UNA OPORTUNIDAD PARA LA ABSTENCIÓN

Fecha: 12 julio, 2023 por: dariomartinez

He de reconocerlo, no conseguí seguir en su totalidad el debate del lunes pasado retransmitido por dos de las cadenas nacionales de televisión. Llegué tarde y lo dejé pronto. Hablaron de educación unos dos minutos y con interrupciones, no dijeron nada. Vaguedades salpicadas de intenciones, sobre todo dirigidas a desacreditar al rival.

Una muestra más de lo que pasa hoy en política. No hay debate, ni combate de ideas dirigidas a la parresia o verdad, al interés común, al argumento mejor diseñado. Un erial en lo relativo a posibles puntos de encuentro. No comunican nada y menos aclaran nada. Confunden de modo intencionado. Se salvaguarda así la opinión de cada espectador, permanecen intactas sus ideas, aunque estas no sean otra cosa que malas ideas, mala filosofía, un mapa del mundo distorsionado, mal enfocado, ineficaz, diseñado como conglomerado de sentimientos accesibles y sin analizar de cada ciudadano. Lo particular se impone. Domina el desencuentro, la bronca, nos confirman en los titulares de los periódicos del día siguiente. Empate técnico. Ambos mal. Buen método para conservar la parcela de voto. Los hinchas no fallan. La fidelidad hasta el final.

¿Por qué sucede esto? ¿Qué lo hace tan frecuente? Sencillo. Sin conocimientos compartidos, falto de saberes universales y comunes que permitan fijar una plataforma inicial de entendimiento, un lugar común para plantear problemas, no se puede hablar. Hemos de tener en cuenta que las dudas surgen de tensiones reales, esto es: de las pruebas que han de poder ser solucionadas y superadas. Sólo cuando hay una base firme y entendida por todos sobre la que poder empezar a debatir se pueden intentar atajar los problemas. Luego manda la incomunicación porque los discursos se dirigen hacia horizontes paralelos. Dominio abrumador del desencuentro. Sin señales que orienten la trama y que aseguren mínimamente los contenidos capaces de ser útiles en la solución de los problemas de los gobernados, en este caso de todos los ciudadanos españoles.

La política es de lo posible, ha de ser dirigida por la sabiduría y la prudencia. Debe dar soluciones parciales a tensiones permanentes, esto ya lo dijimos en muchas ocasiones. La política es del estado, tiene fronteras, cuenta con sus ciudadanos, va dirigida a los gobernados, no a los ciudadanos del mundo. Pero si esto no está claro, si el fin no es la estabilidad del estado, el propósito de hacer una parcela política más duradera y fuerte frente a otras plataformas de poder, fijando alianzas o reconociendo las hostilidades y la enemistad de terceras potencias encaminadas a nuestra división y debilidad, con la consiguiente merma de libertad, entonces el hacer político se convierte en una farsa sofística. Desgraciadamente aquí estamos.

Por mi parte, poco que decir. Por incomparecencia de un proyecto político aglutinador y de espaldas a metafísicas ideológicas fundadas en chascarrillos identitarios, en fenómenos mundanos cotidianos y segregadores, de escaso recorrido universalizador, el día de la elección de nuestros representantes políticos nacionales será para mí otro día más de abstención.

 

 

Las males artes de un fenómeno

Fecha: 15 enero, 2022 por: dariomartinez

Kant lo tergiversó, quizá entre algunos sea difícil de entender. Nuestros años de germanización y docta ignorancia aupada a la jerigonza del (falso) saber académico nos hacen entender sólo por fenómeno aquello que es percibido, es decir alterado por nosotros en tanto que seres con capacidad de aprehender lo externo y darle coherencia. El fenómeno, pues, limita siempre nuestro saber, reconozcámoslo, convirtiendo en epistemológicamente  inaccesible lo «nouménico» o en sí. El fenómeno es el contenido conceptualizado desde lo sensible por el entendimiento, es el saber preciso de las ciencias, la barrera infranqueable de la razón pura y crítica. Del lado de la ideas, de lo «nouménico», lo insensible, la razón práctica sin estética, más allá del espacio y del tiempo, y con el suelo firme y desconocido de un Dios vacío. ¡Menudo barullo inauguró el pietista Kant! En él están todavía la mayoría de los filósofos alemanes atrapados por una hiperreflexivilidad idealista y en remolino, diríamos sin miedo a equivocarnos que se ha convertido casi  en un rumiar desquiciante. Sus recetas inoperantes con todo cobran fortuna en el pensamiento ajeno. Lo alemán se diviniza, sus errores de bulto durante buena parte del siglo XX, se perdonan.  El krausismo se afianza en forma de idealismo alemán degenerado en nuestro país.

Vuelta del revés, el término latino «fenómeno», hoy de uso mundano en la lengua española, por cierto lengua ineficaz para la ciencia, la filosofía y todo aquello que tenga que ver con el mundo espiritual, o cultural, tanto monta, monta tanto, según sesudos pensadores teutones como Hegel, Fichte o Heidegger, significa (curiosamente en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española aparece como segunda acepción): aquello que se sale de la norma, extraordinario, singular, sorprendente, ya sea por su hacer, v.g. Messi y su técnica futbolística, o por su ser, v.g. un ternero de dos cabezas. Todo el mundo lo ejercita, lo entiende, y en este saber mundano, y en menor medida en el saber  académico y propio de la mayoría de nuestras élites intelectuales, lo que se sale de la norma, de la regla, de las leyes impersonales de la naturaleza, se entiende como «fenómeno».

Es un caso particular por extraordinario, y este atributo no ha de ser para nada moralmente bueno, puede ser un hecho identitario, que ya presupone una plataforma en marcha y sustanciada a la que se procurará retornar a la vez que se la interpreta como axioma matemático (no necesita ser demostrado, es un principio coordinador de todo su sistema ideológico), y evidentemente se entenderá como existente e indubitable; bajo este prisma fundamentalista y dogmático no hay lugar al diálogo, si se muestra, si se explica se acepta, sin más. Yendo a nuestro asunto, en muchos casos ante un «fenómeno» por ser anómalo se intervendrá con las mejores tecnologías a nuestro alcance, caso de una operación quirúrgica para separar siameses, o bien se intentará doblegar con la palabra para dominar, y si es el caso transformar, lo desordenado en ordenado, valga como ejemplo un tratamiento psicológico que actúe sobre un paciente enfermo o cuando menos trastornado. En cualquier caso la idea de fondo, fuerza, sería retornar al canon humano de Policleto.

Pues bien, las palabras del Sr. Garzón son propias de un «fenómeno». Son extraordinarias, de no ser así no serían más que unas declaraciones normales y sin interés, particulares, sin recorrido público. Es bien sabido que hoy las majaderías por abundantes ya son algo común, difícilmente encuentran el eco que persiguen, la fama inmerecida a través de un «me gusta» parido por un público cualquiera atado al anonimato es algo que por frecuente se torna anodino. En el caso del ciudadano Garzón sus palabras brotan de un personaje público de la política española, como tales cumplen una función y el resultado de su análisis podrá permitirnos entender sus consecuencias y el grado de prudencia como virtud política practicada por el Sr. Ministro de Consumo.

Está imbuido de una nematología monista formal de corte psicológico o segundogenérico, lo real está en el tiempo pero no en el espacio. Las ideas no delinquen, la verdad es desvelada sólo si se posee la capacidad suficiente, léase inteligencia, para no doblegarse al poder del Otro (terciogenérico, más allá del espacio y del tiempo), del ser que va más allá de cualquier voluntad individual, absoluto con rostro capitalista y causante de un problema de malestar generalizado a nivel psicológico, lo que se transforma en una enfermedad de tipo individual, merecedora de un tratamiento más psicológico que político, y que al ser perversamente común hace que la «buena gente» viva en un estado permanente de malestar, miseria, coacción, en definitiva, y con los restos mal entendidos del naufragio marxista, alienado y para más inri mal alimentado. Estar en el perpetuo estado de bienestar significa desmercantilizar la economía, desafiar el sistema de producción recurrente y alienador sin límites ni trabas legales que puedan impedir el borrado, la desaparición, la libertad de los sujetos individuales; estos, qué duda cabe, serán universales, trascenderán las fronteras nacionales, serán ciudadanos del mundo, luego el Sr. Garzón representa no a los ciudadanos españoles sino a los ciudadanos de la totalidad del planeta Tierra, vela por los interés globales de todos nosotros (animales incluidos, y si se tercia extraterrestres), por la salud de los individuos de todos nuestro maltrecho globo (insistimos, animales domésticos pequeños y grandes incluidos) y así asumiendo el discurso interesado de las potencias dominantes que lo proclaman y lo practican, eso sí, fuera de sus fronteras, lo compra y lo asimila como parte del nuevo cuerpo ideológico de la «izquierda divagante» (Gustavo Bueno) que mira más allá de las fronteras nacionales, que apuesta por metas más elevadas, más culturales, más éticas (independientemente de que se sepa lo que esto quiere decir), para nada morales y menos aún políticas. ¿Primera piedra para alcanzar la homologación jurídica necesaria que permita que en nuestro menú se consuma carne más sostenible, ecológica, verde, nunca los lunes, y que sea ética? Parece que la respuesta nos conduce inevitablemente a los planes filantrópicos del magnate de las comunicaciones Bill Gates.

