, costosas, que resulten si no eficaces, y de modo más ambicioso y selectivo, sí eficientes. En suma, apertura de nuevas vías de desencuentro entendios como desequilibrios políticos entre los países más poderosos, potentes, reales (Espinosa), y capaces de satisfacer las demandas de sus ciudadanos con políticas no estériles y a su vez de espaldas a proyectos utópicos que el siglo XX mostró como delirantes y crueles. Nuestro pasado más reciente, actual porque nos afecta hoy, fue así por pretender ser a toda costa coherente con sus principios. Sacrificar el presente y neutralizar en sus proyectos una ética de mínimos que debiera considerar como sagrada la vida corpórea humana fue su sino, permitiendo de este modo eludir como consigna de solución política el asesinato, la mutilación y la tortura. Un tercer elemento, la imagen proyectada en el fondo. Sombra platónica, silueta del individuo satisfecho sometido al ocio estresante. Ideal castigado por la crítica política y filosófica, posmoderna y no posmoderna, pero dominante, con poder para ser el artificie de la nueva sociedad en marcha y opulenta de los países del primer mundo (esto no quiere decir que en este llamado primer mundo no se den bolsas de pobreza, de grupos de personas ajenos al encadenamiento recurrente productivo, abocadas a la subsistencia, apartadas de la dinámica del consumo de productos banales ofertados en nuestro mercado pletórico). De estas plurales fuentes inagotables de deseos hablaremos, trataremos sobre el nuevo individuo flotante, el señorito satisfecho de Ortega y Gasset. Un último elemento, el espectador de la obra de arte, sin él nada tiene sentido. La obra de arte ha de atrapar al público, es su garantía de pervivencia, es su finis operantis. La obra de arte es ante alguien y de él hemos de intentar atrapar una interpretación, está en juego la magnitud de la obra, su finis operis, el llegar a ser un arte sustantivo autónomo que hable por sí sólo.

Por cierto, no hay sol que represente a la verdad. Quizá la mejor forma de evitar vía descenso a lo aparente el temido rechazo grupal que pueda poner en riesgo nuestras vidas sea resignarse y renunciar a la geometrización de las ideas, en otras palabras: a la filosofía en sentido crítico y académico. Pero, ¿cómo hacerlo, cómo descender, y que sea asumido y tolerado por la mayoría? ¿Tal vez anunciando una nueva realidad como totalidad y cuya única dimensión del ser sea el lenguaje, el relato, el depósito ideal para todo tipo de discursos elevados con la levadura gris de algo tan fluido como los sentimientos, las pasiones, los deseos, lo más íntimo, lo único y por supuesto original?

2.- Relacione el primer plano de la imagen (basura) con las sombras que aparecen en segundo plano y conteste ¿qué sentido puede tener? ¿Con qué tipo de problemática filosófica vincula usted el contenido de esta imagen? Explique y argumente su respuesta con algún planteamiento filosófico.

Estamos en la caverna de Platón, es ineludible, pero no se agota en ella. También estamos en la cumbre de la sociedad capitalista y sin trabas, inhumana, de Marx o Sombart. En otro sentido puramente vinculado con la obra de arte, contemplativo, subjetivo,  nos hallamos ante la reflexión propia de un juicio de tipo estético, dominado por los sentimientos generados por un contenido fenoménico, dado en el espacio y el tiempo, como es la obra de arte vista desde la reflexión filosófica de un Kant idealista; un juicio intermedio entre la necesidad de lo real y externo al sujeto y lo subjetivo y posible de la interpretación dinámica y sin fin del espectador.

Pero de lo que se trata es de hacer un tratamiento gnoseológico de regressus a las ideas últimas que otorgan significado al contenido global de la obra, hemos de explicar las causas de lo aparente, la naturaleza última de las sombras. Hemos de ser transductores de la obra de arte, interpretes para otros, darle su sentido inacabado. El mundo en marcha es el mundo que vemos, es el único mundo. No hay dioses, no hay verdad, fin de la metafísica en palabras de un Nietzsche encolerizado y encargado en su Gaya ciencia (125) de asesinar a Dios y anunciarlo (esta es la naturaleza de su obra, literatura en forma de aforismos para ser interpretados por un público aristocrático, no mediocre) al conjunto de aquellos superhombres que tengan oídos para saber escuchar que estamos solos y que además sepan que hemos roto las cadenas de la servidumbre. Lo real es lucha por la vida, los valores éticos y morales son rigurosamente biológicos, la política una voluntad de poder de los menos frente a los más y débiles, una política categorizada como orden humano y natural siendo de este modo lo bueno sinónimo de fuerte.

Los saberes humanos, los saberes operatorios y del hacer y del deshacer con sentido, transforman la realidad, la alteran. Lo natural resulta ser infecto, no se puede entender como unidad, es físico y a la vez es humano, es impersonal y a la vez es personal; hay grados, es complejo, y lo que resulta más difícil de diagnosticar por ser inagotable es el mismo hombre. Ahora bien, se produce la inversión teológica. Dios es neutralizado, pero no sus ideales, del cielo pasan a la tierra. De las virtudes cardinales, se pasa a los valores humanos, de la fe, la esperanza y la caridad, se pasa a la igualdad, la libertad y la solidaridad (nos queda grande la fraternidad, mejor limitarla y perpetuar los desequilibrios). Los nuevos valores dominantes son coordinadores y no se sabe si organizan las partes y las subpartes de un conglomerado tan complejo como es el del ovillo formado por le ética individual, la moral de grupo, y la política de Estado, bien sea como premisas o bien como conclusiones, esto es, como fines de un proyecto colectivo práctico en equilibrio con la naturaleza.  La obra de arte sirve como vehículo de ideas, se torna fetiche, su contenido material se eleva, se personaliza, y el resultado es un hacer racional capaz de trasladar un mensaje con fuerte carga ideológica, política y por qué no: pedagógica. Nos dice que los ideales se hacen carne (progressus, de las ideas a lo mundano), pero no en la figura humana y divina de Cristo, sino en nosotros, en cada uno de los que somos, existimos (Descartes), yoes uniformados, comunes, repetidos hasta la saciedad, sombras de reflexión, fin de la filosofía en sentido académico de raíz griega, solos y mal acompañados, incapaces de discernir entre verdad y mentira, entre realidad y ficción, necesidad y posibilidad, existencia e inexistencia. Individuo flotante, fluido hoy, sin norte, sin proyecto compartido, que vive feliz en un mundo de despojos, despreocupado y sobre todo desquiciado al mostrar por cierto lo que no es más que una libertad esclava, perversa, que otorga una responsabilidad máxima para poder alcanzar la fama, el reconocimiento de los que sólo son puros desconocidos, pero que también concede la culpa única del fracaso. No intentar fraguar una coexistencia más sólida, apuntalar la individualidad sólo produce hiperreflexión, remolinos de dudas sin solución, desordenes en forma de angustias y depresiones. Lo normal es lo caótico y falso. Es el triunfo de lo irracional racionalmente construido, del romanticismo alemán e idealista que choca inexorablemente contra la terca realidad. La obra ofrece una imagen pero no quiere dar soluciones, desenmascarar la realidad. El ideal gana. El ser es lo percibido, ya no hay nexos causales que permitan dar cuenta de lo trascendental desde lo accesible por nuestros sentidos, Santo Tomás devaluado por la crítica nominalista y empiristas de Ockham y Hume.

