Una cultura entendida como valor de mercado
Fecha: 30 octubre, 2021 por: dariomartinez
No es cuestión de cambiar voluntades. Es inútil asimilarlo como prescripción capaz de forjar un futuro contingente. Es una descripción para ser interpretada según convenga, en función de los presupuestos de cada uno.
Definía Tylor la idea de cultura, que no el concepto, es decir no se puede cancelar y delimitar a modo de categoría científica, no es una cuestión que se agote en el análisis construido por lo más excelso del mundo de las ciencias. Necesario su estudio sí, por supuesto; suficiente, clausura definitivamente de cualquier tipo de embrollo filosófico, de enredos no deseables que sólo sirven para transformar lo claro y distinto en confuso y oscuro, no. Como idea habrá de ser rigurosamente estudiada, y esto quiere decir que ha de ser desmitificada, triturada en su génesis y en su estructura, transformar la idea mito de cultura de dominadora a luminosa, es por tanto imprescindible un enfoque técnico, tecnológico, racional y potente que permita entender la ideología que encierra y confunde la idea de cultura. Como concepto, más que idea, según Tylor: «es ese todo complejo que incluye creencias, costumbres, arte, moral, derecho y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre en tanto que miembro de la sociedad». Una vez situados, sirva la definición del padre de la «antropología cultural» para poder ir discurriendo desde ella hasta las conclusiones pertinentes, aquellas que consideraremos más activas en nuestro presente en marcha. Todo ello a raíz de la decisión del gobierno de efebos español de donar a los jóvenes y potenciales votantes de derecho un peculio destinado al consumo inteligente y gratificante por trascendental y enriquecedor automático de sus personas. Las guiará irremediablemente hacia el bien (emic) empleando para ello una cantidad simbólica de gasto en la considerada por ellos cultura.
Con Kant la ley moral era el imperativo categórico comunicable, universal y auténtico colofón de la dignidad humana ya que era la única ley práctica que podía hacer del hombre un ser feliz, inmortal e incluso santo. La gracia divina ya secularizada, el Dios que nos ofrece Kant, es el propio de una Teología natural, es una mirada que entiende lo trascendental desde una filosofía teológica deísta, por tanto es ya un Dios inoperante, sin manos, sin capacidad para hacer o deshacer, sin intervención alguna en el mundo dado y que desde la fe del dogma se supone además como realidad creada. El sujeto trascendental de Kant también estará mutilado, sin capacidad para obrar, sin técnica que lo defina, actuará bien pensando bien (se supone), es el finis operantis lo definitivo en el hombre, no su finis operis; no lo olvidemos, según Kant la obra obliga, el resultado es un fin que tomado como principio nos esclaviza. Las éticas materiales han de ser superadas, el juicio del gusto un sentimiento estético sin fin.
De otra manera, mutatis mutandis, la cultura dignifica, nos eleva hasta lo trascendental. Varios errores, sólo una enumeración, para no entrar en detalles destacaremos entre otros:
1.- La cultura no es exclusiva de los hombres, también los animales tienen la suya, diferente, menos compleja. Los estudios etológicos así lo confirman, los animales son seres raciomorfos.
2.- Asociar la idea de cultura a un único grupo social. Transformamos una idea ya de por sí compleja en un mito dominador e ideológico. De otra manera, la cultura se asociará a un grupo de poder, de dominación, privilegiado y se dirá, a quién quiera oírlo: «el mundo de la cultura con la izquierda». Se supondrá, aplicando una lógica pedestre, que el mundo de la incultura, la barbarie, la intolerancia, la insolidaridad, etc. estará del lado de la derecha. Por cierto, ambas formas de entender la política en singular, tan falsas como los hierros de madera, tan maniqueas como distorsionadoras de la realidad. Permiten elogiar lo propio y a un tiempo degradar lo ajeno. Uso rutinario de razonamientos epidícticos, no deliberativos, que sólo vituperan y alagan. Cualquier intento de comunicación dará como resultado la falta absoluta de entendimiento.
3.- Reducir lo que se ha de entender por cultura a lo que está incluido y en exclusividad en un ministerio de cultura (del color político que sea), una consejería de cultura, o una concejalía de cultura. La cultura no es sólo la cultura que Bueno definiría como «circunscrita», hay cultura intrasomática, subjetual, de cada individuo y construida a lo largo de una trayectoria personal que ha de entenderse como formación, y hay cultura extrasomática, objetual en forma de cosas manipuladas y que no llegan ni siquiera a ser artefactos, un conjunto de ramas a modo de lecho construido para el descanso por parte de los primeros prehomínidos, o artefactos como un bolígrafo, un misil nuclear de largo alcance y con cabezas nucleares, una silla eléctrica o un libro (con lo que supone de tecnología la palabra articulada y escrita para el hombre, al permitir dilatar el tiempo, romper el nexo directo con nuestros antepasados más directos, introducir un mundo real, conceptualizándolo, o una ficción capaz de dirigir nuestro presente contingente hacia el futuro, e incluso organizar una ciudad, o sea una sociedad política), o de hacer dirigido a la supervivencia: agricultura, o de hacer dirigido hacia uno mismo, para atraer o dominar al otro: culturismo.