El Sr. Garzón atiende a la dialéctica de clases y no se da cuenta, no le da la vuelta a Marx, que la dialéctica hoy dominante, que no exclusiva, que se puede disociar pero nunca separar, es la de Estados, y en la espacio dinámico y tenso de la geopolítica los países dominantes, grandes, de más peso, intentarán doblegar a sus rivales dividiéndolos, y para tal proyecto nada mejor que poner a dirigir, a ejercer el poder, a aquellos que niegan la condición de España como estado-nación. Alentando el nacionalismo de campanario, la desintegración en tantos pueblos como lenguas vernáculas haya, entendidas éstas como vehículos ideales para el fluir puro del espíritu o gracia de una colectividad que se supone como eterna e histórica, lenguas liberadoras y oprimidas por las lenguas mayoritarias al servicio de los restos de los imperios dominadores de siglos pasados, herramientas fatídicas y degradantes que debían ser superadas arrojándolas a su no uso (Marr), harán de los nuevos países independizados estados neofeudalizados y con ello, y de paso, subordinados por su poco peso en la política internacional y por su deuda contraída en su proceso democrático de lucha liberadora; el apoyo a la constitución de patrias chicas de terceras potencias extranjeras es una constante en la historia, es el caso palpable por ejemplo de los imperios generadores español y soviético debilitados y divididos por fuerzas internas espoleadas cultural, militar y culturalmente desde fuera.

Con las declaraciones a la prensa inglesa (The Guardian) del Sr. Ministro se favorece que nuestros enemigos vivan mejor, se logra que el circuito de exportaciones cárnicas españolas sea cuestionado, es decir el escepticismo puede interrumpir el actual recorrido completo de producción, distribución y venta. Degradar el «saber hacer» del país que un alto cargo político representa inevitablemente lo incluye a él, por mucho que crea que con su elevado saber, su destreza fruto del conocimiento preciso de la ciencia, eluda tal condición. La nueva intelligentsia es sobre todo germanófila o anglófila, somos los activos más eficaces de la idea mito, oscura y perversa, de la leyenda negra española. Sólo aquí se denuncia que se produzca mal y no se atienda al bienestar animal. Es obvio que en otros países sus ministros del ramo no nos lo dicen, y menos a un diario de tirada nacional extranjero. En el caso de que así fuese o se sospechase de esas malas prácticas ganaderas dicha cuestión peliguada simplemente se evitaría. En Francia, Alemania o Reino Unido es un ejercicio de prudencia que todo político, del color que sea, tiene claro: elevar sus méritos y no promocionar nunca sus errores.

Por tanto, sus palabras no son a título personal, su grado de fuerza y noticia están en que son de un alto representante político español. Hacer política planetaria no permite que nuestro Estado sea más fuerte, más independiente, que esté mejor abastecido, cohesionado, que su tejido productivo sea recurrente y dinámico. No permite que vivamos mejor, no garantiza un mayor grado de estabilidad «eutaxia» y por tanto no nos hace más libres. Este hacer imprudente permite que nuestros vecinos sean más poderosos, siendo así, y transitando hacia la Europa de los pueblos (vieja idea alemana, única nación europea que curiosamente gana territorio) y su consiguiente neofeudalización, nuestra subordinación se convertirá en un yugo sólo soportable como esclavos de deuda felices, satisfechos y por supuesto más empobrecidos en sus clases medias y bajas, ya no en sus élites responsables de la insignificancia internacional e inestabilidad.

Una cultura entendida como valor de mercado

Fecha: 30 octubre, 2021 por: dariomartinez

No es cuestión de cambiar voluntades. Es inútil asimilarlo como prescripción capaz de forjar un futuro contingente. Es una descripción para ser interpretada según convenga, en función de los presupuestos de cada uno.

Definía Tylor la idea de cultura, que no el concepto, es decir no se puede cancelar y delimitar a modo de categoría científica, no es una cuestión que se agote en el análisis construido por lo más excelso del mundo de las ciencias. Necesario su estudio sí, por supuesto; suficiente, clausura definitivamente de cualquier tipo de embrollo filosófico, de enredos no deseables que sólo sirven para transformar lo claro y distinto en confuso y oscuro, no. Como idea habrá de ser rigurosamente estudiada, y esto quiere decir que ha de ser desmitificada, triturada en su génesis y en su estructura, transformar la idea mito de cultura de dominadora a luminosa, es por tanto imprescindible un enfoque técnico, tecnológico, racional y potente que permita entender la ideología que encierra y confunde la idea de cultura. Como concepto, más que idea, según Tylor: «es ese todo complejo que incluye creencias, costumbres, arte, moral, derecho  y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre en tanto que miembro de la sociedad». Una vez situados, sirva la definición del padre de la «antropología cultural» para poder ir discurriendo desde ella hasta las conclusiones pertinentes, aquellas que consideraremos más activas en nuestro presente en marcha. Todo ello a raíz de la decisión del gobierno de efebos español de donar a los jóvenes y potenciales votantes de derecho un peculio destinado al consumo inteligente y gratificante por trascendental y enriquecedor automático de sus personas. Las guiará  irremediablemente hacia el bien (emic) empleando para ello una cantidad simbólica de gasto en la considerada por ellos cultura.

Con Kant la ley moral era el imperativo categórico comunicable, universal y auténtico colofón de la dignidad humana ya que era la única ley práctica que podía hacer del hombre un ser feliz, inmortal e incluso santo. La gracia divina ya secularizada, el Dios que nos ofrece Kant, es el propio de una Teología natural, es una mirada que entiende lo trascendental desde una filosofía teológica deísta, por tanto es ya un Dios inoperante, sin manos, sin capacidad para hacer o deshacer, sin intervención alguna en el mundo dado y que desde la fe del dogma se supone además como realidad creada. El sujeto trascendental de Kant también estará mutilado, sin capacidad para obrar, sin técnica que lo defina,  actuará bien pensando bien (se supone), es el finis operantis lo definitivo en el hombre, no su finis operis; no lo olvidemos, según Kant la obra obliga, el resultado es un fin que tomado como principio nos esclaviza. Las éticas materiales han de ser superadas, el juicio del gusto un sentimiento estético sin fin.

De otra manera, mutatis mutandis, la cultura dignifica, nos eleva hasta lo trascendental. Varios errores, sólo una enumeración, para no entrar en detalles destacaremos entre otros:

1.- La cultura no es exclusiva de los hombres, también los animales tienen la suya, diferente, menos compleja. Los estudios etológicos así lo confirman, los animales son seres raciomorfos.

2.- Asociar la idea de cultura a un único grupo social. Transformamos una idea ya de por sí compleja en un mito dominador e ideológico. De otra manera, la cultura se asociará a un grupo de poder, de dominación, privilegiado y se dirá, a quién quiera oírlo: «el mundo de la cultura con la izquierda». Se supondrá, aplicando una lógica pedestre, que el mundo de la incultura, la barbarie, la intolerancia, la insolidaridad, etc. estará del lado de la derecha. Por cierto, ambas formas de entender la política en singular, tan falsas como los hierros de madera, tan maniqueas como distorsionadoras de la realidad. Permiten elogiar lo propio y a un tiempo degradar lo ajeno. Uso rutinario de razonamientos epidícticos, no deliberativos, que sólo vituperan y alagan. Cualquier intento de comunicación dará como resultado la falta absoluta de entendimiento.

3.- Reducir lo que se ha de entender por cultura a lo que está incluido y en exclusividad en un ministerio de cultura (del color político que sea), una consejería de cultura, o una concejalía de cultura. La cultura no es sólo la cultura que Bueno definiría como «circunscrita», hay cultura intrasomática, subjetual, de cada individuo y construida a lo largo de una trayectoria personal  que ha de entenderse como formación, y hay cultura extrasomática, objetual en forma de cosas manipuladas y que no llegan ni siquiera a ser artefactos, un conjunto de ramas a modo de lecho construido para el descanso por parte de los primeros prehomínidos, o artefactos como un bolígrafo, un misil nuclear de largo alcance y con cabezas nucleares, una silla eléctrica o un libro (con lo que supone de tecnología la palabra articulada y escrita para el hombre, al permitir dilatar el tiempo, romper el nexo directo con nuestros antepasados más directos, introducir un mundo real, conceptualizándolo, o una ficción capaz de dirigir nuestro presente contingente hacia el futuro, e incluso organizar una ciudad, o sea una sociedad política), o de hacer dirigido a la supervivencia: agricultura, o de hacer dirigido hacia uno mismo, para atraer o dominar al otro: culturismo.