Dos curiosidades. Como receptor de la obra. En sentido alegórico. Me dirige al símbolo de la marca italiana deportiva Kappa, dos personas sentadas, esta vez no contorsionadas para marcar la líneas rectas del grafo «k», de ambos sexos (antes eran ambos hombres, los tiempos cambian) pero vistos como sombras. Ahora ya sabemos que lo biológico es ideológico, que el género sustituye al sexo, que lo fluido manda, que los menos se hacen con el discurso de los más, que el debate como combate se anula por presentarse sin ser siquiera activado como irracional, cuando no retrogrado y fascista. No hay significado, no hay realidad ontológica que valga, sólo hay sombras, significantes, textos, relatos, experiencias de vida sexuales que se creen originales y no son otra cosa que modos inducidos de ver la realidad práctica, por tanto tomada desde fuera y erróneamente entendida como íntima. Falsa conciencia que está cómoda en la aceptación de la mayoría y del silencio. Y una segunda anécdota. La sombra con perfil «K» remitirá de algún modo a los personajes absurdos y agobiados por las estancias desangeladas, oscuras, frías, delirantes, conectadas por pasillos estrechos que en ocasiones sólo conducían a puertas cerradas, a personajes de existencia única, sin conexión con los demás, fuente de diálogos sin sentido coronados por el temor al no saber qué futuro hay. Es obvio que hablamos de Kafka y su insignificancia ante el poder que lo esclaviza y desconoce. Hoy parece que el agobio se revela como ocio o como personaje que enmascara lo que realmente muchos somos: uno más indiferente con su pequeña cota de fama, muy lejos de la felicidad canalla que nos vende la posibilidad al alcance de la mano de la fama como famoso, o sea como dios en el más acá.

3.- ¿En qué otros ámbitos de la vida cotidiana se cuestiona el problema de la distinción entre apariencia y realidad? Busque un ejemplo y reflexione argumentativamente sobre él.

Más arriba sugerido. Cincelado con las nuevas tecnologías de la comunicación. Only togheter, aislados y a la vez mal acompañados. La inmediatez el ring de la falsa disputa, de la falsa imagen, momento para la farsa. El yo original desparece, el personaje enmascarado se ofrece para ser visto y aceptado como lo que no es.  En el barullo, en el caos de la mentira, de la pose construida para satisfacer al otro que no se sabe quién es (sombras) uno se convierte en un despojo, no llegan los likes deseados. El orden ahora romántico y caótico, sin sentido y mayoritario, crece, se convierte en una montaña de mentiras aceptadas, es la energía necesaria para que la apariencia perdure y se convierta en una nueva realidad, virtual, pero adictiva. Resultamos estar solos, siameses unidos en el desconocimiento del otro. Coexistencia sin el otro por desconocido. No nos enriquecemos, nos hacemos más infantiles. No somos mejores ciudadanos, y menos personas, nos empequeñecemos en el engolfado ser depredador y egoísta que no es otro que el del consumidor feliz. Aparecen las amenazas. El desorden triunfa, nuestra hiperreflexión crece, desatendemos lo cotidiano, no sabemos solventar los retos habituales de la vida. Nos angustiamos, nos deprimimos, nos suicidamos. Un relato sí, pero ajustado a lo representado a través de una arte poético como el de la escultura, sin tiempo, sin narración, sin historia que no sea la del espectador interesado, de no ser así, un mero artefacto decorativo.

4.- ¿Con qué relaciona la creación artística, con el mundo de la apariencia o con el mundo real? ¿Qué sentido o función cree usted que tiene una obra de arte como la de la imagen?

No hay creación artística y sí construcción racional a partir de los materiales dados en la misma realidad. El arte es una hacer que parte de un ejercicio reflexivo del mundus aspectabilis, y es así porque es obligado explorarlo, analizarlo, y una vez hecho y sin comprometerse con la verdad ni con la utilidad (el arte no es ciencia y no es tecnología), el autor libremente puede dar un giro, alterar lo dado introduciendo nexos no siempre obligados, ni causales, produciendo así un objeto que pretende ser un artefacto que perdure en el tiempo, este es el fin de su hacer. Puede ser abstracto, autogórico, música no vocal, pintura o escultura, decir de sí mismo (arte conceptual) o en cambio puede ser alegórico, decir de algo, lo que exige tratar lo aparente como real.

Empero, por la naturaleza de los nexos podemos diferenciar en lo relativo a su existencia dos dimensiones del ser. Si están dados en la realidad, si son realmente efectivos, unidos por nexos necesarios, digamos anantrópicos o constituidos en verdades que van más allá de las voluntades de los sujetos, o si no están dados en la realidad, si están pintados, narrados, predicados, imaginados, dará lugar a la ficción o apariencia; este es un modo sui géneris de ser; existen sólo en el papel, el cuadro, el mármol, o el celuloide, y comportan un grado de realidad más débil y estructural, pero que tienen la posibilidad de influir, codeterminar el futuro, y tener efectos causales en la realidad dada: falsas noticias, falsas ideologías con fuerza para habilitar a la acción, o el arte como componente catártico decisivo y yo añadiría que también psicagógico. El arte práctico, narrado, ejecutado en un tiempo, como conductor de almas que son por un momento extraídas de la prosa de la vida, para ser manipuladas, elevadas, rebajadas, y enfrentadas a lo desquiciante, a lo cruel,  a lo alegre; un arte que es capaz de extraer de nosotros lo más íntimo: nuestras emociones más ocultas, que existen pero que no se manifiestan en el día a día. Y además, como en la imagen objeto de reflexión, para hacernos preguntas que nos permitan intentar desenmascarar las causas de la mentira. La obra de arte puede ser la excusa perfecta para un buen comienzo en el horizonte de la interrogación sin clausura.