4.- Negar la condición de cultura a los toros. Simplemente dos puntualizaciones al hilo de la actualidad más cercana: primero, son una ceremonia religiosa olvidada, fuera de la memoria histórica, y desconocida por no entendida en la Historia (v.g. mitología griega). En esta línea son interesantes las reflexiones sobre el mundo del toro de Alfonso Fernández Tresguerres, tan precisas y enriquecedoras, como poco leídas; segundo, son rechazadas por Jovellanos en su momento no por cuestiones vinculadas al animalismo, sino a un visión económica de una ilustración que creía en el progreso de la humanidad de la mano de una transformación productiva que dejara atrás las reliquias inoperantes, arcaicas y se subiera al tren del desarrollo industrial, en aquel entonces a través del carbón y el hierro. Por tanto, su animadversión al toreo nada tenía que ver con el bienestar animal. En un panfleto titulado Pan y toros, atribuido a Jovellanos y obra de León del Arroyal, se condensa el pensamiento de la época, y por ende el del ilustre pensador asturiano: «Tal escrito, (tan violento como irónico y satírico) es más que una crítica a los toros, aunque es cierto que éstos son tomados como emblema y prototipo de todos los vicios y defectos de los españoles, y muy particularmente de aquello que para el autor resulta insoportable: el casticismo antiprogresista en virtud del cual España, insensatamente, se vuelve de espaldas a Europa para, refugiada en bárbaras costumbres, perder la oportunidad de su modernización» (Tresguerres, 1996: 186).
5.- La cultura circunscrita, deíctica, ofertada para el consumo de nuestro jóvenes con el dinero salido de los presupuestos del Estado es en su misma realidad un vehicularizador de ideas cuyo propósito no es la eutaxia, la estabilidad política de España como nación política, sino el reconocimiento masivo de los diferentes nacionalismos («estados de cultura», «hechos diferenciales» o «señas identitarias») de corte fraccionario que al poetizar en cada una de sus diferentes manifestaciones artísticas no hacen Historia en sentido académico, sino historia cocinada como mito a través de la memoria confusa y conflictiva de cada uno de sus autores.
6.- La cultura ofertada (en su mayoría) es una valor sacralizado, además de estético: fetichizado y salvador. El individuo ahora es en tanto que pertenece a una cultura, fuera su dignidad es mermada cuando no anulada. La gracia divina se convierte en cultura laica, ambas tan trascendentales como salvíficas.
7.- Dicho hacer político, dicha desmercantilización del valor arte, desde sus filas es reconocido como Estado de bienestar. Nuestros efebos gobernantes piensan en los efebos votantes. No parece que poniendo en marcha dicha decisión política se logren mejores ciudadanos, si es fácil imaginar que se promocionen y consoliden jóvenes satisfechos. Se activará, ahora sí el turbocapitalismo de Estado.
8.- Dicho consumo feliz y justificado sin necesidad de razonamientos deliberativos, bien construidos que lo justifiquen, es un fantasma peligroso. El creer que todo está al alcance, todo es divertido, no exige sabiduría, esfuerzo, tiempo, tesón, habilidad o prudencia, podrá conducir a la soledad de un sinfín de individuos flotantes que sin norte y aislados no saben sobrellevar muchas de las verdaderas vicisitudes que encierra nuestro presente.
9.- Un acto político de mala fe, oculta en el fondo la dinámica peligrosa de nuestros jóvenes: falta de perspectivas de empleo, el refugio de la familia demolido por el caos, aumento alarmante de suicidios, cuadros de enfermedad o trastornos más numerosos, diversos, y difíciles de tratar para poder así transformar el mal, el dolor, la enfermedad o el trastorno en salud. Aumenta el ejército de psicólogos y de enfermos a un tiempo. El Estado de bienestar se transforma en Estado de malestar.
10.- Es imprudente. No atender al problema de la deuda, aumentar a la ligera el gasto del Estado, no reorganizar el sistema productivo para hacerlo más ágil y recurrente. La ausencia de gestión, de planificación, y una mala redistribución, no nos hace mejores, no nos hace más libres, nos condena a ser esclavos, sumisos a las obligaciones impuestas por nuestros acreedores. Nos constituye en siervos felices y en esclavos de deuda a un tiempo. Ahora mismo parace que hay pocos Sócrates que se den cuenta.
Bibliografía
- Bueno Martínez, Gustavo (2004). El mito de la cultura. Prensa Ibérica. Barcelona.
- (1989). Cuestiones cuodlibetales sobre Dios y la religión. Cuestión 6ª. Reivindicación del fetichismo. Fetichismo y religión, pasando por la magia, págs. 229-271. Mondadori. Barcelona.
- (2007). La fe del ateo. Capítulo 9. Religión y arte, págs. 265-296. Temas de Hoy
- Fernández Tresguerres, Alfonso (1993). Los dioses olvidados. Caza, toros y filosofía de la religión. Pentalfa. Oviedo.
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