4.- Negar la condición de cultura a los toros. Simplemente dos puntualizaciones al hilo de la actualidad más cercana: primero, son una ceremonia religiosa olvidada, fuera de la memoria histórica, y desconocida por no entendida en la Historia (v.g. mitología griega). En esta línea son interesantes las reflexiones sobre el mundo del toro de Alfonso Fernández Tresguerres, tan precisas y enriquecedoras, como poco leídas; segundo, son rechazadas por Jovellanos en su momento no por cuestiones vinculadas al animalismo, sino a un visión económica de una ilustración que creía en el progreso de la humanidad de la mano de una transformación productiva que dejara atrás las reliquias inoperantes, arcaicas y se subiera al tren del desarrollo industrial, en aquel entonces a través del carbón y el hierro. Por tanto, su animadversión al toreo nada tenía que ver con el bienestar animal. En un panfleto titulado Pan y toros, atribuido a Jovellanos y obra de León del Arroyal, se condensa el pensamiento de la época, y por ende el del ilustre pensador asturiano: «Tal escrito, (tan violento como irónico y satírico) es más que una crítica a los toros, aunque es cierto que éstos son tomados como emblema y prototipo de todos los vicios y defectos de los españoles, y muy particularmente de aquello que para el autor resulta insoportable: el casticismo antiprogresista en virtud del cual España, insensatamente, se vuelve de espaldas a Europa para, refugiada en bárbaras costumbres, perder la oportunidad de su modernización» (Tresguerres, 1996: 186).

5.- La cultura circunscrita, deíctica, ofertada para el consumo de nuestro jóvenes con el dinero salido de los presupuestos del Estado es en su misma realidad un vehicularizador de ideas cuyo propósito no es la eutaxia, la estabilidad política de España como nación política, sino el reconocimiento masivo de los diferentes nacionalismos («estados de cultura», «hechos diferenciales» o «señas identitarias») de corte fraccionario que al poetizar en cada una de sus diferentes manifestaciones artísticas no hacen Historia en sentido académico, sino historia cocinada como mito a través de la memoria confusa y conflictiva de cada uno de sus autores.

6.- La cultura ofertada (en su mayoría) es una valor sacralizado, además de estético: fetichizado y salvador. El individuo ahora es en tanto que pertenece a una cultura, fuera su dignidad es mermada cuando no anulada. La gracia divina se convierte en cultura laica, ambas tan trascendentales como salvíficas.

7.- Dicho hacer político, dicha desmercantilización del valor arte, desde sus filas es reconocido como Estado de bienestar. Nuestros efebos gobernantes piensan en los efebos votantes. No parece que poniendo en marcha dicha decisión política se logren mejores ciudadanos, si es fácil imaginar que se promocionen y consoliden jóvenes satisfechos. Se  activará, ahora sí el turbocapitalismo de Estado.

8.- Dicho consumo feliz y justificado sin necesidad de razonamientos deliberativos, bien construidos que lo justifiquen, es un fantasma peligroso. El creer que todo está al alcance, todo es divertido, no exige sabiduría, esfuerzo, tiempo, tesón, habilidad o prudencia, podrá conducir a la soledad de un sinfín de individuos flotantes que sin norte y aislados no saben sobrellevar muchas de las verdaderas vicisitudes que encierra nuestro presente.

9.- Un acto político de mala fe, oculta en el fondo la dinámica peligrosa de nuestros jóvenes: falta de perspectivas de empleo, el refugio de la familia demolido por el caos, aumento alarmante de suicidios, cuadros de enfermedad o trastornos más numerosos, diversos, y difíciles de tratar para poder así transformar el mal, el dolor, la enfermedad o el trastorno en salud. Aumenta el ejército de psicólogos y de enfermos a un tiempo. El Estado de bienestar se transforma en Estado de malestar.

10.- Es imprudente. No atender al problema de la deuda, aumentar a la ligera el gasto del Estado, no reorganizar el sistema productivo para hacerlo más ágil y recurrente. La ausencia de gestión, de planificación, y una mala redistribución, no nos hace mejores, no nos hace más libres, nos condena a ser esclavos, sumisos a las obligaciones impuestas por nuestros acreedores. Nos constituye en siervos felices y en esclavos de deuda a un tiempo. Ahora mismo parace que hay pocos Sócrates que se den cuenta.

Bibliografía

  • Bueno Martínez, Gustavo (2004). El mito de la cultura. Prensa Ibérica. Barcelona.
  • (1989). Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión. Cuestión 6ª. Reivindicación del fetichismo. Fetichismo y religión, pasando por la magia, págs. 229-271. Mondadori. Barcelona.
  • (2007). La fe del ateo. Capítulo 9. Religión y arte, págs. 265-296. Temas de Hoy
  • Fernández Tresguerres, Alfonso (1993). Los dioses olvidados. Caza, toros y filosofía de la religión. Pentalfa. Oviedo.

 

 

 

De los balcanes asiáticos

Fecha: 16 septiembre, 2021 por: dariomartinez

La ocasión la pintaron calva y me sonrío el destino. Tiempo de descongestión tras unas pruebas selectivas exigentes y exitosas. Inicio una nueva etapa ahora como profesor en prácticas del cuerpo de secundaria.

El tema de hoy está inmerso en el presente, es de una actualidad casi diría que apabullante. Los talibán se hacen con el poder de Afganistán. La lucha por el control de Asia Central una necesidad imperiosa para los tres grandes protagonistas de la política global: Estados Unidos, China y Rusia, y esto no dicho por mero capricho o de forma infundada sino que es articulado en una maraña de realidad derivada de unas características nacionales (e imperiales) como puedan ser: población, extensión territorial, desarrollo tecnológico,  poder militar, domino económico y finalmente su nematología cultural (idioma, tradiciones, historia) en forma de mitos dominadores construidos por sus élites intelectuales a mayor gloria de su país, de sus ciudadanos, es decir de su eutaxia o permanencia de su ser como Estado con capacidad de decisión internacional. Es por este motivo que en la geopolítica actual:

«Los Estados-nación [diríamos que políticos e históricos y no étnicos una vez holizadas en algunos casos sus parcelas regionales e incluso tribales]siguen siendo las unidades básicas del sistema mundial […] En esa competencia, la situación geográfica sigue siendo el punto de partida para la definición de las prioridades externas de los Estados-nación y el tamaño del territorio nacional sigue siendo también uno de los principales indicadores de estatus y poder» (Brzezinski 2001: 46).

Y añade para aclarar el asunto de lo que estamos subrayando, y este es su peso decisivo, que por encima de la ética (de la ciudadanía del mundo) y de la moral (de grupos de poder más allá de las fronteras nacionales aliados en un especie de liberalismo sin fronteras, democrático y fin de la historia -Fukuyama) está la política entendida como pervivencia del Estado:

«Hasta hace poco, los principales analistas de la geopolítica debatían sin el poder terrestre era más significativo que el poder marítimo y qué región específica de Euroasia es vital para obtener el control sobre todo el continente. Uno de los más destacados, Harold Mackinder, inició las discusión a principios de este siglo con sus conceptos sucesivos sobre el «área pivote» euroasiática (que incluía a Siberia y gran parte de Asia Central) y, más tarde, del heartland (zona central) europeo centro-oriental como el trampolín vital para la obtención del dominio continental. Mackinter popularizó [añadiríamos que con poco éxito entre nuestro políticos] su concepto de heartland a través de una célebre máxima: Quien domine Europa Central dominará el heartland; quien gobierne el heartland dominará la isla mundial; quien gobierne la isla mundial dominará el mundo […] La geopolítica se ha desplazado de la dimensión regional a la global, considerando que la preponderancia sobre todo el continente euroasiático es la base central de la primacía global»  (Brzezinski 2001: 47).

Políticamente hoy actuar de mala fe significa ignorar la importancia estratégica de este vasto territorio, de sus recursos, y de su situación privilegiada a la hora de poner en marcha dinámicas económicas y de distribución de mercancías esenciales (ruta de la seda como antecedente). No hay mayor ejercicio de desconocimiento político que el de aquellos que programan y sitúan como telos de su actividad de gobierno el lograr el bienestar de los ciudadanos del mundo más allá de lo que dados los límites legales de su poder son sus gobernados. Gobernar para todos, no sólo globalmente, sino en aras del futuro bienestar humano, animal, y si llega el caso extraterrestre, es gobernar para nadie. Es un operar tan amplio que exime de responsabilidades ejecutivas. De este modo en sus intenciones se halla su penitencia, en los resultados no deseados el error de cada uno de los sujetos dominados como consecuencia de su libertad individual sin límites y atiborrada de responsabilidad ética. Como consecuencia la práctica moral y política son neutralizadas sino subordinadas en exclusiva a los afectos y acciones de cada ciudadano del mundo. Alienado por una idea mito como la de la felicidad («canalla» en términos de Gustavo Bueno) y cada vez más próximo a la depresión, a la angustia, y a la soledad de la asunción de las metas no conseguidas se convierte en un «individuo flotante» tan estéril como indiferenciado. Su campo seguro de fama se delimita y a la vez que se despersonaliza se va convirtiendo en «uno más». De su ansia por materializar su sueño de transformarse en famoso vía «me gusta» y gracias a las redes sociales se pasa sin comprender el porqué (se quiebra la perversa idea «si quieres puedes») a la más absoluta insignificancia, a formar parte del ejército de ciudadanos indiferenciados con derecho al voto.