Otras si bien pintadas y narradas pueden estar relacionadas con la existencia efectiva, con las realidades ejercitadas, caso de los mapas que con ser artefactos no son arte, son tecnologías que materializan ciencias obligadas a ser útiles, nada que ver con contenidos sonoros interpretados en un presente en marcha como pueda ser El ocaso de los dioses de R. Wagner que en su puesta en escena allá por abril de 1945, en el Berlín asediado y a punto de capitular ante las fuerzas soviéticas, logró emocionar a quienes hasta hacía bien poco se mostraban impasibles frente a la muerte por asesinato de miles de personas en las cámaras de gas, cadáveres convertidos después en cenizas gracias a los eficaces hornos Krupp y la mano de obra de las víctimas vivas que luchaban de modo despiadado por sobrevivir a la barbarie de sus blancos verdugos.

 

 

La vida en piedra: María Jesús Rodríguez

Fecha: 13 julio, 2022 por: dariomartinez

Una visión antropológica y ontológica de la obra escultórica de María Jesús Rodríguez. Un hacer técnico, exploratorio, con materiales cotidianos y familiares. De uso práctico y doméstico, artefacto ni siquiera decorativo la más de las veces. Material de gran valor económico, protagonista de una economía que para perdurar ha de mantener su circularidad recurrente. El cartón no es otra cosa que un compuesto de estratos de papel prensado, son pliegues geometrizados de finas láminas de papel blanqueado, derivado de la celulosa de la madera, de nuestros bosques. El papel es la industria de la costa occidental asturiana, es su sustento derivado de su hacer tecnológico, es la ciencia más elevada en ejecución. El hombre aquí y en su relaciones con otros hombres y la naturaleza no humana, impersonal o raciomorfa, es decir animal e inteligente, cubre el amplio abanico de su ser como existencia. Para María Jesús Rodríguez la dimensión trascendental, numinosa, mítica o teológica, es barrida, es vaciada, está demolida por la razón humana, pero en esta demolición el hombre sucumbe en su misma soledad. Sólo hay una realidad y está es la reflejada en la roca que sirvió de fundamento de su camino por la vida, es el tiempo detenido en la pizarra negra que domina nuestra costa, de lo telúrico, y de paso su existencia pasada, añorada, que la embriaga de melancolía, idealizando lo que fue, despejando o no aludiendo a lo que resultó simplemente desagradable. La piedra en la obra de María Jesús Rodríguez es lo precientífico, lo no categorizado, la pura materialidad informal, no dicha, prepensada y es además lo eterno, la substancia invariable que hace de nuestra existencia y tiempo algo efímero, por no decir insignificante. Es el fenómeno esencial de su crítica como artista.

 

Su obra se enfrenta de modo decidido al horizonte de lo hostil, mirada de izquierda a derecha, el frente más elevado, vertical, abismal, sublime por inaprensible, el barranco que separa el no ser del ser, es un hiato insalvable, quizá inexplicable. De él brota el ser humano, su dimensión histórica, racional, con altibajos, con futuro, con limitaciones, pero también con fin, nuevamente lo inexplicado, la vuelta a lo natural, auténtico, puro, original, casi intemporal y que domina en la totalidad de lo que verdaderamente hay: lo natural (M1: materia ontológica especial primogenérica o espacio-temporal) y lo humano (M2: materia ontológica especial segundogenérica o temporal), sin deidades que nos atormenten (M3: materia ontológico especial terciogenérica ucrónica y atópica o simplemente lo universal de las ciencias en sus resultados verdaderos o demostrados en forma de axiomas, teoremas o leyes anantrópicas), sin demiurgos imposibles que nada construyen, y menos para los propósitos más elevados del ser humano. El retorno al punto de partida de la que no es otra que la madre naturaleza. No hay vacío, su obra es compacta, no es un hacer arquitectónico que con lo sólido perdurable habilite un espacio diáfano donde ubicar un dios, adorar al que es inteligente, superior y no humano, no hay sitio para ninguna escultura divina. Decepcionada de lo humano, sin Dios al que acudir por ser inconcebible, el espacio antropológico queda reducido en su misma actividad a una naturaleza idealizada y refugio del único sentido existencial contra el nihilismo. Fuera de ella: silencio. Ahora lo trascendental es el resultado de su hacer técnico, es la obra sin tiempo, la escultura entendida como fetiche.

Se expone, se ve, se describe, es un aparecer que esconde lo que está por llegar a sus espaldas, en perfiles más modestos, menos agresivos. El no ser es cualquier cosa (M: materia ontológica general, absoluta, sin forma, y no en acto, es decir infinita y plural), pero aquí no es un no ser sin materia, Da-sein de Heidegger, «ser ahí: éste ente que somos en cada caso nosotros mismos y que tiene entre otros rasgos la «posibilidad» de ser del preguntar» (2021, 38), fondo blanco, sin grafos (sin graptolites fosilizados en la pizarra abatida por la fuerza infatigable de un mar en puro cambio y mezclada de areniscas sedimentadas en su lecho imperecedero), sin nada que decirnos, inoperante, posmoderno, de algún modo irracional, que de dominar, insistimos no parece ser el caso en la obra de la autora, nos arrastraría al puro nihilismo, a la más absoluta inoperancia, a la pura farsa.

No es un azul el contorno de su obra, Dios no está azul, ni se le espera, ni existirá como pensaba Hegel cuando nos hablaba del Espíritu Absoluto. María Jesús Rodríguez es moderna, pero se ve arrastrada por su obra, por el resultado de su hacer técnico (finis operantis), de análisis y exploración que va y viene, que «abre y cierra los ojos» en un instante, en un evento entendido como «pura posibilidad», a partir de su relación directa con lo que es su pasear tranquilo y sosegado, por la anamnesis que la configura y con la prolepsis, creemos que pesimista que deja entrever, dirigida hacia un futuro nada esperanzador (el progreso humano es una escalera irregular de peldaños que se bajan, no que se suben, de pasos ceremoniales que la autora resalta con tres líneas verticales que fracturan la horizontalidad temporal de un conjunto presentado en diferentes perspectivas). En lo humano no hay trascendetalidad, no hay santidad, fuera queda la virtud como resultado de nuestro hacer feliz. Es su propuesta racional, busca demoler mentiras, expulsar lo superfluo, quedarse con lo «lapidario» y dado en el esqueleto del mundo (finis operis), pero en su afán de verdad se ve arrastrada por la misma obra a plegarse a la naturaleza, a su materialidad impersonal, cósmica, perpetua; un monismo racionalizado por mutilador de la pluralidad que nos embarga, de la infinitud que nos ofrece una materialidad sin forma (M), no categorizada, ni aprehendida, ignorada, pero que con su limitación cubre nuestras pretensiones de racionalidad, impidiendo ser engullidos por los demonios de la metafísica. En lo real no hay armonía, hay conflicto, inconmesurabilidad, tensión, fractura, lucha, desencuentro, y paz…como resultado de la victoria en la guerra (Aristóteles).

María Jesús Rodríguez quiere quedar fosilizada, no olvidada, en lo pétreo, en el suelo que hizo de soporte para su caminar en la vida y para su hacer, cual mesa para las manos de un buen ebanista.

Con su escultura sin tiempo, sin narración, nos lanza un reto. Nos pide de modo amistoso que reflexionemos, que repensemos su obra, que le demos el grado de independencia necesario para que no sólo sea un arte decorativo, contemplativo, nada exigente, irracional en el fondo, por ser un arte sin fin (Kant). Su obra tiene fin, quiere perdurar, y para ello es nuestro deber introducir un relato, una narración que dinamice la obra, un tiempo, de otro modo: sin espectador, sin razón, el arte como consecuencia de interpretaciones triviales, felices y canallas, de ser sofisticado y reconstructivista (ficción racional) pasaría a ser simplemente un sinsentido banal y estéril, un discurso dialógico, de la autora con la realidad impersonal, de un yo y un tú asimétricos, no iguales. Por el contrario, de ser reconocido tras nuestro esfuerzo inteligente, la obra nos hablará de modo independiente, será sustantivada, no será un mito esclavo, será un hacer que cobrará sentido más allá de su autora, que la trascenderá. Obra indomable, ajena a los intereses políticos, civilizatorios, de lo humano, no quiere ser un artefacto al servicio de nadie, busca la independencia que el espectador reflexivo pueda darle.

Su color negro. Una ética práctica con aroma estoico. Se amolda a lo real, al destino, se enfrenta con el sosiego del saber y la prudencia. Busca la tranquilidad del alma, no ser perturbada, la ataraxia. Exige fuerza, demanda ser como una piedra, la vida es dura, es una lucha por intentar permanecer en nuestra existencia. Requiere firmeza  para inmiscuirse en la realidad en marcha y configurar un laminado de experiencias que nos constituyan como personas, que amolden nuestro ser trascendental, único, diferenciado, con el radio de la fama justo, sin interés por ser famoso, por ir fuera de nuestro círculo comunitario. También exige generosidad ya que cada una de las franjas de nuestra experiencia vital pasa por la presencia, la firmeza y la generosidad de los otros. Ahora bien, en el reino mineral, pétreo, no hay horizontes de libertad, no hay prácticas teleológicas y menos propositivas, sí hay lógica, sistematicidad, racionalidad, orden, pero no hay lugar para el azar, es una realidad sin inteligencia y despojada de lo estrictamente humano.

En fin, el cálculo (operaciones en piedra, sólidas, y propias de las matemáticas griegas) artístico de la obra encuentra la esencia de la verdadera piedra de la mano de la falsa piedra representada y alterada diligente y pacientemente en cartón.

Bibliofrafía

Bueno Martínez, Gustavo. El Catoblepas, 58, diciembre 2006, pág.2. Filosofía de las piedras. Puede consultarse en https://nodulo.org/ec/2006/n058p02.htm. 

G. Maestro, Jesús (2018). La filosfía de los poetas. Verbum. Madrid. Es especilamente interesante el capítulo VIII: Luís Cernuda en la genealogía de la literatura: de la Desolación de la Quimera, págs. 177-201.

Heidegger, Martin (2021). El ser y el tiempo. Fondo de Cultura Económica. Ciudad de Mexico.

Con el cincel de la crítica filosófica: Otoño, Ali Smith o de cómo matar el tiempo

Fecha: 8 noviembre, 2021 por: dariomartinez

Es un análisis de aficionado, tal vez espontáneo y por ende laxo, abierto a cualquier tipo de majadería, por cierto tan esperable y habitual entre muchos de los profesionales de mi gremio. Pretenderá construir un enfoque que asocie su obra con la filosofía. No es el momento para explicar cuál de ellas, hay muchas, y todas ellas dialécticamente enfrentadas, el acuerdo aquí resulta menos real que la nieve frita o los cíclopes bizcos.

Vayamos a la obra, desde lo más genérico a lo más particular, dándole la vuelta al proceso argumentativo de Sócrates. Hablamos de una obra de arte, por el momento adjetiva, es ineludible que vaya asociada a un presente en marcha, que responda a unos intereses (caso de la editorial), a unos presupuestos ideológicos y doctrinales ineludibles. Es un ejemplo de arte porque supone un «saber hacer», pero ese hacer no se queda en la cosa (Das ding), tampoco en la producción de un artefacto dirigido a la utilidad como meta de su verdad, es decir no es pura tecnología; el arte como nos desvela Heidegger trasciende ambos resultados si bien el filósofo de la «temporalidad» se decanta por el ser en detrimento de la cosa, el ser es un ente posible y lo interno y esencial son los sentimientos, las emociones, la voluntad del autor, la obra de arte en sí, su materialidad, no le interesa. Heidegger consolida en el terreno de la estética el expresivismo.