Ciego por la intervención de Occidente y de otras potencias limítrofes, herido, dolorido, aferrado a la tradición para mantener las prevendas de quienes mandan, consolidando su neofeudalismo tribal y asegurando su odio e ira hacia quienes quisieron imponer lo imposible, el nuevo Emirato afgano logra doblegar los planes imperiales y de control de la toda poderosa potencia estadounidense. China actúa, Rusia actúa, pero son Nadie, son los nuevos héroes homéricos de hoy que están fraguando su rumbo político. Ya nadie puede ayudar al mal herido Polifemo (Afganistán); «Nadie» a modo de demiurgo en la sombra ordena el nuevo mapa geopolítico mundial.

«Al oír sus clamores, de todos lugares llegaron y paráronse en torno a la gruta, inquiriendo la causa:

-Polifemo [Afganistán], ¿qué cosa te enoja que das tantas voces en la noche inmortal y a nosotros despiertas de pronto? ¿Ha venido quizá algún mortal a llevarse tu hato [sus recursos minerales principalmente y el control de su producción de opio]? ¿O te matan usando engaños o bien con la fuerza?

Y con su gruesa voz Polifemo clamaba en la gruta:

Nadie, amigos, me mata engañándome y con la fuerza.

Y con estas palabras aladas dijéronle ellos:

-Pues si nadie te fuerza y habitas tú solo la gruta, evitar no se pueden los males que Zeus nos envía. Pero ruégale tú a Poseidón, ya que el dios es tu padre» (Homero, 1990: 144)

Un gaseoducto desde Siberia Central hasta el Océano Índico pasando por antiguas repúblicas soviéticas (v.g. Tayikistán y Kirguizistán) y el territorio occidental de Afganistán (Herat) una posibilidad más plausible, un control por parte de China del litio para su potente y nueva tecnología una realidad futura más cercana. Después de aceptar Occidente el gambito de dama en forma de invasión de su territorio, las dos grandes potencias asiáticas toman la iniciativa del tablero político mundial. En Europa nuestros políticos presos de ideales éticos que no permiten entender y prever la política actual, sin prudencia, hacen que sus prognosis estén abocadas al fracaso, a la esterilidad. Los ideales son inútiles, inoperantes, es decir metafísicos. El hiato entre su finis operis, sus resultados derivados de sus planes, y su finis operantis insalvable. Hacer de Afganistán una democracia tomando como modelo las sociedades del primer mundo capitalistas una utopía.

Sobre la situación de la mujeres afganas. Casi todo sabido. El relativismo posmoderno racionalmente demolido por la realidad. No todas las culturas son iguales, no todas merecen el mismo respeto. No hay un equilibrio y menos una armonía entre culturas y estados en marcha. Hay sociedades políticas más potentes y con capacidad de dominio,  es decir de poder transformador y en el límite aniquilador. Desde nuestras sociedades atesoramos la posibilidad racional de poder describir, explicar, entender e incluso controlar en momentos puntuales otras sociedades, en cambio desde estas, desde aquellas que son ajenas a nosotros, la situación inversa es imposible. Su forma de entendernos pasa por mitos en forma de voluntades tan arbitrarias y abstractas como desconocidas; desencadenan fidelidad, organizan puntos de vista dogmáticos anclados en el pasado, pero no permiten convencernos, cambiar nuestras voluntades para dirigirnos hacia lo que se supone más útil y mejor.

Su ser pasará pues por su aislamiento. Su organización social, a todas luces discriminatoria con la mujer, avalada por lo revelado, fuente sapiencial a interpretar por el verdadero y puro fiel, el impío expulsado del terreno fértil de la razón. Por tanto, la mujer es controlada si la estructura del estado que se activa se fragua en la tradición.  Darle la espalda a las tecnologías, a los saberes precisos paridos por el hacer especializado de científicos que conociendo la realidad, su esencia más allá de nuestros sentidos, sabiendo de su dinámica no organoléptica pero sí real, y dando cuenta de lo que sólo era aparente y desconocido, o sea geometrizando y demoliendo sus causas y con la capacidad de repetir los resultados y construir verdades, significa actuar en el presente privilegiando la fuerza sobre la habilidad inteligente y mediada por aparatos. Pues bien, este saber anantrópico (el sujeto operatorio y gnoseológico ha sido segregado del resultado de su saber con sentido), positivo y científico en forma de teoremas y de instrumentos eficaces iguala a hombres y mujeres.

La vuelta al campo, a lo estrictamente rural apega al más débil al terruño, nada hay en ello de poético, ni de bello, ni justo, lo que sí hay es un poder tiránico de héroes sin credenciales en su parcela segura de actuación. La tribu prospera, el estado se esfuma. Por habilitar la posibilidad efectiva de prestar instrumentos de superación y méritos a las mujeres los saberes científicos, tecnológicos y filosóficos han de ser erradicados, son ellos los que nos prepararon para la crítica demoledora de lo divino; esfumándose lo sacro el corrompido funcionamiento del nuevo Emirato afgano se quebraría. La censura el mejor antídoto contra el cuestionamiento de los dogmas. Pero los muros sólidos del desequilibrio y el ninguneo tan pertinaz como sistemático e irracional hacia las mujeres no pueden ser derribados. Su núcleo de poder no es otro que el espacio vacío e interior protegido por sólidos muros de piedra, recinto público y privativo del ser persona de las mujeres. Para materializarlo se desvinculan del exterior a la vez que facilitan la defensa fundamentalista de sus presupuestos, ahora convertidos en todas las noticias en los actuales males de los grandes ideales (emic). Hoy Afganistán representa los sólidos muros de Tirinto. La naturaleza de su ser está en sus enemigos y en el apoyo tolerante de sus amigos.

En esta situación hemos sabido hoy de la estratégica alianza militar entre Estados Unidos, Reino Unido y Australia. No es casualidad, es una cuestión de causalidad política. «La guerra es una continuación de la política […] la guerra no es sino una parte del comercio político y no es, por sí misma, una cosa independiente» (Clausewitz,2005: 803) , de otro modo: construye buenos subamarinos nucleares para el control por la fuerza de tus ejércitos de las aguas del Pacífico, y si me apuran del Mar de la China Meridional. Europa sin enterarse.

Bibliografía

Brzezinski, Zbignieew (2001). El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos. Paidós. Barcelona.

Clausewitz, C. Von (2005). De la guerra. Obelisco. Barcelona

Homero (1990). Odisea. Introducción y notas de José Alsina. Planeta. Barcelona

 

La límites de la libertad individual en el horizonte de la seguridad del Estado

Fecha: 8 septiembre, 2021 por: dariomartinez

Un parentesis un tanto amplio. Despejando tensiones, ejerciendo el descanso. Vuelvo con un artículo sobre el controvertido asunto de la relación, siempre tensa, entre el poder del Estado y su seguridad y la libertad individual, en concreto me ciño a lo que se supone que es lo más útil para la existencia y la persona en tanto que se fundamenta en ideas adecuadas. Visión un tanto optimista y más cuando sabemos del poder de los afectos.

Trasladado o ajustado al aquí y ahora, a la actual España. Se puede leer en la revista digital El Catoblepas. Aprovecho para darle las gracias a su equipo de redacción por la oprtunidad brindada. Se puede extraer en https://www.nodulo.org/ec/2021/n196p10.htm

Sin más que añadir hasta una nueva publicación.

Sacrificando el presente

Fecha: 28 mayo, 2021 por: dariomartinez

 

Todo buen gobierno ha de velar por la estabilidad del Estado. En las democracias homologadas los ejecutivos legalmente elegidos podrán poner en marcha sus programas políticos y dirigirlos durante un periodo de tiempo limitado y periódico. Como propuesta temporalmente triunfante, de grupo, de parte de la sociedad política en su conjunto, velará por lo que se considera, desde su proclamada mayoría, por el interés general. Sus intereses de grupo no son los intereses de todos, su ideología no es por ser mayoritaria y propia única y valida. Legislar en nombre de todos es siempre difícil, pero creer que lo que unos piensen es el valor supremo que todos deben asumir es un escándalo, y se confunde la voluntad de muchos con la voluntad general (Rousseau); el ejercicio del poder ha de ser eficaz, resultar útil, permitir que los ciudadanos tengan al menos más posibilidades de ser más libres, mejores, poniendo en marcha soluciones parciales a problemas permanentes.

Una ideología de partido aureolar, con visos de universalidad, indiscutible, receta mecánica y única capaz de atender a las demandas sociales y problemas de los ciudadanos de un país, resulta sospechosa cuando permite dar cuenta de todo (desde otro punto de vista de nada). El cambio político, por tanto desembocará en revancha y el objetivo será únicamente deshacer lo hecho previamente, favoreciendo a los que se consideraron anteriormente desfavorecidos; el avance político se transforma en rueda de ratón, en tarea y esfuerzo inútil.

Así las cosas, ¿qué es lo que realmente tenemos de positivo en el hacer de nuestros políticos en España? El sacrificio del presente como fenómeno más evidente. Primero, se analiza sin comprometerse con la realidad del momento, se ve como se cree que es más que como es, se endulza, se ensalza, y se acomoda a la ideología del partido en el poder, por muy errática y metafísica que sea, por muy incoherente y contradictoria que se muestre; la inconsistencia se resuelve gobernado para la humanidad, elevando los contenidos más allá de las fronteras, buscando metas tan utópicas como estériles: paz perpetua, diálogo de civilizaciones, comercio global verde y sostenible, y en el fondo la nueva moda posmoderna: la «felicidad canalla» (Gsutavo Bueno) elevada a mito ficción ,de espaldas a la verdad y con la consiguiente quiebra de la razón a favor de los sentimientos, las impresiones, los deseos, y lo que hemos dado en llamar valores tan sagrados como superiores en nuestra Constitución: la libertad, la igualdad, la solidaridad y la pluralidad de partidos (curiosidad: la vida no aparece, ni se la espera, ni si legisla en su favor). Por tanto, con tanto buen rollo la democracia se debilita, la mediocridad que en el estoicismo era un mal que con la ataraxia necesaria había que soportar, ahora se privilegia. El presente en marcha es mera apariencia, y esta vez con rostro de utopía, tan atópica como ucrónica.

En segundo lugar, mientras que el presente se eleva a lo imposible, y en él ha de intentar cada uno y con sus medios sortear los obstáculos,  el pasado se reinterpreta. El pasado es una dimensión del ser. Es irrevocable, no es posible cambiarlo, transformarlo.  Fraguado por operaciones muy diversas, muchas sometidas a necesidad, fosilizadas en forma de documentos y reliquias que sirven de jalones para entenderlo, advirtiendo que si realmente se quiere hacer verdadera Historia se exige por parte del sujeto gnoseológico como cualidad ineludible la inteligencia, no la memoria. Otras acciones fruto de voluntades muy diversas, de programas exitosos en un caso y fracasados en otro son parte del inventario de nuestro pasado. Debemos investigarlo para interpretarlo, hacer en palabras de David Alvargonzález «ingeniería inversa», cual forenses. Y no olvidar que el sujeto temático de la historia ya no participa de ella, ya no es un sujeto operatorio con posibilidad de alterar lo que ya no es. De poder participar y de indagar en el pasado con su testimonio más bien haríamos periodismo, no olvidemos que la historia empieza cuando acaba la memoria (Herodoto), y esot porque el fin de la Hisotira (académica) es triturar los desvaríos de la memoria. Por tanto es obligado reflejar esta deducción: la Historia no es un saber científico que pueda alcanzar verdades en forma de cierres análogos a los de las ciencias naturales si bien exige la mediación del entendimiento, las verdades de la Historia como ciencia están constituidas por leyes en forma de cierres fijos y problemáticos que son fruto del acuerdo de la comunidad científica más poderosa y dominante frente a otras, consensos que con el tiempo pueden perfectamente variar, moldearse y ajustarse a intereses futuros incognoscibles en el presente. En fin, el control de la historia, su interpretación, es una forma de recuerdo de lo que mejor encaja con el mito del momento y así ensalza los aciertos, y desacredita y olvida los errores. Los acontecimientos que han de interesar serán  los que por sus consecuencias, sus resultados, formen parte de la historia universal y nacional, «la verdad está en el resultado» dirá Hegel.  Ahora bien, en política la historia debería servir para estabilizar el Estado en el presente en marcha y para poder poner en marcha planes de gobierno futuros lo más «eutáxicos» posibles. Esta historia se mantiene con buena Poesia, como un buen arte que sea capaz de vehiculizar ideas, no de construir concpetos. Desgraciadamente parece que en España no se hace así, se hace mala Poesia, se rescata el pasado para recuperar culpas, para no intentar expiarlas, sino reconocerlas y actualizarlas, y para desestabilizar las estructuras de poder a todos los niveles: nucleares (capa conjuntiva), productivos (capa basal) y de orden interno y externo, a un lado y otro de las fronteras, a través de acuerdos y guerras comerciales, no bélicas, con terceros países (capa cortical). Se deconstruye la historia universal y nacional inventado mitos que fortalezcan planes políticos particulares, «neofeudales» partiendo de un principio político tan erróneo como falso como que España a lo sumo es una totalidad distributiva. De aquí deriva no la estabilidad sino la inestabilidad permanente. La mayeútica de hoy, la memoria histórica sólo ayuda a parir ideas que mejor fueran aboratadas antes de nacer.

En tercer lugar, del futuro como dimensión del ser. No afecta al presente y menos al pasado. Pero desde un presente infecto, plural, cambiante, y en materia política divergente, con una lucha por el poder entre diferentes grupos sociales minoritarios y con las manos libres para hacer casi lo que quieran por la desafección generalizada de una sociedad civil tan bien educada como egoísta,  preparada para el hedonismo como consumista en un mercado pletórico que por mor del respeto permite que todo valga: ofertas de juegos de azar (irracionalidad de grupo alentada y estimulada en favor de una esperanza casi imposible por el mismo Estado), extravagancias afines al suicidio lógico, a la locura «objetual» y «subjetual», presentadas bajo todo tipo de ismos, placeres prohibidos accesibles desde el terreno doméstico de lo privado, etc., la democracia se convierte, como ya tantas veces hemos dicho, en un modelo político no recto que podemos identificar como «oclocracia». Pues bien, desde las «anamnesis» previamente seleccionadas, sistematizadas y más o menos geometrizadas, se ha de intentar programar el futuro. Se pueden construir futuros necesarios, gobernados por leyes impersonales (anantrópicas) coordinadas por principios también impersonales al ser en el proceso de construcción de las verdades de cada categoría científica los sujetos neutralizados. Pero desde una voluntad más poderosa también se pueden pergeñar planes de futuro que dobleguen mediante la palabra y los medios técnicos y tecnológicos a su alcance otras voluntades más débiles. Se puede construir un futuro plausible, a través de ficciones habilitadas para convencer y materializadas en narraciones dramatizadas: teatro y cine, escritas o pintadas; son realidades construidas por el hombre, físicas y humanas a un tiempo, que pueden codeterminar de modo causal y con sus respectivos efectos la existencia futura de la sociedad civil. Esto es así, lo que no es así es intentar vender una agenda para el año 2050 (ficción escrita sobre el papel y más ambiciosa que los planes quinquenales del mismísimo Stalin que quería llevar la electricidad a todos los rincones de la extensísima Unión Soviética para consolidar el triunfo de la revolución bolchevique y de paso prepararse industrial y militarmente para lo que iba a ser una guerra total contra la maquinaria bélica del imperio ultradepredaor y racista del Tercer Reigh. Adolf Hitler lo había hecho explícito, Josef Stalin se lo había leído: «Mi lucha. Capítulo XIV. Orientación política hacia el Este, págs. 399-414. Rienzi. Berlín 2012″) como si fuese un proyecto articulado desde la necesidad de un doctrinario científico, universal e imposible de alterar como promueve el actual gobierno. Mito seductivo que pretende transformar un futuro posible en un futuro perfecto.

Tolerante sí, pero si uno está de acuerdo. La discrepancia se minimiza a nivel lógico, y ya a nivel psicológico, abierta, dialogada, comunicada, empieza a ser un acto de riesgo que la prudencia no permite airear salvo que uno sepa fríamente que se expone sin previo agotamiento de un argumento auxiliado de razones, datos y documentos, a ser tildado de «facha». Los nuevos intelectuales de carné (laicos hechos clérigos que diría Marx dándole la vuelta a Lutero) no permiten ser vistos como ideólogos infectados por la falsa conciencia, no quieren asumir su condición de alienados, ni su mala fe; no están dispuestos a formar parte de un experimento sociológico que permita dar cuenta de su doctrinario.

 

De algunos mitos fuerza como fantasmas del desorden

Fecha: 30 abril, 2021 por: dariomartinez

La discrepancia se agota en el silencio de quien no escucha. El refugio de la crítica un camaradería bien adherida con visos de sucumbir a lo impertinente. La tolerancia psicológica impulsa a la cautela del que no piensa igual. El discrepar se esteriliza a pasos agigantados. Las ideas fuerza de nuestro panorama político por ser imposibles son puramente gnósticas, ajenas a la realidad de los fenómenos en marcha, sólo capaces de conceptualizar con rigor la nada. Son idiocias compartidas de forma autónoma que dejaron de ser enfermas, al ser mayoría se convierten en coherentes y comprometidas con el orden establecido. Constituido por diminutos ciudadanos indiferenciados y potenciales consumidores; en el caos el ruido es lo lógico. Popper diría que son ideologías imposibles de falsar, de científicas nada, de fundamentos inamovibles, evidentes y universales nada de nada. Son nematologías en forma de doctrinas que se infiltran hasta el tuétano en nuestra sociedad política. Idearios de grupos particulares que eventualmente se hacen con el poder y trasladan su ideario a quienes les quieran escuchar y a quienes no les quieran escuchar. Su punto de vista moral, de grupo, lo hacen de todos, de este modo se encuentran (emic) en disposición de poder hablar en nombre del pueblo, de todo el pueblo, o al menos de la buena gente (se supone que los otros, en este maniqueísmo de bolsillo, son la mala gente ¿para qué hablarles sino pueden entender?).