Como obra de arte literaria ha de contar con: la escritora, el libro, el lector y un transductor, es decir alguien que la interprete para los demás. Cuenta con el lenguaje escrito y ésta es la herramienta humana más perfecta para dar cuenta de la realidad, es el mecanismo por excelencia para explicar nuestro mundo entorno, en la obra escrita no es posible la abstracción fruto de la experiencia sobre lo dado, sobre lo representado y absolutamente libre (sin entrar aquí a discutir lo que esto quiera decir), no hay una obra publicada que sea un sinsentido, una unión sin reglas sintácticas ni gramaticales de letras, pura prosodia; sí hay artes abstractas donde no hay lenguaje articulado: pintura, escultura, cine, música, etc., pero donde hay lenguaje no es posible. En la obra literaria puede haber analogías, análisis, metáforas, imaginación, fantasía, distorsiones de lo real, despieces más o menos abstractos, con todo en la literatura el compromiso con la verdad no es para nada exigido, no hay un vínculo exacto con lo ontológico como sí ha de haber en la ciencia, la tecnología o en la filosofía (se supone).

Ali Smith analiza la realidad, parcelas inconexas, y las explora para darles un quiebro. Creo que es aquí donde está el hilo fragmentado de su propuesta, su collage literario: «Estás usando una palabra incorrecta, señor Gluck. Un collage es cuando recortas imágenes o formas de colores y las pegas en un papel. Pues yo te digo que el collage es una institución docente donde todas las reglas pueden cuestionarse, donde el tamaño, el espacio y el tiempo, el primer plano y el fondo se vuelven relativos y que gracias a eso, todo lo que crees saber se convierte en algo nuevo y desconocido». Lucha por liberarse de ataduras tradicionales y se instala en la posmodernidad. Lo esencial ahora es el relato, el discurso ejecutado para deconstruir lo existente, ya no es momento para los grandes relatos comprometidos con la verdad, atrás por inmorales e inoperantes han de quedar los grandes y salvíficos doctrinarios políticos, científicos y religiosos. La filosofía crítica y de corte académico ha de ser anulada por la filosofía de la sospecha de arraigo nietzschano. En la posmodernidad hoy dominante ya no hay  grandes tramas narrativas se nos dice, todo lo real ya no es racional (Hegel), sino que se constriñe al tercer mundo semántico. Todo es lenguaje. Ya no hay fronteras, el mundo en marcha se globaliza, el relato que ya no es una fábula perversa se vuelve con el músculo de la razón y la confusión más potente, se amplia e incluso se universaliza: fragua mitos que permiten subvencionar vía impustos proyectos espaciales costosísimos en busca de vida (de otra manera inviables), e incluso se activan los primeros pasos para que los animales más próximos (primates), pueden en algunos casos ser con pleno derecho considerados «personas no humanas». Los grandes relatos dejan paso al gran relato, lo irracional se torna más irracional. La posmodernidad domina. Del Estado de bienestar al Estado de malestar.

Ahora la ética moldeada en el individuo será subordinante de la política (y de la moral). Es el momento de la rebelión de la minorías por inacción de las mayorías, la desafección dominante dejará paso al protagonismo político y ético de los menos y mejor organizados que hablarán en nombre del pueblo: «En todo el país había júbilo y tristeza […] En todo el país, el país estaba dividido: una valla aquí, un muro allá, una línea trazada aquí, una línea cruzada allá»

¿Dónde se encuentra la esencia misma de la propuesta de Ali Smith? En la conceptualización pictórica de lo que no es otra cosa que devenir,  movimiento, cambio, vida infecta que no perfecta. Quiere paralizar lo vivido, aspira a la «quididad» como esencia que permanece en el tiempo: «Hoy parece un senador romano, con su noble cabeza dormida, sus ojos cerrados, imperturbable como una estatua, las cejas un simple instante de escarcha». Transforma lo narrado, lo procedimental, en un contenido práctico sin tiempo, sin orden, sin nexos y menos necesarios: «Luego se pregunta si existiría un plan para disecar niños reales y colocarlos en las estaciones de tren». Vuelca en la obra lo que en acto no es otra cosa que movimiento, pura potencia en tanto que potencia (Aristóteles): «Era emocionante que los fotógrafos que la fotografiaban a ella no pudieran excluir sus obras de arte de las fotos si ella posaba como parte de su arte». Conceptualizar la realidad supone una tendencia natural a un reposo clausurado e imposible ya que componer términos requiere someterlos al movimiento, luego ¿cómo puede haber sitio para la razón donde sólo hay quietud en la obra de arte consumada y que expulsa el tiempo? ¿Cómo atrapar una parcela de la realidad que es puro devenir? ¿Quizá sutituyendo lo esencial por lo accidental e incluso lo lógico y con sentido por lo irracional? Ahora lo divino no es el Dios del estagirita conocido teóricamente y perfectamente por vía negativa, identificado desde la filosofía primera (teología) como ser inmóvil, acto puro, ahora lo divino será la obra de arte, una entidad si se me permite fetichizada y como valor artístico sacralizada, en parte contenido material de los nuevos museos, lugar de espera en el que el fiel mediante la contemplación desinteresada, sin fin final (Kant), emitirá si es su voluntad libre un juicio estético sobre lo vivido como un sentimiento del gusto. Por tanto, la obra de arte aspirará a permanecer en el tiempo, a segregar de su final al sujeto operatorio, a su creador, y mostrar en el resultado sus formas de entender la realidad, su novedad. Tratará de segregar a su autor para incorporar al receptor de la obra y alcanzar lo universal. Hacer de su obra un arte vacío de ideologías, de intereses espurios, vehicularizador de ideas que como las cadenas áureas imantadas en el Ion de Platón unan la obra literaria con el lector. En su finis operis, que no operantis, el arte se constituye en sustantivo. Es como obra un elemento ineludible de estabilidad de una entidad política que con sus contradicciones lucha por hacer dominantes las ideas en ella paridas (v.g. Reino Unido): individualismo, cosmopolitismo, liberalismo, libertad de, tolerancia, solidaridad, autonomía, respeto, entre otras.