En nuestro país el objetivo es claro, diverso, y firme. Con el auxilio del «espacio antropológico» trimebre de Gustavo Bueno: el culto al cuerpo en todas sus dimensiones, desde las gastronómicas hasta las deportivas, dieta y ejercicio; incluso el cuerpo como soporte primigenio del lo que fue en su origen el arte: los tatuajes («radial»); la felicidad personal («circular») como deber en forma de ley moral que de ser un afecto se quiere pasar al derecho, del individuo y sus circunstancias previamente moldeadas, dirigidas y servidas para ser dispuestas en forma de servidumbre voluntaria y apasionada, al espíritu objetivo y vertebrador del Estado, de la moralidad abstracta y universal, a la eticidad particular para dirigirse a la Idea, al ser pensado como verdad racional (Hegel);  por último, como telos más elevado las ideas ficción («angular») y sincategoremáticas, sin parámetros fijos, sin realidades a las que hacer referencia, sin contenidos, vacías y atractivas a un tiempo, transmitidas y transducidas para ser interpretadas para otros (García Maestro) como relatos de alcance universal y escatológico que permitirán, en un futuro, poner por fin y de rodillas a lo que quede de los estados-nación paridos por la modernidad frente al Antiguo Régimen y su feudalismo anquilosado;  será el momento «neofeudal de los localismos» (Armesilla), de los particularismos adueñados de un territorio para poder ejercer en él su libertad de nuevos señores, de solidaridad, identidad, cultura, hecho diferencial, espíritu del pueblo, transfeminismo, igualdad, humanidad, interculturalidad, progreso, libertad, globalidad, ecologismo, cambio climático antrópico…, y todo ello en un perfecto orden y sin aristas que limar, sólo el deber de asimilar al no creyente o necio. Las aporías del doctrinario armonioso, monista, e irracional un mal entendido que no se quiere doblegar. Un acto de mala fe en palabras de un Marx enterrado por Rousseau, o de un Hegel y su dialéctica olvidado por un idealismo trascendental de la talla de Kant. Salvar al ser humano, apostar por un relativismo radical e intercultural que esgrima la tolerancia de todo hacer, más allá de ser en la práctica un correctivo para la vida, o un peligro para la fortaleza del grupo no adherido a sus planes, supone el fin final de la historia (Fukuyama); entenderlo como una totalidad atributiva y a la vez cultural, no biológica, toda una confusión del mejor de los trileros. De paso, y por qué no, hacer políticas de Estado dirigidas a salvar el planeta diluyendo sus fronteras un relato tan potente, como kantiano, y tan real como el fin racional de la posmodernidad.

Pues bien, bajo este buenismo, que se pondrá en marcha en la próxima década al menos no han de faltar los enemigos, de la nueva buena: los comunistas y los fascistas. Disentir en el mercado pletórico de las democracias fundamentalistas y homologadas te expulsa de la partida política, te arrastra a una especie de exilio interior. Ambos mitos atesoran fuerza y ésta se manifiesta en el miedo. La Unión Soviética se derrumbó y con ella la «izquierda de quinta generación» (Gustavo Bueno), los fascismos hicieron de las suyas en Europa, fueron primero exterminados por la fuerza de las tecnologías militares y después por el abrazo del imperio americano. Son reliquias de la historia, sus documentos pasados un rastro que debería permitir actuar con más sentido en nuestro presente en marcha. Un pasado para ser incorporado con un propósito: hacer que nuestra praxis cotidiana cobre la trascendentalidad necesaria que permita construir un futuro mejor. No es una eficaz tarea rescatar el pasado para activar sentimientos impregnados de odio, desestabilizadores de la eutaxia del Estado, de su permanente recurrencia, de su estabilidad dinámica, y erróneamente eludir calmar tensiones introduciendo planes de gobierno capaces de aplicar soluciones no estériles ni definitivas pero sí útiles y parciales en el interior mismo de la plural e infecta sociedad civil. «El fin del Estado ha de ser la libertad del ciudadano» (Espinosa).

Rescatar el fantasma del comunismo marxista supone obviar el proceso revolucionario y violento de la toma del poder, del uso imnprescindible de las armas para construir la paz del trabajador, la abolición de la propiedad privada, la dictadura del proletariado, la inexistencia de una única clase social y proletaria como motor del cambio político, y la dialéctica valor trabajo como esencia del modo de producción capitalista y embrión de todas las desigualdades sociales al estar sometidas a la plusvalía y al imperio de la dictadura de la mercancía como producto ajeno al obrero.

Significa a su vez no querer entender la recurrencia de un mercado pletórico en marcha del que es difícil bajarse una vez en él, de ahí su apuesta por un mercado globalizado que elimine fronteras nacionales como barreras a la libre circulación de personas y mercancías, significa obviar el trabajo como no alienante de ciertos profesionales que en el ejercicio de su hacer especilizado son élites bien remuneradas: algunos deportistas o actores por ejemplo, del papel no revolucionario de los funcionarios del Estado, de la figura del autónomo como jefe y trabajador a un tiempo, de la dialéctica de Estados (no sólo de clases, «una vuelta del revés de Marx» con palabras de Gustavo Bueno) en la biocenosis geopolítica por el interés común de cada uno de los ciudadanos de su respectiva nación política (que no étnica, una vez holizada por las naciones históricas), de su interés por engordar el perfil burocrático de una clase extractiva de valor, y no el fin del Estado como anarquismo en diferido…Es en definitiva un imposible rescatado como fantasma que sólo pretende tensar, e introducir disputas estériles allí donde no las hay.

Rescatar el fascismo en España es no entender su doctrinario de muerte y privilegios de los menos. Significa no explicar su condición de movimiento que trasciende los partidos, las partes diversas y enfrentadas de la sociedad civil ansionsas por alcanzar el núcleo del poder político con el propósito de poner en marcha sus planes de gobierno en interés supuestamente del bien general, y lo hace para justificar ideológicamente cualquier tipo de división nacional. Como movimiento es un todo jerarquizado, con su líder «carismático», de espaldas a la «legalidad-racional» (Weber), que encuentra su nicho de adhesiones en el campo, en el ideario de la repetición, del proceso recurrente de la vida que conserva lo esencial y cree en lo divino, de la idea de las urnas como cajas de cristal preparadas para ser trituradas, de la ignorancia natural de una población sin guía que indiferenciada pretende tener voz en la política, del odio al liberalismo por debilitar la unidad inquebrantable en los ideales del destino manifiesto en el universal del grupo, del pueblo elevado por voluntades tan imposibles como falsas, con la puesta en escena de espectáculos únicos de propaganda y manipulación, de acciones dirigidas a los males particulares de los ciudadanos del momento, para identificar sus supuestas causas, ponerlos en la picota de la persecución y la represión para actuar en su erradicación, insuflar una fe que ponga sobre el yunque doctrinario a la misma razón, y no para templarla, ni moldearla y menos geometrizarla, sino para destruirla, y por último es recuperar una estética de uniformidad como manifestación fenoménica de la pertenencia, de la servidumbre del individuo, de su casi aniquilación ética en pos de los suyos, de la moral autoritaria dirigida por los héroes que habrán de ser los protagonistas de la historia (Gentile).

En lo que atañe al día de hoy, Madrid y su campaña autonómica en marcha: «comunismo o libertad» nos dicen los de aquende, «democracia o fascismo», nos dicen los de allende. Mitos como ficción capaces de codeterminar el futuro engrandeciendo los errores y olvidando los aciertos.

 

Cuando los sentimientos agotan la verdad

Fecha: 8 diciembre, 2020 por: dariomartinez

Apagar el fuego y no digamos ocultar el sol que puede triturar con la razón los motivos de la presencia del esclavo en el mundo de la apariencia dominada por la mera opinión intencionadamente desconocida no es prudente, ni recomendable, es simplemente absurdo. El triunfo de la posmodernidad acaba con Platón y su vacío es sustituido por fichajes de la talla de Feyerabend, Lyotard o Vattimo. Si en ciencia «laissez faire», si la quiebra de la razón es una evidencia en ciencia, qué decir tiene en el ámbito de la política y de la filosofía.

Toda opinión ha de ser respetada, el relativismo rampante da cobijo a cualquier majadería. Sin referentes de verdad anulados por la inacción y la virtud de la ignorancia o de la más sofisticada nesciencia, en la democracia actual, fundamento de todo hacer con sentido (una forma de decir que en un sistema no democrático es imposible la virtud, el bien ético, salvo excepciones contadas que se verán como héroes de un pasado para no repetir y si acaso recordar –se llamará memoria histórica-  para así justificar posibles desmanes o propósitos utópicos del momento), lo plausible está a la misma escala que lo imposible, es más lo imposible si uno lo piensa con el convencimiento de un auténtico kantiano que no necesita operar con la realidad, por falta de manos y no digamos de ideas, puede acceder en un santiamén, sin sacrificio alguno, al fin democrático de la historia, al bienestar de todos, a la paz perpetua, a la felicidad y al diálogo empático y sin atisbo de violencia entre el conjunto de la humanidad que supera por fin los pérfidos estados-nación opresores nacidos con la modernidad –emic– (más que de todos y del conjunto de los seres humanos, mejor hablar de sus correligionarios agrupados en torno a una ideología, acudo de forma inevitable a Marx, que defienden los interés de una clase privilegiada, acomodada e inevitablemente frente a terceros, en cuyo caso la solidaridad del grupo nada tiene que ver con el bienestar y la libertad de terceros cuyo sino no es otro que la existencia en una sociedad protopolítica por inexistencia o fracaso del Estado o la desconexión miserable del ciclo social y económico en perpetua y problemática renovación –etic-).