Como en John Keats, Oda a una urna griega, busca detener el tiempo representando el devenir de lo vivido: «Poeta del otoño, en la Italia invernal donde moriría jugaba con las palabras como si no hubiese un mañana. Pobre tipo. Realmente no había mañana». Aquí está, creo yo, el verdadero carácter psicagógico de Otoño. Su propuesta es un contrato de fidelidad con el lector, su fin que sea leída, que el otro, el individuo indiferenciado que acude a su literatura, culmine la obra, la finalice, la lea y se interrogue sobre los temas narrados a través de hitos yuxtapuestos, y sea suspendido al interior de su relato dejando de lado por un instante la prosa de la vida, sus vicisitudes, inquietudes, temores… , e inicie con su preguntar una nueva senda tan diferente como cada una de las hojas de los árboles: «Siempre, siempre habrá más historias. Porque eso son las historias. (Silencio). La infinita caída de las hojas». En mi caso particular lo logró una vez distanciado de la obra, cuenta, debo decirlo, con cierta retranca lo que permite pasar de la indiferencia inicial al compromiso hermeneútico final. Es obvio que soy un lector de argumentos tardíos y de sentimientos sin extraer, lo más íntimo en mí ha quedado intacto.

Rescata un pasado deshilvanado. Su persona es una concavidad de experiencias atrapadas por el hilo de la memoria que le permiten diseñar el futuro, un futuro que puede ser ficticio pero que empujado por el tiempo se transformará, desde la mente de una niña, en un pasado contingente capaz de fraguar el día a día de su persona: «Algo más que tenemos en común, ella y yo. En realidad, según la historia que he vivido, diría que su nombre de pila, Elisabeth, significa que es muy probable que algún día de forma totalmente inesperada, acabe siendo reina y su cara acabe saliendo en las monedas». Aquí la épica de una memoria histórica (con minúscula) injertada en su presente, quieta, no olvidada por el rigor del paso del tiempo. El problema es que la Historia (académica y con mayúscula), que ha de ser entendida para ser racionalizada y no memorizada, va por otros derroteros y en ella se priorizan los acontecimientos no por la naturaleza de su origen sino por los resultados de las decisiones tomadas y ejecutadas en su momento. Ya nos lo decía Herodoto: «La Historia empieza donde acaba la memoria». Por eso quiere desde la memoria rescatar a una artista para hacerla protagonista de un pasado olvidado y menos entendido, ni histórico, ni Histórico: «Pertenecía a una exposición de hacía unos años. Pauline Boty, pintora pop de la década de los sesenta. ¿Pauline qué? ¿Una mujer, pintora pop británica? ¿En serio? Aquello interesó a Elisabeth. Estudiaba Historia del Arte en la universidad y había discutido con su autor, que afirmaba categóricamente que no había ninguna mujer artista en el pop británico, al menos ninguna digna de mención, y que esa era la razón de que no apareciesen, salvo de forma anecdótica, en la historia del arte pop británico». Una Paloma Romero «Palmolive» que como en su arte punk fundacional, inglés y femenino también pasó a engrosar las listas del olvido. ¿Un grupo The Slits de mujeres punk inglés y con una española?

El fulcro político del arte

Fecha: 20 febrero, 2021 por: dariomartinez

Bello y psicagógico

Es un título benévolo para el asunto que voy a tratar. Me ahorro al menos inicialmente valoraciones de corte ético o moral. A ellas llegaré deductivamente activando premisas que en su misma dinámica orienten el argumento hacia lo que hemos de entender como lo más útil, lo mejor y más bueno.

El arte es un hacer técnico o tecnológico. Es plural, dinámico, cambiante y no se agota en lo bello. La belleza fue su brazo armado, su cota de privilegio indiscutido. Podía ser religiosa, política, social, histórica o la manifestación material del Espíritu Absoluto en palabras de Hegel. El arte se plegaba a los dominios más elevados de otros saberes confiados en su despliegue al control de fieles, súbditos o siervos. El arte con la ilustración europea se deshace del yugo que permitía, incluso con brillantez, alcanzar el universal reconocimiento del espectador desinteresado que juzgando subjetiva y libremente, contemplando la obra de arte, sometiéndose a los sentimientos despojados de conceptos, se decantaba por la belleza (Kant). El arte se abrirá al dominio de lo feo, del miedo, de lo irracional e incluso de lo sublime. El músculo racional del romanticismo hará decir a Schlegel: «el arte contra la estética». Desde entonces la racionalidad humana, técnica de unir y separar contenidos dados en el mundo en marcha, de forma libre, nueva para construir ficciones atractivas, se adueña también de lo irracional.

Con la obra de arte la realidad, al menos alguna de sus parcelas, se analiza de forma diferente, y se exploran posibilidades desconocidas hasta entonces. El proceso del artista se inicia con un recurso prendado de anamnesis que doblegan su particular visión. Transforma lo dado de forma diferente (la intuición del genio capaz de construir hiperrealidad), mezcla categorías bajo criterios nuevos y lucha, y este es su fin como prolepsis, por atrapar al espectador con el propósito firme de que su obra, más allá del finis operantis (del propósito de su autor, de su proceso meditado de ejecución), permanezca en el tiempo, forme parte de la sociedad, se implante políticamente y ocupe su lugar en la historia con la dignidad del hacer bien hecho. La obra de arte no es autotélica, no es un fin en sí misma, ha de ser un fin para los demás. En el finis operis la obra ha de ser psicagógica, apelar al espectador para que independientemente éste se haga preguntas que hasta el momento ni siquiera se había planteado, para extraer de él ese alma, ese interior, oculto en el día a día, vía sentimientos, emociones, alegrías, tristezas, miedos, etc. Empero, para arrancarlo de la prosa de la vida. Ese conducir  almas del arte es esencial, es su vehículo hacia la eternidad.