En la política de hoy el respeto se agota en lo psicológico. La lógica cubierta de contenidos gnoseológicos bien geometrizados, tanto material como formalmente construidos, vertebrados en torno a la verdad modelada por las ciencias en forma de identidades sintéticas capaces de neutralizar al sujeto ya sea este temático u operativo, ya sea humano o animal, ya no importan. Son resultados atractivos pero no democráticos. La mayoría los ningunea desde la tolerancia mal entendida como virtud; no se critican, no se discriminan, ni se clasifican ni se jerarquizan porque simplemente no se sabe. La censura cegadora del desconocimiento un espectro que no se puede demoler. El fundamentalista democrático, como acertadamente señala Santiago Armesilla, nunca reconocerá que lo es, tampoco el pijo añadiría yo. Desde un perspectiva emic el fundamentalista democrático, y el pijo, serán siempre y de forma sistemática, el otro.

El fundamentalismo democrático, atrapado en una estructura de funcionamiento miope que considera que todo problema tiene una solución que pasa por «más democracia», está ávido de reconocimiento. La disidencia se castiga, es inadmisible discutir sobre lo evidente, la censura se materializa en forma de debates estériles, o bien se claudica o se discute para empatar. En lo ontológico, lo real se reduce, se separa, no se disocia racionalmente, de lo primogenérico (la realidad física es un auxiliar de lo pensado, se ha de ajustar sometiéndose a lo reflexionado por los nuevos egos puros y diminutos, en caso de error la responsabilidad recaerá sobre el ciudadano preparado para asumirlo. Nuestro sistema neofeudal, autonómico, un galimatías perverso a la vez que eficaz para evitar las culpas de sus gobernantes) ni de lo terciogenérico (las verdades como identidades sintéticas, universales, necesarias, atópicas, acrónicas, se liquidan al interpretarse como construcciones mentales hipostasiadas y sustancializadas).

Así el psicologismo imperante, posmoderno, satisfactorio, y fábrica de ciudadanos felices sin fronteras, no anticipa el suicidio lógico de la puesta en marcha de sus planes. Ante una epidemia por SARS-CoV-2 de alcance global el ejecutivo nacional toma como medida para prevenir futuros contagios que le den vuelta al proceso de desescalada una decisión sin sentido operatorio. Desde su óptica de bondad psicológica, de mala fe en sentido sartreano por ser en esencia puro autoengaño, estiman como la más elevada cota de saber eficaz y único capaz de erradicar nuevas cadenas incontroladas de contagios que las reuniones en las fiestas navideñas entre familiares y entre allegados se realicen de forma segura, apelando a la responsabilidad individual (volvemos a las culpas ajenas) en palabras del Ministro de Sanidad Salvador Illa: «allegado es una persona que sin tener una relación familiar clásica con otra persona pues tenga una vinculación sentimental muy determinada». Añade a los vínculos de parentesco, biológicos, unos vínculos asociados con la amistad, o peor aún con los sentimientos elevados al rango de verdad, lo que supone, y es mucho suponer, que se entiendan como verdades abiertas a la observación de quien quiera comprender y obrar en consecuencia; sin embargo resulta difícil acreditar y actuar con una lógica objetiva, ajustada a la realidad, como agente garante de la seguridad, como funcionario capaz de actuar violentamente y legalmente para impedir su más que posible y esperemos que no generalizado incumplimiento. Sin realidad física, sin realidad jurídica acreditada, es en rigor una predisposición vacía por inútil, es la coartada perfecta para que cada uno haga lo que le venga en gana, y por supuesto sea tolerado. De paso el sistema de mercado pletórico seguirá democráticamente funcionando más allá del riesgo de unas cuantas vidas, que a priori y en aras a un actualismo nihilista perverso simplemente no son y en consecuencia carecen de fuerza suficiente para frenar tal despropósito.

Yendo más allá del particular arriba señalado. El frenesí fundamentalista democrático homologará a sus acólitos en torno a presupuestos dogmaticos, aprehendidos desde el ejercicio gnóstico del saber inmanente, indudable y expuesto para ser asimilado por todos: la diferencia se estimula, pero primero piensa como la mayoría localizada en un territorio aureolado por una historia ficción colectivamente sentida que cobra fuerza negando lo evidente: o bien la existencia de España como nación política con soberanía en el conjunto de los ciudadanos indiferenciados españoles que pueden ejercer su voto de forma periódica, o bien que fuera de nuestra fronteras, en los restos del naufragio de lo que fuera el Imperio español, no se habla español. Estos presupuestos hoy infranqueables con rostro de leyenda negra, mito oscuro, dominador, e imagen de una imagen que con la propaganda solo distorsiona y sirve para arengar a los que solo pueden percibir lo negativo o lo ridículo, con la fuerza de los argumentos ideologizados y enfrentados del liberalismo, de la Iglesia y de los nacionalismos étnicos y fraccionarios, son:

1.- el relativismo cultural. Todas las culturas son isovalentes más allá de su potencia en forma de capacidad para poder explicar la realidad apelando a la razón y dejando de lado los vínculos personales y arbitrarios de seres perfectamente desconocidos y auténticamente creídos,

2.- el ecologismo, en el límite el veganismo y la defensa de los derechos universales de los animales, igualando a estos a los humanos cuando no respetándolos y comprendiéndolos como superiores.

3.- el agnosticismo o ateísmo vergonzante, antes creer en los cíclopes, los trolls, los duendes, o en energías positivas que en el dios de la escolástica engendrado y racionalizado entre otros por santo Tomás de Aquino tras hacer hablar al dios imposible de Aristóteles.

El propósito compartido: la disolución de las actuales fronteras de los estados modernos que doblegaron el Antiguo Régimen. Un estado moderno de «mínimos» a favor de los pueblos que más débiles ofrecerán un poder local de privilegios y neofeudal más eficaz, menos resistencia al mercado, será más ágil el dominio económico del imperio realmente existente (por ahora) con el dólar como moneda y con el inglés como única lengua franca, y finalmente la disolución de patrones de ciudadanía que fraccionen el mensaje de Cristo: ni franceses, ni ingleses, ni alemanes, ni españoles, todos ciudadanos del mundo, todos hijos de su pueblo, de su cultura, del lugar donde mejor puede brotar el espíritu salvífico en forma de gracia santificante y para evitar pruritos no deseados para los laicos en forma de cultura.

Su mal uso no es una broma

Fecha: 20 noviembre, 2020 por: dariomartinez

Es un sinsentido. Puede entenderse como un «oxímoron». En este caso consiste en añadir una etiqueta a una etiqueta. El uso del vocablo fascista está democratizado, acopiado por todos y usado de forma indiscriminada pierde su sentido, lo que no quiere decir que pierda su fuerza psicológica en forma de insulto del adversario político. Mitificar negativamente al adversario logra como efecto la mitificación positiva de quien lo profiere, así se resalta lo negativo para elevar las verdades y los parabienes ideológicos del auténtico adversario político. De dogma a dogma y tiro porque me toca. La confusión la regla, la nesciencia virtud, la apariencia como conjetura una caricatura de lo inteligible. Platón estorba.

De este modo las cosas ya no se sabe que significan. ¿Qué más da? Fascistas son todos y es nadie, en el fondo comienzan a ser simplemente los otros.

Para un fascista las urnas servían para ser rotas. Un Estado sin una armonía impuesta, exigida, tradicional, verdadera, es una simple locura de no gobernanza. Para el fascista el liberalismo es eso, otorgar una libertad sin norte, sin ideales, sin compromiso compartido, es el ejercicio mitificado y aplaudido de un nihilismo autodestructivo del mismísimo Estado. El fascista quiere el cambio a golpe de coacción colectiva y organizada, y quiere recuperar la tradición. Primero para acabar con el marxismo, por señalar con el dedo acusador de la desigualdad social a la propiedad privada y reivindicar en la dialéctica inexorable de la historia el fin de la idea de Dios por alienadora y opiácea ella. Segundo para acabar con el liberalismo. La usura no es virtud, es un simple contravalor.

El liberalismo es la decrepitud de un Estado atado a lo errático y sin ideales prestos para dirigirse a un «destino en lo universal», es la aceptación de la derrota como pueblo y patria. El liberalismo ha de ser repudiado, la Iglesia dará el golpe de gracia en España al liberalismo que persigue con ahínco un proyecto comercial y productivo sin dirigismos del Estado, sin fronteras, universal y sin trabas burocráticas. La Iglesia y el fascismo son por naturaleza beligerantes con el liberalismo (los nacionalismos no le irán a la zaga), de paso el Estado será una vez dirigido con el puño de hierro del fascismo una farsa democrática entendida como realización permanente del ideal en el presente en forma de movimiento.