El arte mostrado bajo coordenadas temporales, narrado en tanto que se despliega, puede con más frecuencia alcanzar el climax emocional del espectador. Hacer arte es conocer lo más íntimo de las personas. El buen arte ha de ser psicagógico y útil. No importa el proceso reflexivo del autor, no importan sus vivencias muchas veces entorpecedoras o impulsoras de diagnósticos bañados de prejuicios que distorsión toda valoración (Goethe). Importa la obra en sí, sus resultados por ser independientes, libres, sin compromiso con la verdad (gnoseológico), sin compromiso eficaz con la realidad (ontológico), no ha de ser el bello arte mimético (Aristóteles); el modelo artístico no es científico, ni filosófico, ni tecnológico. El arte ha de aspirar a ser autónomo, independiente, intemporal, sustantivo.  Para ser libre, y aquí me decanto por Espinosa, ha de promover lo mejor, lo más eficaz para que extraiga de nosotros la fortaleza suficiente para luchar y reflexionar sabiamente sobre la vida, la nuestra y la de los demás, para ser más personas, más reales, más potentes, con mayor grado de operatividad y capacidad para sortear los problemas, mostrarnos más prudentes y ver en la felicidad un compromiso con aquellos que viven de espaldas al bien por circunstancias en sus trayectorias de vida que les doblegan. El arte ha de impulsar nuestros mejores sentimientos a la consecución racional de la libertad. No ha de servir a los intereses y deseos de los peores.

La libertad en el arte es capacidad. Del hacer pasional, no racional ni emocional, materializado en la obra de arte: escultura, pintura, fotografía (desembarazadas del tiempo, prisioneras de la quietud, poiéticas), teatro, literatura, música y cine (desplegadas en el tiempo, prácticas, ejecutadas en una narrativa) nos dice Kant: «La pasión no puede nunca y en ninguna relación ser llamada sublime, porque en la emoción la libertad del espíritu queda, desde luego, suspendida, pero en la pasión es anulada». El arte pasional ciega al artista, lo arrastra a los afectos más ruines, y su capacidad se trufa convirtiendo el arte en mal arte, en artefacto que a duras penas logra desplegarse más allá de la cosa. Así para mantener la obra el artista se ha de volcar con ella, ha de estar permanentemente a su lado, la obra sin su finis operantis, sola, desparece, es desechada y olvidada, no pasa de ser un artefacto sin interés, ineficaz, nada novedoso. Por tanto, la obra de arte que no sale de su minoría de edad, que necesita ir de la mano de la nematología de su autor para darle cuerpo y curso no es libre. La obra de arte mal entendida puede ser el punto de apoyo, el fulcro teñido con el mito de la cultura, que eleva a sacralidad lo que no pasa por ser más que simplicidad, materialización de una ira desmedida, cuyo carácter psicagógico deja de ser catártico para transformarse en vehículo para la no reflexión, el fomento de la muerte, del desencuentro, la falta de generosidad ética, la ausencia de firmeza, el estímulo de los afectos más primarios y en definitiva de un nuevo hacer sometido al odio colectivo que no purifica sino que ahora degradará.

Hemos de procurarnos, y esto es labor propia de la política, un equipo de sabios que a nivel académico, y como transductores que interpretan para otros (especialistas del arte, de la ciencia, de la política, de la tecnología), formen a ciudadanos en la libertad con el fin de garantizar la pervivencia de la sociedad, su estabilidad, en la lucha por la existencia y el bien común en el tablero del ajedrez político que ha de ejecutarse frente a otros Estados en su dialéctica por un espacio y un estar en permanente disputa.

Hoy en nuestro país parece que las Universidades, las llamadas por García Maestro, «manicomios de diseño» sirven de embajadas para debilitar desde el interior el espacio delimitado de nuestras fronteras ya por otros reconocidas, sabotear la recurrencia productiva y desprestigiar hasta la desobediencia sistemática el núcleo del poder del Estado. El proyecto universalizador de las altas instancias del saber se transforma en el de patrocinadores posmodernos y oficiales de un nuevo «neufeudalismo» (Armesilla) que persigue el privilegio de unos pocos en detrimento de los más. Privilegios como el poder decidir de unos pocos sobre un territorio que es de todos al entender desde su óptica nacionalista que España es una totalidad distributiva, falsamente unida y simplemente como Estado, y no como nación-política o con soberanía en el conjunto de los ciudadanos españoles que a título ideológico son puro mito ficción, fantasmas inexistentes.

Parece absurdo ahondar en las diferencias para no vertebrar España pero en eso estamos, por cierto, proyecto al que las izquierdas indefinidas se comprometen dejando huérfanos a muchos ciudadanos que por lo pronto quieren dejar atrás las estructuras de poder propias del Antiguo Régimen desde la razón y frente a las derechas. Desgraciadamente parece que en esta vorágine de locura y de zumbados de «todo a cien» estamos a un paso de ponernos a pintar las fronteras, ya que lo estrambótico agrada y persuade, ¿por qué no sugerir la visualización de los límites territoriales? Despejaría dudas.

La inmortalidad de un genio: Ennio Morricone

Fecha: 6 julio, 2020 por: dariomartinez

No es obligatorio. Para nada es necesario. Sin coacciones. Decisión libre que aspiro a proyectar hacia lo mejor. Me reconforta poder recordar a Ennio Morricone. Acompañó muchos de mis largos viajes por Castilla y León. Eludió con su música el tedio de un trayecto repetido por obligación y en soledad. Compositor magistral, genial, a la altura de los menos, elevado a lo divino. Fue más allá del saber, alcanzó la intuición  de la melodia perfecta para cada mometo. Desmaterializó el arte y nos atrapó con el sonido. Empujó con la fuerza justa de lo que sólo podemos sentir por el oído las imágenes de películas inolvidables: El bueno, el feo y el malo, La misión, Érase una vez en América, Por un Puñado de dolares, Hasta que llegó su hora… Su música tomó las riendas de un poetizar dramatizado en un presente de ficción con un equilibrio tan apolíneo como fascinante. Su hacer fue laudable e inmortal, geométrico, racional y estéticamente puro. Quien no sienta la belleza de su música es como una simple roca que en el lecho de su cauce sólo pude dejar deslizar el fluir de la corriente de un agua que no la altera. Se ganó el respeto de todos, de los entendidos y de los que como yo somos meros espectadores que sentimos una música tan llena y de embriagadora belleza que somatizamos lo inexpugnable a través de un vello cada vez más escaso que se nos eriza, momentos en los que no permitimos ningún tipo de interrupción; música apta para escuchar y avalada para ordenar un silencio que no se puede quebrar. Música que apela al espectador para que de forma libre le rindamos cuentas. Analiza la realidad ya de por sí mitificada para darle una vuelta más y mejorarla, no degradarla a lo estéril y fátuo. Es una música que brota de un artista con mayúsculas, un psicagogo que logra conducir las almas, elevarlas, despegarlas de la prosa de la vida, y transportarlas a un mundo de fantasía que por un momento lo vivimos como real. Logra con su hacer el propósito pergeñado: permenecer en la memoria. Construye una nueva realidad para deleitarnos, para extraer lo imposible: nuestras emociones y sentimientos más íntimos, de otro modo inexpugnables, imposibles de conocer y reconocer por uno mismo.

Algunos de mis mejores amigos disfrutaron de uno de sus últimos conciertos en directo, en su Italia, con su público más cercano, con sus paisanos. Les envidio y me alegro de su suerte. Creo que si hubiese ido con ellos me vería en la tesitura de controlar las lágrimas por vergüenza, sería algo mágico, a la altura de quien eleva la persona a lo más alto. Esa magia única por fortuna trasciende su persona, no muere. Su arte no es algo meramente físico, no se reduce a un conjunto de ondas que viajan por el aire, no es tampoco lo que cada uno experimenta, ni lo que pensó su autor al albur de sus circunstancias; no se puede reducir a un mero fenómeno psicológico, es también una hacer objetivado, público y universal; es un saber hacer sometido a la interpretación más severa, transducido para que otros lo entiendan e institucionalizado a nivel académico por méritos propios. Todo ello ha de entenderse como contenidos materiales necesarios, que se pueden disociar, pero jamás separar.

Un encuentro a recordar. La guapísima Claudia Cardinale se presenta con puntualidad en su destino programado. Llega su hora y en esta ocasión es sólo el inicio de una nueva vida, no es su muerte; atrás deja su vida de mujer sometida a la tiranía tolerada del lupanar. Ya no quiere que su libertad sea arrinconada entre cuatro pardes diseñadas para satisfacer los placeres más primitivos de quienes ni si quiera conoce.

Desciende del tren. Todo aparentemente normal. La ciudad es bulliciosa, dinámica, hombres libres y no tan libres circulan con rapidez. Son átomos de yoes con sus trayectorias de vida independientes. En el caos de lo diverso hay una esencia en forma de mano negra que lo armoniza. Es la obra maestra desde el origen del pueblo americano: su libertad inidividiual como esencia de su nación política. Como todos cree estar segura en ese orden. La familia, casi desconocida, su visado para un mundo lleno de oportunidades y de obstáculos. Su cuerpo ya no será jamás una mercancia al servico de los demás. Todo está en orden, parece que nada falta. Su equipaje, la estación elegida, su determinación y convicción. Sabe que es bella y que en el espacio público ha de agradar pero no se conforma, también puede irritarse y se muestra antes los demás firme. En el ir y venir de una estación del Oeste americano el tiempo asociado a un lugar como ese es efímero, es un  presente reducido a sus máximas cotas de devenir, tan perentorio que casi queda en el instante. Todo cambia, en un breve espacio de tiempo nadie queda. Sola, con la sola música de Morricone que la dirigirá. Nadie la recibe. La belleza permanece en la imagen de una mujer decidida a continuar pero que el espectador ve como inexorablemente se postra a la música. Se doblega, se deja llevar. Se silencian los diálogos, se prescinde de lo rutinario porque se sumerge en una melodía invisible que la empuja al drama que le espera. Permanecer allí no tiene sentido. Darse la vuelta no es una posibilidad (Nueva Orleans). Ha de seguir con su sueño (Sweet water), cueste lo que cueste. El pasado se cancela, el futuro se le abre de par en par, no se dice pero se escucha, ningún espectador lo puede dudar. Es un mundo tan nuevo como salvaje, pero habrá de sobrevivir…haciéndose fuerte, manteniéndose firme, siendo cautelosa y generosa con quienes de verdad y por primera vez la quieran.

Pocos compositores fueron capaces de poner de rodillas en una escena de cine la imagen en favor de una melodía escogida para el gran público. Morricone lo logró y no sólo eso, lo hizo habitual, lo convirtió en virtud. Su término medio en el terreno del arte fue lo sublime. ¡Qué grande!

Rindiéndonos a su talento le damos las gracias. Su inmortalidad, ahora sí, está garantizada. Fácil tarea cuando está sobradamente acreditada.

 

 

Un actor magistral: Jack Lemmon

Fecha: 8 abril, 2019 por: dariomartinez

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Sigo sin cansarme. Para él parece que siempre uno tiene tiempo. !Ya la has visto! Al final ves las mismas películas. Pon otra cosa. Son frases a las que ya me he acostumbrado, las he de sobrellevar. No me preocupa, asumo el compromiso que con sus películas tengo. Es bien cierto que intento visionarlas sólo, en silencio, con la predisposición a una sonrisa, a una risa espontánea, sin falsedades, sin nadie al que tenga que agradar, o a la espera también de un momento angustioso, triste por demoledor de una realidad que conduce a quien en ella se sumerge al máximo grado de degradación o de miseria.

No pretendo mostrarme como un cinéfilo, un erudito que enumere doxográficamente su filmografía, el año de su realización, anécdotas infinitas… No. No es mi caso, tampoco mi capacidad. Sólo soy un espectador esporádico, amante del cine sin llegar a la sabiduría del experto. Un  amante que presenta muchas deficiencias, que le queda mucho por ver y conocer. Pero con todo como simple espectador aspiro modestamente a saber reconocer el trabajo como actor de alguien que no sólo supo hacer comedia de forma magistral, sino que supo hacer papeles trágicos de equivalente altura. Un actor que supo entregarse a sus personajes, ejecutando a su persona original en beneficio de sus interpretaciones. Personajes tan cercanos, tan auténticos que su nuevo ser original nos penetraba hasta el tuétano precisamente por ser perfectamente fingido. Sabía hacer con un buen guión y una buena dirección papeles inolvidables.

A estos actores polivalentes un mínimo reconocimiento. Un  agradecimiento más allá de cualquier efeméride, al margen de los dictados de otros, de poderosos que fijen nuestra forma de intentar entender la realidad, de los que se dicen creadores de opinión.

A un grande, a un genio de la interpretación más exigente, a Jack Lemmon. Un actor ni alto ni bajo, ni guapo ni feo, ni elegante, ni atractivo, ni carismático, pero un fuera de serie, un maestro con todas las letras; en él toda una escuela de cómo ser  interpretando un buen personaje.