Acabar con los estados-nación paridos por la modernidad frente al Antiguo Régimen es el zarpazo vengativo e irracional, por ser una farsa racionalmente perpetuada, del romanticismo. Tres sus enemigos efectivos:

1.- una Iglesia en la órbita no terrenal de una izquierda extravagante, fuera de la política, de las fronteras del Estado,

2.- un liberalismo sin barreras subvencionado por las grandes fortunas ávidas de pequeños estados sobredimensionados en lo financiero (que no en el comercial) para lavar sus teñidos dividendos,

3.- un nacionalismo empeñado en demoler los estados-nación realmente existentes.

Todos ellos constituyen un conglomerado ideológico perfecto para transformar la realidad en duda y confusión a modo de relato posmoderno abierto a la perpetua interpretación y ajeno a cualquier tipo de verdad, ya sea científica y/o filosófica. Todos ellos independientes pero todos ellos con un único finis operantis: acabar con el estado moderno por merma colectiva de sus privilegios. Su finis operis cada vez más cerca de la materialización en forma de feudalización de sus pequeñas parcelas de poder. Como representantes de sus respectivos pueblos, feligreses o consumidores satisfechos la acreditación de que su hacer, vía ejecutiva y de poder político, en caso de ser un error será adjudicado al pueblo.

Reivindicar más Estado es hasta revolucionario. Serviría como mecanismo político al servicio de los ciudadanos, garantizaría la libertad de, fomentaría la alergia, avalaría la libertad para. De este modo cada uno estaría habilitado para poder pensar lo que quisiera, siendo la razón y su libertad la causa necesaria de su mejor ser como persona; pudiendo decir lo que piensa estaría habilitado prudentemente para combatir el odio, la ira y la envidia en forma de una falsa realidad fomentada desde las élites. Minorías ellas, clases extractivas de valor que consumen de las arcas del Estado y piden desde la plataforma de marfil de su sabio intelectualismo que el Estado que les paga desparezca.

El fascista es antimarxista y es además antiliberal. Quiere y desea un estado absolutamente controlado. Lo llamarán orden, y lo entenderán como un gran acuartelamiento civil. La fuerza manda, es la mejor manera de imponer los ideales. Es implacable, no admite disidencias, discrepancias, o dudas ante la autoridad. El líder es imprescindible, carismático, y un guía insustituible de la masa que ha de anclarse en la tradición, en el pasado de gloria que se ha de recuperar a golpe de pistola.

Insistimos: es antiliberal, luego llamar a un representante de VOX fascista a la vez que liberal carece de sentido, al menos histórico e ideológico. Es un hierro de madera político, o de otro modo: un marxismo liberal o un fascismo leninismo, igual da. A pesar de todo por habitual se torna normal y como tal, y dada la victoria moral de la desidia de la mayoría, la rebelde y pujante minoría tiene el campo expedito para hacer y deshacer a su antojo. No faltarán acólitos que les voten al interrumpir el sueño cada cuatro años.

En auxilio de la razón

Fecha: 30 julio, 2020 por: dariomartinez

De forma provisional el régimen de semilibertad de varios de los presos políticos catalanes condenados por sedición (más concretamente por intento de desintegración del pérfido Estado español) es cancelado. El efecto inmediato la vuelta a la cárcel. Obviamente el rechazo de sus principales afectados es palpable, público,  y notorio. No cabe duda que la estancia en un centro penitenciario es desagradable. Es triste porque limita al máximo la libertad de movimiento e impide que uno como persona se pueda enriquecer, es decir pueda potencialmente ser mejor y ampliar en función de su capacidad la libertad para hasta lo máximo de su ser en tanto que persona que vive con otras personas.

Sus argumentos de rechazo son múltiples. Básicamente giran en torno a lo que entienden como una actitud jurídica coactiva y amparada en la venganza. No son las leyes y la certeza a ellas asociadas las que sirven para revocar una decisión de excarcelación previa, son supuestos psicológicos, disfrazados de ley, los que dan con sus huesos un tiempo de permanencia más dilatado en la cárcel. La razón de estado es astuta y también despiadada. Ataca lo más sagrado, arremete contra la fe de quien obra en conciencia.  Esa fe inexpugnable, misteriosa, incognoscible, ajena a una realidad en forma de normas emanadas de una soberanía de todo el pueblo español; soberanía indivisible y que ha de entenderse como totalidad atributiva. De no ser así su fuerza o capacidad de obligar se diluirá en la charlatanería, y será incapaz de cambiar trayectorias de vida que resulten lesivas para el conjunto de la sociedad.

La vuelta a parcelas de poder político en régimen de feudalización no es progreso. Es una vuelta atrás peligrosa. Es el retorno a una libertad de conciencia, muy luterana ella, muy protestante, que justifica, con el rigor de la persuasión y la fuerza, el dominio de los más convencidos y que en un proceso de locura colectiva puede constituirse en mayoría. La vuelta al protagonismo de unos líderes iluminados y con el derecho autoadquirido para poder dirigir a los más, a las masas enfervorizadas y doblegadas al opio de una cultura (una vez secularizada la gracia divina) entendida como realidad absoluta. Idea con gran capacidad operativa y organizativa y habilitada para transformar lo que no es más que una utopía en consigna de acción política: «una nación (léase en el sentido étnico-cultural),  un Estado».

Se permuta la voluntad de Dios por la voluntad individual. La conciencia pura es infinita, no hay realidad, ni norma, ni Estado que la pueda doblegar. La conciencia articula a su modo lo realmente existente. No sólo es una mera premisa que permita intentar entender el presente en marcha, es el principio articulador mismo. Está por encima de cualquier ley positiva, es un nuevo Dios, es un nuevo mesías, su hacer se torna implacable, impecable, ajeno a la crítica. La fe agrupa como nunca. Se convierte en principio coordinador de lo irreal y posible. Su alimento una ideología fácil de digerir: la felicidad entendida como pueblo independiente.

La realidad mermada hasta la nada no importa. La fe es auténtica si brota libremente, espontáneamente, de la tierra que la cobija. La ficción en origen es esencial. La mentira se generaliza, se hace mayoritaria, todos se lo creen, todos tienen sus buenas dosis de fe, todos pueden salvarse. La realidad ha de someterse a su voluntad. Estamos a un paso del desastre. La posmodernidad triunfante convierte todo lo que toca en mero relato, la coartada perfecta para salvar la conciencia, la fe más íntima y preciada.

¡Qué panorama! Leía en estos días a Jesús García Maestro «Contra las musas de la ira. El materialismo filosófico como teoría de la literatura». Decía que Espinosa en la modernidad fue un lobo para Dios. Lo trituró con la razón, le dio un cuerpo en forma de naturaleza infinita, absoluta y no en acto, es decir irreal. Le robó su voluntad y lo despojó por irracional de deseo alguno. Lo vació. Cervantes hizo lo mismo con su literatura. Su Quijote era un Dios, tan divino como el hombre puede llegar a ser. Operó en la ficción hasta el límite, se le dio por loco, pero su razón subyacente sobrevivió y volvió a aflorar al final de la novela y de su paso a la muerte. Dos autores magistrales, defensores de la razón, lobos para Dios, combatientes con la armadura del saber de los fantasmas de lo superfluo, de lo mezquino, tramposo, e irracional, de la fe como motor y aval de todo tipo de hacer por muy soez y terrible que sea.

Ahora necesitamos un lobo para los nacionalismos de allende o de aquende que pretenden hacer implosionar por caducos y opresores a los estados-nación nacidos con la modernidad y cuyo «finis operantis» desde su génesis no era otro que: el interés común, una mejor redistribución de la riqueza, una sociedad política de ciudadanos comprometidos e iguales ante la ley para ser tratados en su diversidad conforme a las ideas de bien y justicia.

Hemos de escoger en la filosofía un sistema que muestre críticamente los límites de todo tipo de nacionalismo hasta desactivar su eficacia, consecuencias, posibilidades, ficciones, y engaños. Hemos de rescatar lo mejor de la filosofía, en un sentido académico e inmerso en el presente, para demoler esos monstruos de la imaginación  y de la fe que nos pueden con eficacia mortal debilitar y someter. La filosofía la tenemos, poseemos un buen saber de segundo grado a modo de «symploké» platónica que puede volver a la caverna y dar cuenta del peligro que nos acecha. Tenemos los textos, hay lectores, conocemos a muchos de los autores que con su obra logran que el materialismo filosófico continúe su curso argumentativo hacia la verdad demoliendo el error. Falta un número más potente de intérpretes, de transductores, que lo eleven al terreno de lo académico e institucionalicen su sistematicidad para así poder articular un discurso más ajustado a la razón.

Con el materialismo filosófico de Gustavo Bueno podemos ser y  estar más firmes. Sortear los envites de la vida estando con el que fue su buen hacer reflexivo. Sistemas filosóficos como el suyo no hay muchos y menos escritos en español.